Por Noemí Sirota

Reseña del libro de Erik Porge: La voz del eco, colección Latitud Subjetiva, Letra Viva editorial, Buenos Aires, 2019

La voz del eco es un libro que transmite a la vez una lectura de la enseñanza de Lacan y, en ella, la construcción de un modo de concebir los efectos de esa enseñanza. Se trata del aislamiento de la voz como objeto a, extraída de las entrañas de la clínica de la psicosis mediante una operación discursiva que, tomando las voces de la alucinación verbal como eco del pensamiento y el automatismo mental, vuelve paradigma que abre a la extrañeza. Toma a la voz en el tiempo constitutivo del yo, en la estructura, como otro en el campo del Otro que, al fallar en su dimensión simbólica en las psicosis, se hace presente como retorno de lo real y participa de la función de causa como voz del superyó en las neurosis.

El recorrido conduce a la concepción que desarrollara en la segunda parte del libro, lo que propone llamar “estadio del eco”, haciendo resonar el estadio del espejo y contemplando la voz y la pulsión invocante precediendo y excediendo ese tiempo de encuentro, en la imagen, con el lenguaje en el campo del Otro. Un estadio que, en su especificidad analítica, no se concibe como etapa de desarrollo, sino como un tiempo de la estructura que articula la dependencia original de lo que con Freud llamamos “ser viviente no orientado en el mundo” con las condiciones de goce del ser parlante.

Que la pulsión invocante ocupa un lugar privilegiado en la práctica del análisis, por ser “la más cercana a la experiencia del inconsciente”, se argumenta sutilmente a partir de un testimonio. El autor ofrece un girón de la transmisión de “su” lui-meme en la voz: al cantar desafinado encuentra “su extrañeza”, y eso trae consecuencias.

En la articulación de dos agujeros del cuerpo, la boca y la oreja, Porge lee, con Lacan, la topología propia del eco como eso que proviniendo de lo más íntimo retorna del exterior como “inquietante extrañeza”, próxima a la angustia. Para encontrar apoyo conceptual se remite a la concepción de las alucinaciones verbales, del automatismo mental, de de Clérambault para precisar cómo el pensamiento se vuelve extranjero cuando su eco re- bota en el hablante –podríamos agregar, por el fracaso de la operación de negación[1] en el proceso de significación fálica. Los límites de la estructura de la significación y la zona de frontera de las estructuras clínicas le permiten autorizar- se en los argumentos de la topología para decir, con ella, cómo aprehende con la psicosis lo que Lacan enseña.

Toma el grafo del deseo, que Lacan comienza a desarrollar en el seminario con- temporáneo al escrito De una cuestión preliminar…, para leer lo que de la estructura escribe el grafo y se hace escuchar en el texto del Schreber. La voz escrita por primera vez en el grafo, haciendo eco a la “calota acústica” a la que se refiere Freud en su esquema de las dos tópicas. En este punto, Porge no se priva de avanzar para decir que ya aquí encontramos, en el hecho de leer escrita “la voz” en el grafo, una marca del límite que el objeto le h-a-ce.[2] La voz, constata, “[…] es un resto no reducible al significante”.

El texto nos conduce, en admirable y minucioso trayecto por la voz como objeto a, por las consecuencias del acceso de esta a esa función, distinguiendo la especificidad de lo sonoro, lo escrito, el equívoco de la letra; “[…] la voz es una función y un signo de lo escrito, de lo escrito de la letra a, su álgebra”. “[…] la voz se determina en la letra”, escribe citando a René Lew y practicando, como lo hace habitualmente, esa honestidad intelectual pocas veces “vista y oída” en estos tiempos.

La conexión entre los objetos a nos conduce a precisar claramente qué en- tendemos por intrincación pulsional y la utilidad de tomarla en cuenta en la dirección de la cura para distinguir ese “pasaje de un objeto al otro” como una operación en la estructura de la dialéctica de la demanda y el deseo en las relaciones del sujeto con el Otro, y no una cuestión de etapas de maduración. Es la estructura de grupo la que da su albergue a la lógica de esta relación en la que cada elemento puede tener la función de objeto a en tanto es asociable a los otros objetos.

En la segunda parte vuelve a Freud para nombrar “estadio del eco” a lo que tomará legitimidad conceptual, con antecedencia en su lectura de los Tres ensayos… y las diferentes revisiones que Freud hace en Pulsiones y destinos de pulsión, y Más allá…; contando con la lectura de Lacan en los seminarios XI, XIX, XX y XXIII para encontrar la pulsión no solo como deriva de goce sino como “[…] eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir”. El objeto a, y la voz como objeto a deviene, entonces, el lugar cernido por una letra como borde, que implica la articulación del cuerpo, el lenguaje y lalangue. Este recorrido nos permite afirmar que continuar hablando de pulsión es totalmente válido, siguiendo a Lacan en el campo del goce.

Este libro demuestra con creces esa validez y la ética que acompaña al acto analítico por no desconocer la heterogeneidad de los elementos de los que el montaje pulsional está constituido.

Erik Porge retoma y prosigue la deriva de goce que implica la traducción más lograda que Lacan hace del Trieb freudiano y especifica la pulsión invocante en la dualidad de su fuente: la boca y el oído intrincan haciendo lugar a la réson de la voz como objeto a y es el eco que da cuenta de esa intrincación, siendo el “entredós” del oír y hablar donde se deslizarán las formaciones del inconsciente, haciendo escuchar al ello áfono en su dimensión “oral”, pero elocuente por “invocante”. Un estadio del eco que Porge relaciona, como dije antes, con el estadio del espejo, recorriendo el mito de Narciso y de Eco, en una lectura que escucha su articulación en discurso. La voz, partenaire del silencio que se hace eco en su fuga.

Para concluir. Es posible decir que este libro es un testimonio de lo que “se hace eco en la transmisión” de un decir analizante que hace escuela de una enseñanza.


[1] Cf. Anabel Salafia: El fracaso de la negación, Ed. Autores de la Argentina, Buenos Aires, 2000.

[2] Este modo de escribir el objeto a lo recojo de la forma en que Norberto Ferreyra propone escribir- lo, subrayando con los guiones su carácter de letra. (Cf. Norberto Ferreyra: El decir y la voz, Ediciones Kliné, Buenos Aires, 2019)