“¿Cómo analizar a un niño cuando es objeto de abuso por parte de un adulto?”, se pregunta Alba Flesler. Dos extremos implican riesgos de similar envergadura: por un lado, que el analista suponga que la abstinencia es lo mismo que la inoperancia o el desentendimiento y no advierta que a veces es preciso intervenir en lo real. Por otro, “que releve al abusador de su responsabilidad, haciendo recaer sobre el niño y su fantasma el peso de los hechos y duplicando, lamentablemente, la arrasadora porción de goce padecida por el sujeto cuando según su tiempo de constitución tal vez no cuenta con recursos para responder al goce”.

Las buenas intenciones no bastan en psicoanálisis. Alba Flesler apunta, en su texto, hacia un aspecto esencial de la técnica analítica: el manejo del tiempo en el análisis. No faltan ocasiones en las que algunos analistas, queriendo sacar al sujeto de la posición de víctima respecto del Otro real que lo abusa, recaen en culpabilizar al sujeto víctima del maltrato.

Es preciso destacar que fue el propio Freud quien señaló, en Pegan a un niño, la enorme diferencia entre lo que resulta ser una construcción fantasmática, allí donde el sujeto goza autoeróticamente al mirar una escena de castigo, y lo que siente un niño al observar una escena de maltrato real, allí donde Freud descubre que el niño se angustia y siente desagrado. Ninguna excitación. “Puesto que la representación-fantasía «un niño es azotado» era investida regularmente con elevado placer y desembocaba en un acto de satisfacción autoerótica placentera, cabía esperar que también contemplar cómo otro niño era azotado en la escuela hubiera sido una fuente de parecido goce. No obstante, no sucedía así. Co-vivenciar escenas reales de paliza en la escuela provocaba en el niño espectador una peculiar emoción, probablemente una mezcla de sentimientos en los que la repulsa tenía una participación considerable. En algunos casos el vivenciar objetivo de escenas de paliza se sentía como insoportable”.[1]

Revelar que el sujeto goza del maltrato que a su vez padece no sirve para que avance en la construcción de la pantalla del fantasma. Tampoco creemos que sea útil enfrentar al sujeto para que se haga responsable de un goce que proviene de la violencia del Otro real, cuando el sujeto –particularmente en sus tiempos de constitución– aún no cuenta con el fantasma que le sirve de protección y orientación al deseo.

La propuesta de Lacan, en el sentido de responsabilizar al sujeto de su decir, no es una propuesta sartreana. Si bien Lacan utiliza términos que son a su vez utilizados por Jean-Paul Sartre, tales como “responsabilidad”, “angustia”, “libertad” y particularmente, “alienación”, los sentidos en los que los utiliza no solo distan de los existencialistas sino que además, en algún sentido, lo interpretan.

El hecho de que el hombre, para Sartre, sea su propia libertad lo lleva a enfrentar el problema de la responsabilidad. Dice Sartre: “[…] desde el instante en que surjo como ser, llevo sobre mis hombros el peso entero del mundo, sin que nada ni nadie pueda aliviarlo”. “Todo lo que ocurre al hombre es por su propia causa y solo a él puede atribuírsele. Nadie puede culpar a otro de nada”. Como ejemplo, Sartre presenta el caso de la guerra: en ella no hay víctimas inocentes, sino que “cada cual tiene la guerra que se merece”. Siempre se puede escoger entre pelear o desertar, y si escojo lo primero, la guerra pasa a ser “mi guerra” y debo asumir sobre ella toda la responsabilidad.

En El aplazamiento, un personaje, Boris, dice: “Al fin y al cabo, uno nace para la guerra o para la paz como se nace obrero o burgués, no hay nada que hacer, no todo el mundo tiene la suerte de ser suizo. Para mí esta es mi guerra […]”.

La noción de responsabilidad de Sartre podrá ser válida desde el punto de vista de su filosofía, pero en mi opinión, no es aplicable al psicoanálisis, ya que encierra formulaciones dilemáticas, elecciones que parecen sin salida y en donde el sujeto queda presa de un vel excluyente. Vale decir, en el psicoanálisis hay muchos momentos en que tenemos la suerte de ser suizos, otros en que queremos la guerra y la paz simultáneamente, incluso podemos ser obreros y burgueses de modo alternado.

El analista invita al sujeto a hacerse responsable de su decir sin culpabilizarlo, ni apropiarse de su acto. Para Sartre, la realidad humana es libertad, y por ello es angustia: somos angustia, y la angustia es el verdadero dato inmediato de nuestra libertad. La enajenación nos extravía de nosotros mismos. Para Lacan, en cambio, la angustia es angustia ante el deseo del Otro y angustia de castración; la libertad es un fantasma del hombre moderno; la alienación es el único modo de constitución del sujeto. La responsabilidad, una apuesta que ha de formularse a su debido tiempo. He aquí, justamente, aquello de lo que habla Alba Flesler.


 

[1] Sigmund Freud: “Pegan a un niño”, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979, vol. XVII, pág. 178.