El translingüismo en el psicoanálisis es un tema que abordan algunos de los trabajos de este número de Lapsus Calami. Son varias las preguntas que nos hacemos los analistas cuando la consulta proviene de analizantes cuya lengua madre es otra distinta de la del país de residencia. Algunos se interrogan si el análisis debe ser llevado a cabo necesariamente en la lengua materna del analizante. Si bien es imprescindible que el analista tenga un buen manejo de la lengua materna del analizante, y aunque la demanda al inicio del análisis sea esa (de que transcurra en dicha lengua) en función de la dirección de la cura, no siempre eso se sostiene. Precisamente, la hipótesis que proponen varios de estos trabajos es que la lectura del inconsciente, su descifrado requiere, por parte de la escucha analítica, el franqueamiento de los confines entre lenguas, poner en juego una poética de lalangue, donde “que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha”

Los textos de Paola Mieli, Diana Kamienny-Boczkowski y Mirta Fernandes abordan desde diversas geografías y perspectivas esta temática y su complejidad.

Mieli, en un interesante texto llamado El espacio de la transmisión: un acto entre las lenguas, afirma que de acuerdo con una convicción bastante difundida, un análisis debe desarrollarse necesariamente en la lengua materna. Sin embargo, se pregunta si esta convicción no expresa acaso un desconocimiento de la naturaleza misma del acto analítico, de lo que hay de más éxtimo en el uso subjetivo de la lengua y en su actualización en el espacio transferencial. Concluyendo que la práctica analítica no implica necesariamente la utilización de la lengua materna sino un marco particular, el de la transferencia, y una escucha particular, dictada por el deseo del analista. Luego afirma que el pasaje de una lengua a otra favorece las palabras que se escabullen, el tropiezo, el malentendido, la salida ingeniosa, la emergencia de lo que denomina “lo intraducible”, que habita la utilización subjetiva de la lengua. Siendo en ocasiones lo que provoca una revelación, un paso de sentido que se vuelve interpretación, un paso de acto que desplaza la posición del sujeto de los laberintos de la repetición.

La referencia que hace Mieli a “lo incorpóreo”, del que hablan los estoicos, permite hacer una fina diferenciación entre sentido y significación, Si el sentido es algo del orden de lo que es traducible, de la transposición de contenido entre un discurso y otro, la significación es el fruto del discurso en acto, de un acto de habla que se despliega en un contexto preciso en el seno del lazo social, y como tal “incorpóreo”. Trazaría el espacio de lo no traducible, presencia decisiva y jamás reductible, que para ser entendido, apreciado (en el caso, por ejemplo, de una palabra ingeniosa) implicaría una serie de transposiciones, de formas de identificación en un lazo social extraño o desconocido.

La clínica entre lenguas, como llama Mieli a la experiencia del análisis extramuros de los límites de las lenguas, pone doblemente a la luz lo incorpóreo que pertenece al acto de habla y acentúa su crujido. El crujido de lo intraducible que hace eco en la transmisión. Eco de transmisión extensivo al descubrimiento de Freud y al redescubrimiento efectuado por Lacan, cuando desde una lengua de origen se efectúa un paso de sentido en acto, a otra de llegada.

Coincidiendo con estas hipótesis, al comienzo de su texto Mirta Fernandes se pregunta: “¿Qué lengua no es extranjera?” ”. Y responde que el lenguaje es extraño, ajeno para el sujeto, Unheimlich, extraño y familiar. El sonido de la lengua, el balbuceo y el ritmo de las palabras todavía sinsentido, ganan algún sentido a través del afecto que transmiten en la experiencia del infans en el mundo, mediada por un Otro. Algo se transmite más allá y por debajo de la realidad de la experiencia y del significado que es producido. Afirma luego que cada sujeto singular, incluso insertado en su cultura, en su familia y en el universo simbólico social, es un ser exiliado en su lalangue. Exilio de un sentido conocido, exilio que redobla, se hace eco del exilio del real que es inherente a la estructura del sujeto humano, que es el ser hablante.

Ambos trabajos enfatizan cómo lalangue transmite lo intraducible, contiene un real que confronta al sujeto con su exilio, con el fracaso de la palabra para decir el goce. Una lengua guarda en sí, en el núcleo de su constitución, este punto incognoscible, innombrable. Silet. Este punto de silencio que bordea una imposibilidad de decir, y aún más, una imposibilidad de traducir.

Eso éxtimo al sujeto, Mieli lo trabaja recurriendo a los estoicos y lo incorpóreo y mientras que Fernandes recurre a la noción del inexorable exilio del sujeto de su propia lengua y a la categoría de imposible.

Diana Kamienny-Boczkowski, en el texto de su autoría, plantea que las guerras, las migraciones y los exilios obligan al psicoanálisis a una práctica multicultural y multilingüística, sin olvidar el hecho de que el psicoanálisis figura también entre las causas de migración… entre los psicoanalistas. Piensa aquí en un intercambio en torno a la lengua ídish que ilustra esta problemática. Refiere al estudio efectuado por Velikovsky en 1938, quien cree demostrar que la presencia de palabras hebreas en los sueños de inmigrantes recientes en Palestina prueba que el inconsciente no está condicionado por la “mnemónica hereditaria”. Es entonces Pichon quien le responde, precisando que el pensamiento inconsciente no se desarrolla en una lengua precisa.

Al igual que los trabajos antes mencionados, aborda las siguientes preguntas: ¿se le debe hablar al paciente en su lengua? ¿Se debe considerar que la lengua materna es la que hablaba la madre? ¿Se debe excluir el uso de la lengua materna en sesión cuando es la del paciente y también la del analista, con el fin de evitar una exclusión del Otro y una complicidad sin salida? La aparición en los sueños, vía real hacia el inconsciente, de significantes de una lengua olvidada, ¿es el signo de que se accede a otra “profundidad”?

Afirma entonces que si el aforismo lacaniano propone que el “inconsciente está estructurado como un lenguaje” es porque a Lacan le interesa utilizar el lenguaje y su abordaje estructuralista para definir el campo donde encontrar la lógica de la verdad, vehiculada por la palabra, y del saber inconsciente que puede deducirse de ella.

Refiere que Jean-Claude Milner afirma que la relación entre el inconsciente y la lengua es el elemento propio del psicoanálisis, y que Lacan llamó a este elemento singular, verificable en la práctica del psicoanálisis, lalangue. Nuevamente, como las autoras anteriormente citadas, Kamienny-Boczkowski ubica en lalangue –neologismo que utiliza Lacan para apartarse de la lingüística propiamente dicha– la particularidad de la legalidad que rige el inconsciente.

Es desde aquí que la autora se interesa por la lengua japonesa y los lugares en que Lacan se ocupa de ella a lo largo de sus seminarios. Se pregunta: “¿Por qué Lacan insistió en la dificultad del abordaje del inconsciente por los japoneses?”.

Barthes publica El imperio de los signos en 1971. Lacan celebra la aparición de este libro en el Seminario XVIII: De un discurso que no fuera del semblante, dictado entre 1971-1972, recomendando su lectura, a pesar de la crítica que le hace al título –guiño al editor, a su entender– y propone sustituir el término “signo” por el de “semblante”. De la reflexión de Barthes, a Lacan no solo le interesa la relación con la escritura que allí despliega el autor, sino también la relación con el vacío de todos los semblantes que describe. El teatro bunraku es muy esclarecedor por el uso de marionetas. Lacan busca un discurso “que no fuera del semblante”. El despliegue de los signos, según Barthes –o semblantes, según Lacan–, encierra un vacío que los códigos de cortesía japoneses hacen patente. Los signos/semblantes japoneses están ahí para ocultar al sujeto, para “manipular”.

Tal vez podamos hacer extensiva a las diversas lenguas la afirmación que propone Kamienny-Boczkowski: considerar al japonés como un caso particular en la concepción que nos hacemos del inconsciente. Cada lengua puede aportarnos algo respecto de su concepción, como así también el franqueamiento entre las lenguas a través de la traducción, la transmisión y la transliteración, nos acerca a la lógica del inconsciente y su poiesis.