LaPsus Calami cumple diez años y los celebra con este, su séptimo número, que re- úne trabajos sobre la voz y la mirada, no siempre en “la experiencia del análisis”; tex- tos muy interesantes que van a quedar como testimonio escrito del tema de este número, entre los que destaco los que pudieron articular la mirada o la voz en la práctica del psicoanálisis. Diferentes estilos, diferentes prácticas.

A mi entender, queda en primer plano que en un análisis están en juego: un solo sujeto, el analizante; el cuerpo del analista, que sostiene el a como semblante de objeto de aquel; la voz y la mirada, objetos privilegiados en el recorrido de un análisis.

En estos tiempos de pandemia, la voz como objeto aparece en primer plano, sim- bolizando el cuerpo y en el centro del nudo de las dimensiones del decir. No sabíamos, cuando elegimos el tema del número, que la voz se iba a volver preponderante entre los objetos que semblantean el a.

La mirada y la voz en la experiencia del análisis implican el hablar y el decir en el análisis, por tanto, el lazo entre el significante y el objeto que media con el Otro del lenguaje.

La voz pasa por el cuerpo, hay palabra y hay voz que lo dice, lo traslada pulsional- mente; el eco está dentro de la voz misma, cuya función es mantener la palabra en forma de a. En cuanto al objeto mirada, destaca el pasaje al a del fantasma, dado no sin los tres tiempos de Lacan y los ternarios que se redoblan, como se lee en La car- ta robada o El arrebato de Lol V. Stein. No podemos analizar sin contar con el hecho de que el decir produce un eco en el cuerpo y ese eco es la pulsión, porque “[…] las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir”,[1] frase que ilumina la relación entre la palabra y las pulsiones, el decir y el cuerpo.

Entre el significante y el objeto hay un lazo, que es el que descubre el psicoanálisis y Freud precisa en Pulsiones y destinos de pulsión, lazo entre pulsiones y amor. La pulsión es lazo social porque surge a partir del Otro del lenguaje. Los primeros significantes[2] vienen del Otro y bordean una zona,[3]  libidinizan una zona alrededor de un agujero del cuerpo, parte libidinizada por la lengua que, a mi entender, por el decir ya implica la falta. Decir sobre el cuerpo, eco que es ya una repetición. Tiempo y repetición. Eso es lo que se hace en un análisis, ese movimiento por el que se vuelve muchas veces al mismo lugar y cada vez de distinta manera. “Parece que se retrocede, pero se avanza”, decía una analizante; “es lo que me da esperanza”, decía otra. El lenguaje copula con el cuerpo; mirada y voz son privilegiadas para trasmitir el deseo del Otro.

Es con la repetición, “[…] que caracteriza, como ninguna otra cosa, a la realidad psíquica del ser inscrito en el lenguaje”,[4] y la pulsión de muerte freudianas que Lacan inventa el objeto a y construye la noción de goce. Con eso podemos pensar el goce y su plus, el goce que se consume en cada repetición. Hay esperanza. ¿De qué? De que el amor haga condescender el goce al deseo. En el decir, la voz rompe el silencio de la pulsión de muerte.[5]

La otra escena es ese Otro lugar desde donde ver[6]  en el análisis, desde donde el sujeto da a ver y mira, se hace ver y oír en la transferencia, por la que surge el deseo, el sujeto y la realidad… a veces. La mirada puede ser lo elidido por la visión y la representación que ordena. Puede eludir la castración, como leemos en el fetichismo.

Articular la voz y la palabra, el decir, es enlazar amor-odio con pulsión. A mi entender, la articulación de la demanda de amor, las palabras del Otro, con la inscripción pulsional en una parte del cuerpo (que implica la falta), gasta goce.

El pasaje del amor a la libido se da desde el comienzo. Acentúo lo inaugural, esa división, donde el sujeto se ve amable como objeto por la palabra del Otro, y eso mismo lo causa como a. ¿Dónde? Donde cae el objeto pulsional y surge el a como falta.

Es en un psicoanálisis donde se lee la estructura del fantasma, en ese lazo social, si el analista no se resiste a hacer del inconsciente discurso. Hay un pasaje al fantasma de los objetos pulsionales que hacen semblante de a, son puestos en escena, no sin vergüenza. Se trata, como dice Lacan, “[…] la transferencia [como] puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente.[7] La vergüenza nos dice de la estructura de ficción de la verdad.

La voz hace lugar a las palabras, está en el decir. La significación del falo ordena, deja lugar para la falta, si en el análisis hay una lectura de ese decir, un pasaje de discurso que implique la función fálica, no solo el falo sino su falta. Esto implica la castración y la existencia del otro.

Somos asuntos de un decir y ese decir, siempre diferente, es sexuado porque nos sexuamos como significantes: hombre y mujer. Estos son valores sexuales concernientes a un decir que parte de una zona del cuerpo libidinizada y por lo dicho vuelve al cuerpo como eco. Los aes no son sexuados, pero sexúan, enlazados a los significantes.

Mi conclusión sobre lo sexual y la sexuación es que a partir de ese decir, de un lado están los que no rechazan lo femenino, hombres o mujeres, y del otro los que lo rechazan, hombres o mujeres. Como dije antes, a veces hay esperanza de que se produzca esa lectura sexuada. Si bien, en estas circunstancias, encontramos un modo para continuar, nuestra práctica se trata, más que nunca, de decir… o peor. La civilización, como la llamó Freud, (capitalista, agrego), nos muestra que el discurso del psicoanálisis es lo que nos sostiene, y no al revés.


[1] Jacques Lacan: El Seminario, Libro XXIII: El sinthome, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006, pág. 18.

[2] Los significantes y las palabras bordean una zona erógena, una parte del cuerpo, parcialmente, y hacen el cuerpo y el inconsciente.

[3] Hablar de pulsiones parciales y sus vicisitudes es hablar de circulación, de movimiento, de la intrincación de la pulsión de muerte con las mismas y la complejidad que surge. Es hablar de Eros y de la falta en juego, porque las zonas libidinizadas son significadas por el falo, el que significa los objetos parciales que caen dejando el lugar de falta para los aes. (Ver el seminario sobre la angustia).

[4] Jacques Lacan: El Seminario, Libro XVII: El reverso del psicoanálisis, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2008, pág. 186.

[5] Siempre se trata de una doble división: por el significante y por el objeto; el decir y su eco.

[6] En la excelente traducción de Ursula Kirsch.

[7] Jacques Lacan: El Seminario, Libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1989, pág. 155.