[…] pronto noté con perplejidad que el visitante intruso era mi
propia imagen.
Sigmund Freud
De entrada, en su artículo Lo siniestro, Freud pone en consonancia la clínica de la angustia con la estética. Nos preguntamos: ¿qué interés guarda para el psicoanálisis vincular ambos campos? Intentaremos ceñir esta pregunta
a partir de algunos interesantes escritos de este número de LaPsus Calami. Aclaremos que se trata de una angustia que no entra en el cerco de la angustia señal, esa que está enmarcada por el fantasma, sino de otra angustia, automática,(1) pavorosa, terrorífica, que espanta, asociada a la pérdida de las coordenadas del tiempo y el espacio en el sujeto, que lleva a la despersonalización y, al decir de Norberto Ferreyra en su texto, es “signo
de la imposibilidad de que algo nuevo pueda ocurrir”.(2)
Subrayemos también que el abordaje de la estética que propone Freud y que pone en relación con esa angustia, es el de aquello que no refiere precisamente al campo de lo bello, de la buena forma o de lo armónico. Se trata de la estética de lo feo, de lo extraño, de lo sombrío, de lo siniestro, de lo que espanta y aterroriza, pero que a su vez, como el término Unheimiche lo expresa, contiene en su núcleo lo más íntimo, lo familiar, lo heim. Al comienzo
del texto, Freud lo define como aquella modalidad de lo pavoroso que viene de lo que hace mucho tiempo es conocido y familiar.
Los diversos autores ponen a prueba y optan por diversas traducciones. Algunos, partiendo de que “excita angustia”, lo traducen como “inquietante extrañeza”; otros, poniendo el acento en lo familiar, como “inquietante familiaridad”. Siguiendo a Freud podemos decir que lo siniestro es aquello que para el sujeto le viene desde lo que hace mucho tiempo es conocido y familiar, pero que indudablemente no se le presenta como tal. ¿Y qué es lo que tiene esas características? Lo más primitivo en su constitución atañe al tiempo lógico en que ocupaba el lugar de objeto para el deseo del Otro. Es la constitución del sujeto como das Ding.
Varios autores trabajan esto para pensar ese tiempo lógico que habita al parlêtre y que de diferentes modos, y no exclusivamente en la psicosis, puede desencadenar fenómenos de despersonalización, de persecución o de
autorreferencia. Lo siniestro es lo que viene a irrumpir en el júbilo del cuerpo especular, lo que despedaza el semblante, corre el velo de lo imaginario y no acepta articulación simbólica. Como la imagen que vio Freud cuando se abrió la puerta del vagón del tren y el sacudón le mostró, en el reflejo del vidrio, la imagen de un viejo ya pronto para ir a dormir.
Paradójicamente, ese lugar en que el sujeto se encuentra en manos del Otro, inmerso en su goce, esclavizado por su demanda, subordinado a su deseo, alienado a sus significantes y que le sobreviene como unheimlich, es un tiempo lógico que es condición para su existencia como sujeto. Al decir de Freud, que lo toma de Schelling, “[…] es todo lo que estando destinado a permanecer en secreto, en lo oculto, ha salido a la luz”. (3) El fenómeno del doble es paradigmático de este sentimiento de lo siniestro. Por eso, varios autores lo toman para dar cuenta de él. Por ejemplo, Isidoro Vegh lo dice en estos términos: “También el fenómeno del doble sería la puesta en la escena real de un tiempo supuestamente superado, el que muestra el modelo óptico de Lacan como su primer tiempo, cuando el infans encuentra su yo como ideal –yo ideal– en el campo del Otro. Su irrupción, aún en neuróticos, nos estaría indicando que el archivo nada pierde y que su actualización puede verse incitada por insuficiente paso por el procesador lógico que caracteriza al inconsciente como lógica de incompletud, o bien por incitaciones que desde la realidad promuevan la vía inadecuada al retorno de lo igual.
[…]
Su retorno demoníaco es el retorno de lo que el sujeto no gobierna, compulsión de repetición, repetición de lo mismo, de un mismo goce que como real, aterra al sujeto al cual ignora. Retorno como otro, en el doble, retorna
como lugar inmanejable, donde el shifter no admite al sujeto e impera el Otro”.
Juan David Nasio, en la entrevista que nos concedió para este número, también se refiere a la experiencia del doble para decir que lo siniestro anida en el narcisismo más primigenio, ahí donde no están definidos o diferenciados los campos del Otro ni del sujeto. Lo dice en estos términos: “La inquietante extrañeza, en Freud, es la inquietud que provoca en mí lo familiar, lo conocido, lo archiconocido, tan archiconocido que es el doble, que soy yo. Por eso, si uno relee bien el texto, Freud se inquieta frente a la imagen de él en el vidrio, ¡pero es la imagen de él! No es la imagen de alguien que es un monstruo.
Entonces, esa traducción, «inquietante extrañeza», ha llevado a que mucha gente (yo incluido, en un primer tiempo) creyera que se trataba de la inquietante monstruosidad, de un monstruo inquietante. ¡No! Es la inquietud
que provoca en nosotros lo más cercano a nosotros, lo más parecido a nosotros. Me parece extraordinario ese texto de Freud porque señala un fenómeno psicológico muy interesante: Freud se asusta de algo que, en realidad, es él, es su propio reflejo en el vidrio. Se trata de la angustia provocada no por una cosa grave que pueda ocurrir o por algo que sea completamente inimaginable, inhumano. ¡No! Es la angustia que se produce ante mí mismo, en el yo mismo, cuando me acerco al espejo, miro mi cara y, de pronto, descubro un granito en la piel, me asusto y digo: «¿Y eso qué es? ¿Pero no será un cáncer? ¡Ay, ay, ay!». Y me asusto. Esa es la angustia de la inquietante extrañeza. Es realmente mi imagen en el espejo, esa cara que conozco de memoria, esa cara que veo todos los días desde que soy niño y tengo una conciencia lúcida. Yo diría que uno se ve desde el estadio del espejo, entonces, esa cara la conozco y, sin embargo, cualquier día uno va al espejo, mira un lunar que tiene en el cuello y se asusta porque ese lunar tiene una forma diferente.
[…] No hago más que transmitir lo que yo entendí y que me parece que tiene un alcance clínico mucho más profundo y mucho más cercano que pensar que es la inquietud de que aparezca un monstruo detrás de una columna o detrás de una puerta. Por eso es el «doble» y no es el «otro». Sartre decía «el infierno son los otros»”. Freud, con la inquietante extrañeza, dice que «el infierno es uno mismo». Esto me recuerda a una paciente que
frente a la aparición de lo “panicoso”, como ella llamaba a una intensa angustia paralizante y terrorífica que la tomaba frente a diversas experiencias que, aunque buscadas, eran novedosas en su vida –como un embarazo o el
estreno de una de sus obras–, se decía “rescatate”, y solía ponerse a escribir. ¿Qué tienen en común el psicoanálisis y el acontecimiento estético sino posibilitar una praxis en la que haya un tratamiento de lo real por lo simbólico? Recordemos que el artículo Lo siniestro es de 1919, o sea que está a las puertas de la elaboración y conceptualización de Más allá del principio de placer, de 1920, giro capital en la historia del psicoanálisis por el lugar que va a ocupar la pulsión de muerte.
Si la angustia, al decir de Lacan, es la única traducción subjetiva del objeto a, la angustia terrorífica, indómita, que se presenta como extrañeza, aunque anide en lo más íntimo del sujeto, la de lo Unheimliche no tiene traducción,
es intraducible, no hay palabra que la pueda ceñir, a pesar de los esfuerzos etimológicos iniciados por Freud en su célebre texto.
Entendemos que allí tiene lugar el arte, la producción estética, la invención, particularmente aquella que no concierne ni a lo bello ni a lo armónico ni a la buena forma. Freud encontró que el Romanticismo alemán, en
su prolífica fantasmagoría, tuvo mucho que decir al respecto y echó mano del cuento de Hoffmann, El hombre de la arena.
Es interesante el lugar que ocupa la obra de arte, la que le proporciona otro lugar de alojamiento al sujeto, más allá de la imagen especular, un lugar de vaciado (moulage) de aquello que se pergeñó en la propia matriz o molde
(moule) de constitución del yo del artista. (4)
Varios de los textos de este número de LaPsus Calami trabajan lo siniestro desde diferentes expresiones del arte. Citaremos solo algunos, los que reflexionan sobre artistas cuya obra es visual. Por ejemplo, Juan David Nasio
cita a Vallotton y su obra pictórica, en la cual vuelca ese sentimiento angustioso, amartisse, amargura. Diana Voronovsky, a Francis Bacon. Lucia Serrano, a Rothko, para quien “la pintura no es sobre la experiencia. Es
una experiencia”. Alba Flesler, a Roland Barthes, quien sobre la fotografía dice: “Es el advenimiento del yo mismo como otro”.
Textos que dicen que frente a lo siniestro, cuando colapsan las coordenadas del fantasma, se sacude la utópica “realidad” e irrumpe lo real. Tanto el artista como el que queda extasiado con su obra, encuentran otro lugar donde alojarse, un heim que no sea Unheimliche, un marco diferente del espejo del Otro. Didi-Huberman (5) diría “lo que nos mira” cuando vemos y nos ubica en la dimensión de otro umbral, donde el tiempo es otro que el
del cuerpo de la imagen especular sancionada por el Otro.
Arte de levare y no de porre, la praxis psicoanalítica, al igual que el acontecimiento artístico, produce ese vaciado indispensable para que en el lugar del exceso asfixiante del objeto germinen las vivificantes hebras del deseo.
(1) Recordemos que la noción de “angustia automática” fue introducida por Freud al reformar su teoría
de la angustia en Inhibición, síntoma y angustia (1926), es decir, algunos años después de escribir Lo
siniestro, y se diferencia netamente de la angustia señal, que es una señal de alarma para el sujeto ante
lo traumático.
(2) Ver el trabajo de Norberto Ferreyra en el presente número.
(3) Sigmund Freud: “Lo ominoso”, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979, vol. XVII,
pág. 225.
(4) Ver los párrafos traducidos del libro Arte y psicoanálisis, al final de la entrevista con Juan David Nasio.
(5) Georges Didi-Huberman: Lo que vemos, lo que nos mira, Ed. Manantial, Buenos Aires, 2004.