Por Gabriela Spinelli

It was the nightingale, and not the lark
that pierc’d the fearful hollow of thine ear.

William Shakespeare

Mi intención inicial fue que nos detuviésemos en la relación entre lo que llamamos “vertiente sonora de la voz” y el “objeto a voz”. Así comencé a diseñar esta nota de lectura, y en el momento en que estaba dándole las últimas vueltas al texto, me encontró, una vez más, Shakespeare. Y quién sino él podría expresar en dos líneas una tal paradoja, solo desentrañable por la topología. Conservé la cita en idioma original porque en las distintas traducciones poéticas que pude hallar se pierde cierta crudeza de lo enunciado: un sonido (para el caso, el canto de la alondra) perforó el temeroso/terrible hueco/vacío de tu oído… un vacío perforado por un sonido… Fue así como vislumbré que es alrededor de la función del vacío que se pueden enhebrar las cuestiones que me gustaría compartir con ustedes.

a. Concepto, término, palabra

Quisiera comenzar llamando la atención de nuestros amigos lectores quienes notarán, recorriendo esta LaPsus Calami, con qué facilidad podemos deslizarnos entre el estatuto sonoro y el “lógico” de la voz, como así también entre la voz como término del diccionario y la voz como concepto psicoanalítico.

Se vuelve precisa, por consiguiente, una primera observación bastante general (válida a su vez para muchos conceptos del psicoanálisis), pero que no por ello pierde su relevancia. Vives la enuncia de este modo: “La voz ya no debe ser entendida en el sentido corriente del término”, observación que conserva toda su importancia porque confundir los conceptos con los términos lexicales conduce a no menores desvaríos, incluso en nuestra clínica.

Silvia Amigo nos permite avanzar en la diferenciación cuando dice que la voz “no es necesariamente fónica”. Subrayo en primera instancia el “necesariamente” y me pregunto: ¿será por ello que la voz en su estatuto conceptual es tan difícil de aprehender? Si lo que define a la voz en términos del discurso corriente (e incluso en el diccionario) es su sonoridad, La- can nos enseña que es en la afonía donde aparece la voz en su más cru- do estatuto de objeto. Suponiendo entonces que acordamos que la voz no “equivale” a lo sonoro –mas no es sin ello–, quedan preguntas abiertas sobre esta diferencia y sus posibles consecuencias clínicas.

b. Puro objeto lógico

Comienzo con un párrafo de Adriana Hercman: “El a adviene como resto y testimonio de la constitución del sujeto en el campo del Otro que por esta operación resulta dividido y los objetos pulsionales van a la serie de equivalencias del a, punto alrededor del cual gira la pulsión y en el que el sujeto podrá reconocerse, al cabo de un análisis, en su existencia más radical”. Norberto Ferreyra nos recuerda que “voz, mirada, he- ces, lo oral, tienen que ver con los objetos parciales en tanto hacen semblante de objeto a –no son el objeto a sino que hacen semblante, porque no hay ningún objeto que sea[1] el a”.

Numerosos colegas se apoyaron en el seminario sobre la angustia, en el que Lacan despeja la función de la voz como objeto a, función a la que define como esencialmente lógica, “más allá de todos los efectos sonoros o musicales que conocemos”. Esto lo impone como puro objeto lógico, o sea, resto de la inscripción del sujeto en el Otro y que funda una diferencia con respecto a las sonoridades.

En el caso del objeto voz, Lacan es muy preciso: para “[…] el sujeto en vías de constitución, debemos buscar el resto, ciertamente, en una voz separada de su soporte […]”.[2] En tal sentido, Linietsky escribe que: “En el seminario sobre la angustia Lacan afirma que la voz es la verdadera alteridad a lo que se dice, responde a que se diga, pero no responde ‘por’ lo que se dice. La voz responde porque resuena en el vacío del Otro como su falta y por eso es el objeto que más nos aproxima al inconsciente. En ninguna parte el sujeto está más interesado en el Otro que por la voz. Porque el vacío del Otro no es físico, no es sonoro, es simple, es la falta de garantía del Otro, que hace a su estructura.

La voz es el objeto que pone en juego en todos los casos, la cuestión de la garantía en tanto tal, y esto es algo que no debemos perder de vista en nuestra práctica”. Cuestión de la falta de garantía como un modo de decir del vacío fundante.

En el citado seminario, Lacan continúa diciendo que es en este vacío donde resuena la voz como distinta de las sonoridades, no modulada sino articulada respecto a la palabra.[3] ¿Qué quiere decir esto? Que no debemos buscarla tanto del lado de la música, sino en sus relaciones con la palabra. Aquí nos viene bien una cita de su posterior seminario, “[…] la voz es el producto, el objeto caído del órgano de la palabra […]”.[4]

c. Voz, sonoridades, vacío, lenguaje

Por esta vía encontramos: separación, corte, vacío… no sin una relación con el lenguaje. Así lo expresa Benjamín Domb tomando a Heidegger: “[…] entre el viviente (su voz) y el hombre (y su lenguaje) se abre un abismo”. E irá más profundo en su planteo al decir que: “Con la adquisición del lenguaje se pierde la voz. Si bien el significante requiere de la voz para que sea oído, la voz se pierde, queda oculta detrás de aquel y los sentidos”. De tal modo que “una voz puede decir, pero no hablar”. Por su parte, Diana Voronovsky nos acerca sus consideraciones (a partir de una noción de Roberto Harari que titula el trabajo en este número) acerca de una “esquizia de la palabra y la voz” que supone una ruptura del “amor entre la voz y la palabra”. Y es entonces que, si “la palabra vela la voz”, la noción de Realenguaje,[5] hincando en la mencionada esquizia, se apoya en “lo sonoro que nos ofrece la voz” para hacer posible “la eficacia de una incidencia” que hinque en lo pulsional. Desde su planteo, sea en la incidencia del analista o en el hablar de un analizante, pueden acaecer un decir sin hablar, un hablar sin decir y la entrada de la pulsión en el decir, no sin la seriación significante. El objeto a voz per- mite, de este modo, aproximarnos a otro orden de experiencia en el análisis, que la noción de Realenguaje conjuga.

Podríamos tomar aquí aquello que refiere Lacan en el seminario sobre los cuatro conceptos, cuando habla de atravesar el fantasma (en su uso fundamental) para intentar acceder a la pulsión. ¿Podría pensarse como un atravesar la voz sonorizada que reviste el vacío sonoro (real) del objeto a? Retomando la diferencia entre la voz, las sonoridades y la relación con el lenguaje… Isidoro Vegh plantea una distinción entre “la voz coloquial, la voz del encuentro con el otro” y “la voz que sostiene la palabra”, voz cuya aparición requiere la eficacia del lenguaje.

Otro modo de entender el corte entre la voz y las sonoridades es articulado al orden del decir. Para Silvia Amigo, si hubo corte adecuado para que deje de atronar la voz del Otro como superyó, “el sujeto habrá encontrado su voz”. Este encuentro con su propia voz, su decir, será fundamental para pensar el fin del análisis.

Norberto Ferreyra propone que no cualquier sonido es voz, así como tampoco la voz está dada de entrada y para siempre. Con esto entendemos que se aparta de cualquier orden de “naturalidad” al proponer que la voz “se construye”, en estrecho vínculo con el decir. ¿Con? Habría cierto consenso en que “si todo va más o menos bien”, en el momento lógico de la separación el sujeto podrá situar su voz como objeto a, o sea, la parte insensata de su enunciación en el vacío del Otro, donde puede sonar otra cosa que el sentido. Posibilidad de encuentro con la mencionada alteridad en lo que se dice, siendo que la voz descompleta (vacío que se perfora) develando la falta de garantía en el Otro e impulsando el deseo. Nuevamente, ausencia de sentidos únicos, unívocos, fundamental para que un análisis sea posible.

Como verán, nuestros interrogantes continúan abiertos.


[1] La cursiva es mía.

[2] Jacques Lacan: El Seminario, Libro X: La angustia, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006, pág. 296.

[3] Ibíd., pág. 298.

[4] Jacques Lacan: De los nombres del padre, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2005, pág. 84.

[5] Roberto Harari Palabra, violencia, segregación y otros impromptus psicoanalíticos, Ed. Catálogos, Buenos Aires, 2007, págs. 19-48.