Por Noemí Sirota
En el texto de Jorge Linietsky encontramos una excelente ocasión para construir, siguiendo el hilo de sus comentarios, una “formidable pregunta” con la que entrar en la cuestión de la voz en tanto objeto en la pulsión invocante, articulando sus ditmensiones con el campo del goce, en el punto que hace límite entre el placer y su más allá. Para nombrar esa marca, Linietsky evoca el dicho de Freud, del que Lacan se hace eco: el “penar demasiado” es lo que autoriza nuestra intervención en la experiencia del análisis.
Es muy interesante la referencia a Subversión del sujeto… con la que el texto nos propone partir. Una frase que toma provecho, como lo hace Lacan, del hecho –que más tarde formalizará de derecho– de escuchar una homofonía que resulta fecunda si ponemos a trabajar la “función” de la letra. Se trata del hallazgo de una diferencia que indica un equívoco al hacer eco en la repetición: Jouis! (¡goza!). J’ouïs (oigo). De esta forma, el autor nos plantea el papel que el superyó, esa “instancia” que para Freud es la conciencia moral como heredera del complejo de Edipo, se trans- forma, con la lectura de Lacan, en una pseudoinstancia.
Cabe una reflexión acerca de esta transformación. Entiendo que llamar “pseudoinstancia” al superyó indica la diferencia necesaria entre el imperativo que el significante engendra al entrar en lo real, que produce un orden de significancia (simbólico-imaginario), mientras su efectuación en el fantasma (imaginario-real) da una orden de distribución de goce en el cuerpo, lo que sucede porque el objeto a es lugar de concentración de goce, RSI.
“Sus fantasmas los gozan”, dice Lacan al proponerse discernir “qué le concierne” al Otro cuando queremos ubicar al “Uno que habla”. El autor también nos recuerda que en el Seminario XX: Aun leemos: “Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó”. Es la voz, entonces, ese objeto, sitio de concentración de goce, lo que transporta la dimensión imperativa del significante y esa orden que cae sobre el hablante “como si fue- ra” la voz del Otro (si existiera), efectuando su ley y su oscura autoridad. Jouis!/J’ouïs indica “[…] un lugar desde donde se vocifera [que de] con servarse, hace languidecer al ser mismo”, afirma Linietsky, recordando nos la forma en que ese “penar demasiado” puede ser devastador y conduciéndonos a ubicar el efecto de la voz como objeto en el trazado que implica el recorrido de la pulsión invocante, la “más cercana al inconsciente”. “Jouis!/J’ouïs como presentación de la voz en la pulsión invocante recorta la dimensión de la demanda”, indicando así la necesidad de discurso de situar las condiciones de ese recorte. Esas condiciones, entiende, son la escritura algebraica $ losange D y la escritura topológica en “el abrazo de los toros” con la que Lacan escribe el agujero del deseo del sujeto, llenado por la demanda imperativa del Otro: jouis! (¡goza!) deviene j’ouïs (oigo) y detiene, desvanece al sujeto en la obediencia a la voz. El oigo pone en juego un silencio del sujeto que, en verdad, es un enmudecimiento. Se trata de un instante en el tiempo pasivo del circuito de la pulsión invocante. Linietsky afirma que allí se interrumpe (no llega) la realización del circuito, en cuyo tercer tiempo puede producirse el goal relativo al machen, hacerse oír, para faltarle al Otro.
¿Se trata de que se oiga (j’ouïs) otra cosa que la orden, ¡goza! (jouis!) o que se escuche en el equívoco de la letra una diferencia? Se oye “¡goza!”, pero el que habla, al responder, ¿qué quiere al decir “oigo”? Es allí que podemos intervenir, nos autoriza el hecho de que el equívoco salió de su boca, pasó por sus labios.
¿Qué implica, entonces, nuestra intervención? Un tiempo para seguir ha- blando que hace “lugar” de palabra a lo que venía siendo un “sitio” de goce. Si como nos recuerda Noberto Ferreyra en El decir y la voz…, es el cuerpo del analista, su presencia en la transferencia –en el lugar de semblant de objeto a– lo que permite elaborar el goce, entiendo que en su intervención el analista pone en juego el poder de esa presencia “en cuerpo”, a condición de no usarlo. Ese “hacerse hacer” que implica “llegar” al tercer tiempo en la elaboración de la pulsión “hace eco” al resonar en los dichos del analizante como “otra cosa”, siendo el eco lo que hace de la voz alteridad, porque vuelve del campo de Otro.
De este modo, entiendo que la lectura que Jorge Linietsky nos propone al final de su trabajo, tomando el momento de concluir y la afirmación “yo soy un hombre”, junto con la estructura de la prosopopeya como fi- gura retórica, es, a la luz de los desarrollos que nos permiten seguir diciendo: “Soy uno que habla”.