Ya antes de abrir los ojos, el infans está inmerso en el mundo de los sonidos, de las palabras, del baño del lenguaje.
Varios de los trabajos de este número de LaPsus Calami mencionan dos singulares especies de objetos de la pulsión que, aunque presentes en la obra freudiana, Lacan dis- tinguirá, retrabajará y acentuará su fundamental participación en la constitución del cuerpo pulsional. Ellos son la voz y la mirada.
Me referiré en esta nota de lectura a los trabajos de Erik Porge Entre voces y silencios. Torbellinos del eco, quien inicia su texto con este párrafo: “[…] «las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir», el término «eco» es, en mi opinión, para tomar a la letra. Esto tiende, por otra parte, a dar a la pulsión invocante un carác- ter genérico en la combinatoria de las pulsiones, en tanto que esta es «la más próxima a la experiencia de lo inconsciente»”. También trabajaré el texto de Silvia Lippi, El espejo en la neurosis y en la psicosis…, que otorga
a la pulsión escópica un rol privilegiado en- tre las pulsiones. Dice la autora: “[…] la mirada se inmiscuye fácilmente en toda forma de goce”. Y enfatiza que lo visual detenta un doble rol: pasivo (ser visto) y activo (ver). Vemos que ambos autores, en esos textos otorgan un ribete particular: Porge al objeto voz y a la pulsión invocante, Lippi al objeto mirada y la pulsión escópica, en la constitución del cuerpo pulsional y la estructuración subjetiva.
Ese protagonismo se detenta en la clínica. Las peripecias respecto de las identificaciones del yo, respecto de la constitución del cuerpo especular, del cuerpo imaginario y del cuerpo pulsional, se hacen oír, repercuten en diversos fenómenos de lo Unheimliche, propios de lo que algunos autores llaman “inquietante extrañeza”, “inquietante fa- miliaridad”, “lo siniestro”, “lo ominoso” –caracterizados en la clínica por la despersona- lización, desrealización, autorreferencia, autoscopia y fenómemenos alucinatorios de distinta especie (auditivos, visuales y cenestésicos).
En esa gramática que se juega con el Otro para la constitución de la pulsión, la voz y la mirada son las dos especies de objeto que protagonizando el drama especular para la constitución del yo, en el estadio del espejo, son susceptibles de devenir siniestramente alucinatorios.
En el drama de la constitución del yo en el estadio del espejo, interviene la mirada del Otro y la voz del Otro, que con el asentimiento primordial certifi a que ese infans de carne y hueso es otro, es decir, ese cuya imagen unifi ada refl  a el espejo, que pacifica el cuerpo fragmentado autoerógeno e inaugura el nuevo acto psíquico que es el
narcisismo, provocando júbilo.
Como decíamos previamente, Porge parte del conocido aforismo “las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho que hay un decir”, dándole un lugar hegemónico y prínceps a la pulsión invocante para la constitución del circuito pulsional en las varias especies del objeto. Como cuando Lacan propone respecto del pecho que el objeto de la
pulsión es amboceptor y cesible, está hablando del objeto oral pero es extensivo a las otras especies de los objetos, a los fines de la estructuración del yo y del cuerpo habitado por la pulsión.
Propone lo que denomina “estadio del eco” como estadio de un origen “torbellinario”. Es “torbellinario” el origen de la pulsión invocante, lo que puede hacerse extensivo a todos los demás circuitos pulsionales.(1)
Porge se pregunta: ¿cómo definir físicamente un torbellino? Se puede decir que se trata de una superficie (acuosa, aérea u otra) animada de un movimiento rotatorio en espiral alrededor de un agujero. Hay velocidades de rotación diferentes según los lechos.
Para referirse al torbellino, cita a varios autores, como Edgar Allan Poe, Henri Poincaré, Theodor Schwenk,  Marguerite Duras y a Walter Benjamin, cuando en su ensayo sobre el drama barroco alemán, dice: “El origen es un torbellino en el río del devenir”. Y agrega Porge: “«Torbellino» califica de manera apropiada una estructura que porta en sí la cuestión de su origen, reproduciendo lo que está en el origen”.
Trabaja el caso de Louis Wolfson, quien intenta neutralizar sus alucinaciones verbales, acompañadas de un gran sufrimiento, cuando escucha la lengua inglesa que es la materna. A través de sofisticadas operaciones lingüísticas como la transposición, la epéntesis y los parentescos etimológicos efectuados en otras lenguas como el francés,
intenta neutralizar el efecto unheimlich de la voz materna. Esas alucinaciones tienen, por su “intrusividad” y vibración, un carácter netamente siniestro.
Porge enfatiza el lugar de las consonantes sobre las vocales, como las que hacen escansión, las que introducen la discontinuidad en la continuidad. Afirma que es por las con-sonantes que se produce la implantación del  significante en el cuerpo y el acontecimiento del sujeto en lo real.
Por su lado, Silvia Lippi acentúa el rol privilegiado de la pulsión escópica entre las pulsiones. Detalla las  dimensiones del cuerpo imaginario constituido por la proyección de una superficie, el cuerpo real sede de la  fragmentación pulsional y el cuerpo simbólico recortado sintomáticamente por el lenguaje, como sucede en la conversión histérica. La autora afirma que la consistencia de diversas alucinaciones es homogénea a las diferentes pulsiones. La pulsión y la alucinación se corresponden, ambas tienen la misma materialidad: el cuerpo, cuerpo que se apodera del sujeto a través de la alucinación. Es en el entramado del estadio del espejo que la autora ubica las fallas posibles de la estructuración subjetiva que hacen aparecer allí fenómenos alucinatorios del orden
de lo siniestro.
Para que se constituyan las especies del objeto a, insoslayables para la estabilización del fantasma, debe fracasar la identificación con el falo, y este fracaso se constituye cuando el adulto, con el asentimiento primordial, pronuncia al bebé de carne y hueso, señalando su imagen en el espejo: “Tú eres eso”. Paradójico drama especular en que
el sujeto queda dividido entre el cuerpo unificado de la imagen en el espejo y lo imperfecto, privado de la coordinación motriz y dependiente del Otro que es su cuerpo real. Esto, indisolublemente mediatizado por la distancia que separa a ambos.
El sujeto es uno pero también es otro, efecto paradojal que se evidencia siniestro en la experiencia de despersonalización, desrealización, autoscopia, diversas manifestaciones de lo siniestro que para la autora no son exclusivas de la psicosis sino que también pueden darse en la neurosis.
La experiencia del doble es paradigmática de ese sentimiento de lo unheimlich y ofrece una semiología que va desde la más sutil despersonalización a la alucinación del doble.
Afirma Lippi: “La imagen especular incluye la falta: desajuste entre el cuerpo y su imagen, distancia entre los dos, distancia que permite mantener lejos –imperfecta, incompleta– la identificación con el falo”.
Las consecuencias de estos avatares de lo imaginario se manifiestan de modo diferente en la neurosis y en la  psicosis. Dice la autora: “En la neurosis, la falta (el falo) deviene lo imprevisto representable, se encarna en la imagen que fascina al sujeto. […] El sujeto no se encuentra más ahí: es la despersonalización. […] la relación dual pura desposee al sujeto de toda relación con el Otro simbólico, capaz de instaurar una distancia entre el sujeto y su imagen. […] Generalmente, estos estados son pasajeros en la neurosis.
En la psicosis, las cosas se llevan de otra manera. La angustia se transforma en pérdida identitaria y/o en  sentimiento de persecución. Para Lacan: «[…] este sentimiento de relación de desposesión remarcado por los clínicos para las psicosis, desposee al sujeto de esta relación al Gran Otro. […]»”.
Vemos que ambos autores señalan a la voz y a la mirada como objetos pulsionales esenciales en la constitución subjetiva y en la estabilización fantasmática, cuando es posible su constitución.
Creemos que ambos textos tratan, con suma rigurosidad, la particularidad de los circuitos escópico e invocante y la gramática que ponen en juego y cómo pueden llegar a transitar los laberintos de lo Unheimliche. En el armado de la pantalla imaginaria en la constitución del yo, ambos objetos pueden volverse de una inquietante familiaridad, de lo Unheimliche, ofreciendo una variada gama de manifestaciones en la clínica que nos compete.


 

(1) Es interesante, respecto del origen “torbellinario” de la pulsión, lo que desarrollo Roberto Harari en
el libro La pulsión es turbulenta como el lenguaje. Ensayos de psicoanálisis caótico, Ediciones del Serbal,
Barcelona, 2001.