Por Ilda Rodríguez
“En mis obras las citas son como atracadores en acecho en la calle que con armas asaltan al viandante y le arrebatan sus convicciones.”
Walter Benjamin[1]
En nuestro epígrafe se despliega una perspectiva de su autor respecto del poder o la posición de la cita, no especialmente en su función de transmisión o autoridad en la cultura, sino en su capacidad de “[…] hacer limpieza con todo, de extraer del contexto, de destruir”.[1] De nuevo, al separar ese fragmento de su contexto inicial –el texto de un/a autor/a de un artículo de LaPsus Calami–, pierde su inteligibilidad tradicional, cargándose de cierto extrañamiento y de una efectiva fuerza rupturizante. Ahora bien, sin duda, la cita también entraña un peso de ver- dad debido a su aparición alejada del entramado inicial y a la vez lo hace en una comunicación que no asegura la misma garantía del “original”. En todo caso, el citar fuera de la trama que le dio origen destruye el orden en que ese texto encuentra su valor y su sentido.
Cabe destacar también que es preciso que haya una concordancia entre el objeto del que se trata en nuestro psicoanálisis y la manera de hablar de él. Lacan pone en acto esta divisa de su enseñanza anticipando que “[…] por lo esencial este método[2] no se distingue del objeto abordado”,[3] es decir que el modo de escribir-hablar sobre él implica la manera en que se lo trata en la praxis de cada psicoanalista; en esta ocasión, de aquellos que han donado sus escritos para LaPsus Calami.
Por otro lado, el maestro francés nos recuerda que si él escribe como lo hace es porque no olvida jamás que “no hay metalenguaje” y que hay lo imposible de decir: “[…] es justamente por eso que es de lo real”.[4] Ahora bien, la cuestión que nos tiene en este número, lo pulsional de la voz y la mirada, será ofrecida a su lectura, en esta ocasión, con matices que ponen en primer plano controversias en su tratamiento y elaboración conceptual, aunque especialmente dan en hablar de las diferencias de concepción, de lectura, de momentos diversos en su puesta a punto por Freud o por distintos tiempos en los desarrollos de Lacan, no menos que de su escritura en la praxis de cada uno de los textos propuestos por los psicoanalistas, en esta ocasión.
Por ejemplo, Roberto Harari puntúa acerca del objeto a voz –el último en ser formalizado por Lacan–, fundamentando su propuesta novadora en tanto esquizia del habla y de la voz –introducida en la clase del 19 de febrero de 1964 del Seminario XI.[5] Es su moción llamar a esa pulsión fo- nante, porque se haría referencia a lo ligado con la emisión “[…] y ahí se localiza precisamente la cuestión en juego: la puesta en acto de una efectuación corporal, y ya no una invocación destinada a una (omni) potencia ausente”. A contrario imperio, Isidoro Vegh nos recuerda que: “Una definición –como toda definición, dice algo y algo no dice– nos permite presentar a la voz como portadora del paso de un significante a otro”. Planteará también, valiéndose de un ejemplo, “[…] el grito como lo que antecede a la voz […]” y esta, “[…] como cualquiera de los objetos pulsionales, es un producto, del mismo modo que decimos que el sujeto es un efecto”. Así, concluye en este desarrollo que “[…] la voz como objeto de la pulsión invocante, es una invocación dirigida al otro en tanto el Otro significa esa voz que le llega como demanda”.
Por su parte, Norberto Ferreira, subraya que “[…] el análisis es una singularidad particular de la conversación, y aquí aparece la voz. ¿Por qué digo aquello? Porque el análisis se conduce desde la posición de analista y así, quien escucha determina al que habla. Es decir, alguien va a hablarle a otro según como ese otro lo escuche”, situándose ejemplarmente en la situación analítica propiamente dicha. Al respecto, Lacan nos dice en el Seminario XXIII[6] que para que este decir consuene, es preciso que ahí “[…] el cuerpo sea sensible y esto es un hecho”. ¿Por qué sucedería de tal modo? “[…] porque el cuerpo tiene algunos orificios, de los que el más importante, porque no se puede taponar, clausurar, es la oreja, por- que no puede cerrarse, que es a causa de eso que responde en el cuerpo, lo que he llamado la voz”. Y agrega: “Lo embarazoso seguramente es que Il n’y a pas que l’oreille, (no hay sino la oreja)[7] y que le hace una eminente competencia la mirada”.[8] Ahora bien, que la mirada le haga “competencia” allí, ¿designaría un sentido resistencial respecto de la articulación pulsional montada por la voz? A nuestro entender, no hablaría de un alcance de prevalencia, sino de obstrucción.
En su texto, Jean-Michel Vives bosqueja su hipótesis respecto del trata- miento con niños autistas a partir de una investigación llevada a cabo con ciertos pacientes que establecen una única relación con la voz maquínica –negada a otros sujetos parlantes– en el punto en que “[…] la desaparición de la voz natural causa el borramiento del timbre”. Este real –así lo plantea– sería lo que cae en el uso de la voz maquínica completamente creada, lo que resulta que un “decir” se vuelva audible. A ese respecto, conjetura una relación entre la desaparición del timbre y consecuente- mente, el borrado de la enunciación. “La voz maquínica presentaría ese punto sordo que el sujeto no habría podido realizar”.
Dicho lo cual, y volviendo a la cuestión de la mirada, Harari concibe que “la castración en lo escópico no se juega de modo muelle, por cuanto ella es «elidida» con relativa facilidad”.
Para ir concluyendo, se ha afirmado en varios textos que el objeto voz es el más cercano a la experiencia de lo inconsciente, aunque se tratará de mostrar que, “al mismo tiempo, es también el más alejado”.[9]
[1] Walter Benjamin: “¿Qué es el teatro épico?”, en Tentativas sobre Brecht, Ed. Taurus, Madrid, 1985.
[1] Giorgio Agamben: El hombre sin contenido, Ediciones Áltera, Barcelona, 1970.
[2] Lacan hace referencia al modo de enseñanza del psicoanálisis, en su seminario.
[3] Jacques Lacan: Le Séminaire, Livre X: L’angoisse, Ed. du Seuil, Paris, 2004, págs. 282-283.
[4] Jacques Lacan: Discours de Tokyo, 1971.
[5] Jacques Lacan: El Seminario, Libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1989, págs. 75-85, siendo introducida en la clase del 19 de febrero de 1964 y vertida en su versión oficial como “La esquizia del ojo y de la mirada”.
[6] Jacques Lacan: Le Séminaire, Livre XXIII: Le sinthome, clase del 18 de noviembre de 1975; en francés: Il n’ya pas que l’oreille.
[7] Vg. Roberto Harari: El turbulento objeto del psicoanálisis, seminario dictado en Mayéutica. Institución Psicoanalítica, clase del 25 de agosto de 1998.
[8] Por supuesto que no es la única versión. Por ejemplo, Rodríguez Ponte traduce del francés: “No hay solo la oreja”, mientras que otras versiones dicen: “Hay solo”.
[9] Cf. Roberto Harari: “La esquizia del habla y de la voz”, en el presente número.