Por Noemí Sirota
En esta ocasión tomo dos trabajos de esta revista que nos permiten entrar en algunas articulaciones que orientan la práctica del análisis, las condiciones de producción del acto analítico: El decir y la voz y El tiempo en el análisis y el objeto a. Norberto Ferreyra “hace pasar” al decir, en su transmisión, las condiciones materiales del análisis en su dimensión de discurso. Así podemos leer que la voz como objeto es anotado operando como medio (relación) entre un significante y otro, y a su vez, dando razón de la falta de proporción que hace résonne[1] por poner en juego el superyó en su dimensión
El invento lacaniano del objeto a es puesto en nuestras manos para disponer de él, en tanto hagamos lugar a una condición que leemos como advertencia en el seminario sobe el sinthome: “Hacer uso de la letra, como lo hacen los matemáticos”. Esta advertencia pone al día el descubrimiento de Freud, llevado a su límite en Joyce. ¡Pero cuidado, no es para hacer literatura! Él nos invita a dar lugar a Lituraterre, neologismo con el cual pone en ejercicio, en el escrito así titulado, esa torsión que practica al extraer alguna referencia de otro campo de saber para llevarla al discurso del psicoanálisis; esta vez para afirmar que el decir nos da letra para hacer legible el síntoma.
Los de Ferreyra son dos textos de los que podemos extraer las consecuencias que el acto analítico puede arrojar si en nuestra práctica tomamos en cuenta que “[…] las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir”.
Hay precisiones respecto del decir y la voz que el autor releva e interpreta de un texto de Porge, Voz del eco, en el que encuentra los elementos para discriminar la función de “sustento” que la voz tiene como condición para hablar y para hacer silencio. Ofrecer silencio, en la conducción de los análisis, cobra valor de acto de abstinencia que hace lugar.
Es interesante subrayar lo que esta referencia le permite transmitir, de un modo claro y útil, cuando dice: “El silencio del analista también se vincula con la función de la voz como objeto a”. ¿Por qué? Porque el objeto a no es ni voz ni mirada, ni heces ni seno; la función del a es hacer semblant de esos objetos parciales que, por ser “restos” que sustituyen al Otro, solo permiten (ni más ni menos) hacer lugar al intercambio de zonas pulsionales (intrincación pulsional, al decir de Freud). El objeto a, entonces, cumple la función de “permitir la unidad dispersante de estos cuatro objetos, que son objetos pulsionales”. Porque no es objeto empírico, es solo letra que hace borde simbólico-real.
Claramente, así nos ayuda a aprehender que la orientación por lo real en la conducción de los análisis radica en ubicar la grieta que señala en qué punto la unión se revela como disyunción y afirmar que se trata de no pretender cerrarla, sino de abstenerse de dar sentido, ofreciendo una parcialidad. El análisis, entonces, es “el tratamiento de lo real por lo simbólico”, pero la orientación “es preciso que sea real”.
Hay una especificidad de la pulsión invocante que encontramos en El decir y la voz: es una pulsión que pone en juego a la vez dos orificios corporales, y es en esta característica “de doble pertenencia” que Ferreyra nos invita a volver al texto de Porge para reconocer con él que Lacan ya había planteado, en el seminario sobre la angustia, que “el eco es la alteridad del decir”. En esta afirmación podemos escuchar que “hacerse eco” de los dichos del Otro impide hablar con el otro, porque escuchar la voz de Otro hace ruido; impide que “entre” la voz del otro.
Una vez más, encontramos en el texto otra anotación que nos hace concebir la voz como eso que estaría en el origen de cada uno como ser hablante. “Lo que se escucha de la voz, nos viene de afuera y va de una zona a otra”. Quizás sea una bella manera de decir que la voz transporta, hace pasar la relación “con el sexo” de la que habla Lacan en L’étourdit, como el secreto de un erotismo que va de una zona a la otra.
En El decir y la voz retorna lo que repica en su presentación en el coloquio, titulada El tiempo en el análisis y el objeto a, la necesidad de no confundir lo sonoro con la voz y de no desconocer que es del significan- te que podemos discriminar la función del objeto, siendo este, en principio, un resto de la operación del significante por su entrada en lo real. Se trata de “lo que la voz hace escuchar”, lo que eso puede escribir para diferenciar lo mismo y lo otro. Máxima diferencia que hará efectiva el deseo del analista.
Es en este punto que hace “falta” relevar el papel fundamental que cobra en psicoanálisis la función de la letra para leer en lo que se escucha.
¿Qué cosa? Que hay un goce por el hecho de hablar y que por concebir el goce en un campo que se abre en el límite del principio de placer, podemos suponer hay “otro goce” que hace eco y del que hay que hacer “lugar” para hacerse escuchar. Una materialidad diferente, ¿moterialidad?
¿Será esa moterialidad la que pone en juego la disposición que el cuerpo del analista pone en función al dejarse tomar por el decir analizante? Una metáfora diferente entre significante y objeto, dice Norberto Ferreyra. ¿Podríamos afirmar que esa metáfora diferente es la del final del análisis, cuando en las letras del plus de gozar se pueden leer y hacerse escuchar poniendo en causa “su” deseo?
Estas son algunas preguntas, que pretendemos dejar abiertas, para que los textos nos sigan diciendo y haciendo hablar.
[1] Mantengo el término en francés porque, de este modo, le otorgo estatuto formal en tanto función de letra.