Para comenzar a despejar lo suscitado por el encuentro primero con dos de los artículos que componen este número y puesta la consideración en uno de los términos del tema de la revista, síntoma, cabe decir que mi lectura a poco de andar, se ha visto confrontada con una categoría que Lacan en Kant con Sade[i] llama el dolor de existir. Es a su alrededor que se fueron enhebrando numerosos interrogantes, de cuyos ecos se ha diseñado esta nota.
En tal perspectiva- como bien lo sabemos desde Freud – si los analizantes reclaman la felicidad y una cura analítica tienta hacerlos pasar de la miseria neurótica a la infelicidad común, aquel dolor de existir queda en todo caso, oculto por “rivalidades y odios edípicos, enfrentamientos con el padre”, etc. De forma tal que ahí resuena la pregunta que articula el famoso sueño “El no sabía” analizado por Freud y a la que Lacan sitúa de este modo: “¿Cómo no oír ese dolor en estado puro, dolor de la existencia cuando ya nada la habita, sino la existencia misma?” [ii]
En lo atinente a tal apreciación, Diana Voronovsky en su Síntoma, Sinthoma, Escrito y Escritura, resume en breves líneas una distinción radical que hace al síntoma neurótico, afirmando que “La existencia como dolor, de la que el síntoma brinda su inefable testimonio, no es lo mismo que el dolor de la existencia, que no reconoce más que la ausencia de relación sexual” Puntuación de la que se sirve también, para distinguir en ambas posiciones, notoriamente, al síntoma del sinthoma, recalando en la vertiente aludida. En su recorrido no deja de anotar una definición lacaniana canónica, cual es que “El síntoma es metáfora, remite a otra cosa, un no cesar en sí mismo, un más allá” Y a partir de esta toma de distancia en relación al sinthoma, su escritura se desplaza a otro de los ítems destacables en el síntoma, al considerar a su respecto lo que sigue: “Aloja una resistencia: la de un deseo incestuoso, interdicto, con el cual el sujeto se provee protegiendo de ese modo sufriente la ausencia de relación sexual”
De acuerdo con esta tesitura sitúa allí, según entiendo, ese vacío de lo radicalmente rechazado que el recurso del mito edípico pretende taponar, en el intento que se ve convalidado por la pretensión de contrarrestar la evidencia original de este dolor de la existencia.
Precisamente y a su turno, Teresa Nazar en su Letra de la ley y límites del deseo versus límites de la letra y ley del deseo, a partir del tenor investigativo esbozado por la siguiente pregunta –en alusión a los muy frecuentes tatuajes realizados en niños y adolescentes y no menos, a la preocupación oficial en Brasil por legislar al respecto- instala entonces la autora, la cuestión que estamos desglosando, de esta manera: “¿El dolor de las escarificaciones anestesia el dolor de existir?”
Referido a ello, diría que esto es factible por la vía de un ensordecedor programa promovido por copiosas prácticas recusadoras de un goce parcial y limitado, es decir fálico, en pos de un –inexistente, aunque eficaz- goce del Otro.
Sí, pero quien escribe dicho ensayo, vuelca su consideración hacia: “Cuando una falla en la transmisión significante deja al niño en el desamparo, en la incertidumbre sobre lo que él representa para el deseo de sus padres” […] “Son situaciones que exacerban el dolor de existir y que dificultan una construcción efectiva de la imagen corporal. En esos casos, el cuerpo real y el cuerpo simbólico no se articulan debidamente, de ahí resultando una aprehensión insuficiente de la propia imagen”
A continuación, no deja de ilustrar tal referencia aludiendo a la comisión de “un acto transgresor de las leyes de la ciudad [donde] el sujeto escenifica la escena o la falta de escena de su constitución. De ese modo intenta apagar el dolor de existir en un lugar donde se ve juguete de los caprichos del Otro. Actualiza así la realidad inconsciente en lo que, de la pulsión de muerte, su acto muestra.”
Pues bien, en la línea de la predicha puntuación vale decir que resulta indispensable para la vida que algo irreductible no se sepa. Lo cual implica, a mi entender, tomar en consideración la condición de la muerte en tanto Real, imposible de simbolización. Véase entonces, el papel invariable de esta ignorancia necesaria, puesto que no hay otra cosa al término de la existencia que el dolor de existir.
Volviendo a la interrogación de Lacan – que según mi parecer y en ese estricto punto, los textos aludidos tematizan – decía entonces, interrogación fructífera en grado sumo, a la que me gustaría glosar de esta manera: ¿Cuál es, pues, el estatuto de ese rechazo violento de lo que está en juego – como fue decantando de la lectura de los referidos artículos – sino la asunción por el sujeto de ese dolor como tal? Es claro que lo que no se quiere oír- ese dolor en estado puro- consagra la promoción de multiformes y abigarradas prácticas en el intento por contrarrestar tal evidencia.
Hasta aquí, el texto de Teresa Nazar formula su tesis respectiva: “Son modos contemporáneos de mostrar el dolor de existir. Escrituras que rechazan, del instante de ver al momento de concluir, el tiempo para comprender. Ese tiempo necesario para la construcción de una erótica, fundada en el significante de la Ley y del Deseo”.
Por su parte, el artículo de Diana Voronovsky es proclive y afín a situar sus alcances e implicaciones por el sesgo de la modificación de los goces, ya que “en el síntoma el goce fálico, podrido, conlleva el sufrimiento del cual el analizante intenta liberarse, mientras que en el sinthoma por el contrario, el goce es del artificiar, el arte en tanto reino de lo singular , entendido como la posibilidad de sustraerse a la demanda, y encontrar otra versión del goce, ya que en el síntoma un deseo resiste pero no sin dolor.”
Dicho lo cual, cabe retomar una puntuación en referencia a la articulación síntoma-sinthoma que había sido subrayada líneas arriba. De este modo, en el citado texto de Teresa Nazar se hace lugar al sinthoma a partir de la siguiente aserción que será desplegada en diferentes momentos de su artículo: la creencia de tener un cuerpo se presenta como sinthoma, esto es, como enigma, porque al usar “el cuerpo como lenguaje, me interesa tomarlo como sinthoma de otra cosa” Es así que entiende “el enigma del cuerpo en el uso que de él hacemos como lenguaje, más allá de lo que es dicho”, resaltando en una relación privilegiada al sinthoma con lo inconsciente, considerándolo como el único término en guardar un lazo de tal índole. He aquí que articula su trabajo apoyándose en una característica considerada definitoria del sinthoma por el lado del enigma como enunciación que busca enunciado.
Sostengamos abierto un interrogante insinuado por la articulación esbozada en el parágrafo anterior, de esta manera: ¿es que sería posible una vertiente en esa dirección, hacia “lo desabonado de lo inconsciente”, en el sentido de sentar cierta ruptura o suspensión de la ligazón previa con este? Puesto que Lacan en el Seminario 23 nos advierte al respecto que “son vuestros propios sinthomas lo único que interesa a cada uno”[iii] en tanto generadores –cabe agregar- de un goce no enigmático productor del sinthoma, diríamos entonces.
Ahora bien, ¿se trata de matices diferenciales en la formalización de los conceptos? Precisamente en el artículo citado de Diana Voronovsky, se especifica que será la “praxis de lo Real que escapa a toda formalización”, lo que conduce a Lacan “a la consideración del sinthoma para dar cuenta del “todo pero no eso”. Acentúa que el sinthoma alcanza su definición con tal noción crucial: pero no eso: Es en esa negativa –precisamente- que reside el modo de decirle “no” a la demanda del Otro.
Obsérvese que como se afirmaba en la apertura, la interrogación subsiste abriéndose por este sesgo: ¿Cuál es la naturaleza de este dolor de existir? ¿Cabe decir que allí prevalece un goce parcial, limitado, fálico? Más aun, quizá fuera posible avanzar otro paso, ¿es que no hay un goce parcial que no sea fálico? Tal vez, ¿será el recurso de la identificación al sinthoma hacia el final del análisis, en el caso de ser entendida como una modalidad que sirve de “antídoto”[1] contra el dolor de existir? Es claro que lo sería, siempre que se tratase allí de un devenir sustentable en un obrar decidido hacia la invención de lo que fuese para cada quien.
[1] R. Harari, La pulsión es turbulenta como el lenguaje, del Serbal, Barcelona, 2002, p.
[i] J. Lacan, Kant con Sade, en Escritos 2, Méjico, Siglo XXI, 1976, p. 349
[ii] Op.cit.
[iii] J.Lacan, Seminario 23, El sinthoma, clase del