Cuando el síntoma no se muestra
No siempre un niño llega al consultorio del analista con síntomas. En cambio, es seguro que lo hace por las resonancias que tiene para algún adulto. Adulto que en ocasiones no son los padres, pues si ellos no alojaron al sujeto, jamás traerán al niño. En esos casos, si la fortuna lo permite, será otro quien haga sonar la alarma.
Así llegó Mateo. En la escuela comenzaron por registrar que no hablaba, solo emitía algunos sonidos; y a pesar de su corta edad, disintieron con el punto de vista del pediatra que proponía restarle importancia al asunto esperando que fuera a pasar.
La consulta abrió una caja de Pandora que develó al niño como juguete erótico de un vecino que se presentaba como amigo de la familia, “cuidaba” a veces al pequeño y se sacaba fotos junto a él, sin ropa y sin pudor.
La ausencia de palabra se hizo síntoma cuando alguien escuchó su silencio.
Dos opciones que no son
Con los niños, frecuentemente, se ha tendido a creer que su padecimiento siempre hallaba causa en la estructura familiar. Abonando esta perspectiva, se tejieron teorías proclives al determinismo lineal, haciendo recaer el peso del sufrimiento infantil en la balanza causal de los padres sobre los que se prefirió dirigir las intervenciones.
Responsables, cuando no culpables, los padres resultaron presas de una concepción teórica que no atinó a hallar salida de un problema inevitable, propio del abordaje psicoanalítico de un niño.
Error simétrico e inverso, merece destacarse, fue tratar al niño, desde el vamos, como plenamente responsable de sus actos, dándole derechos, merecidos desde ya, pero ignorantes de los tiempos de constitución en la orientación del deseo y la distribución de los goces.
La estructura inacabada de los procesos psíquicos, la imposibilidad de una neurosis de transferencia asentada en la neurosis infantil, aún en proceso de constitución, y la presencia de los progenitores reales, muestra inexcusable de los tiempos en que el sujeto se estaría estructurando, mostraron a los analistas una evidencia de no fácil resolución: un niño es analizable pero no puede ser analizado del mismo modo que un adulto.
Sin embargo ¿en qué estriba su diferencia? Y ¿cuál es su resonancia respecto del síntoma en la infancia?
El síntoma del niño y la respuesta del sujeto
Sabemos que el inconsciente freudiano no es el inconsciente lacaniano. Sin embargo, es en torno al concepto de síntoma en psicoanálisis que se ahondan las diferencias, cuando sus efectos recaen en el análisis de un niño incidiendo en las intervenciones del analista.
¿Cómo no recordar que para Freud el síntoma es una formación del inconsciente cuyas Vorstellung-Repräsentanz son efecto de la represión y en cambio, para Lacan, el síntoma no se constriñe al retorno de lo reprimido sexual e infantil, sino que también deja emerger un trazo del sujeto, cifra liberadora en la que anida un anhelo legítimo de existencia y libertad?
A partir de Lacan, el síntoma no sólo muestra un rostro de sufrimiento que deja al sujeto como presa inmóvil de un goce enclavado; el síntoma, con otra perspectiva, adquiere dignidad, cuando abre y otorga una puerta ocasional al sujeto del inconsciente.
Sin embargo, como la experiencia nos indica, nada va de suyo, la realización del sujeto logra su efecto si se cumplen algunas condiciones. El sujeto del inconsciente se muestra deudor de una lógica de incompletud, motora de sus resortes. Sin ella, no habrá inicio ni apertura, no habrá serie ni sucesión significante.
Dicho de un modo simple pero atento a lo complejo y contingente del asunto, diría que la existencia del sujeto, dependiente de ese origen, se engendrará en los intervalos.
Me propuse recordarlo brevemente para avanzar sobre las consecuencias que la opción entre uno y otro modo de abordar el inconsciente abre en la práctica del psicoanálisis con los niños, más aún cuando el síntoma no tiene lugar.
Fue el caso de Florencia, quien vivía con su madre y el esposo desde pequeña cuando el matrimonio de sus padres de disolvió. Su padre había formado una nueva familia, y muchos años después de haberse separado de su primera mujer descubrió que su hija era abusada sexualmente por el marido de la madre bajo amenazas de matar a los hermanitos.
La ausencia de menarca en la adolescencia fue el único indicador que despertó en la médica que atendía a Florencia una sospecha: que en el cuerpo de la joven se cifraba algún mensaje y ella aceptó ser su destinataria.
No es un mal de nuestra época. De la inclinación que tiene un adulto a gozar del cuerpo de un niño, tomado como objeto, también se ocupó Freud cuando advirtió que los ámbitos institucionales cerrados, sitios en los que conviven adultos y niños, con estructuras y autoridades jerárquicas prestas a ser idealizadas por parte de los niños, son terrenos aptos para el abuso. Así ocurre cada vez que esos mismos adultos dan rienda suelta a las tentaciones pulsionales y abusan de quienes, siendo pequeños, padecen más que en otros tiempos de la vida de escaso saber en lo relativo al sexo.
Es cierto que no resulta fácil determinar si un niño ha sufrido un abuso. Y que muchas son las ocasiones en que un niño no logra responder. Pero ante esas circunstancias, aducir que lo Simbólico no recubre totalmente lo real sexual, no es excusa suficiente para desconocer que en la infancia aun se adeuda el acervo simbólico para delimitar lo no sabido. Tampoco para desconocer las necesarias vueltas recreativas sobre el agujero principal de lo Simbólico, vueltas para aceitar la lógica de incompletud del Otro.
Responsabilizar al niño, desconociendo la exacción de goce[i] del Otro real en los tiempos de constitución de la estructura, tuerce el valor político del síntoma como respuesta del sujeto.
Los tiempos del sujeto
Decir niño no es lo mismo que decir sujeto. Por eso, propongo que el analista atienda al niño pero apunte al sujeto. Pues si admitimos que el niño es un lugar en el Otro proveedor de significaciones y demandas dirigidas a él como objeto del fantasma, prefiero decir que el sujeto es una respuesta; y será respondiendo al Otro que el sujeto dará los primeros pasos a la existencia, ek, fuera, sistere, lugar. Respondiendo sí al Nombre del Padre, y alienándose al Otro primordial, luego le será viable separarse de su campo.
Sólo si en el laberinto contingente de la vida le ha sido donado el intervalo necesario, y la impredecible disposición del Otro lo ha alojado en un campo signado por la incompletud, el niño podrá responder al Otro en lugar de realizar la presencia del objeto en el fantasma materno.[ii]
En ese caso, la presencia del objeto que él era en el nudo de los padres alternará con su ausencia, arrojando una eficacia recreadora de benéfica falta en los goces, en el amor y en el deseo de los padres. La trenza del destino de un niño se tejerá con sus hilos, dando tiempos de lo Real, tiempos de lo Simbólico y tiempos de lo Imaginario para la constitución del sujeto. Es por eso que el concierto de una vida afina sus acordes en conjuntos más o menos disonantes según la calidad de los instrumentos que llegan a manos del ejecutante.
Que el sujeto de la estructura más que edad tiene tiempos[iii], queda evidenciado cuando un adulto llega con enorme sufrimiento a consultarnos pero no atina a formularse pregunta alguna. Cuando aún desesperado, no busca saber, y aquello que revela su posición es un tiempo del sujeto trabado y demoledor a causa de una fallida constitución de la neurosis de transferencia. La ausencia de pregunta, y la impedida búsqueda de saber, invitan al analista a localizar, puntualmente, los tropiezos en los tiempos constitutivos del sujeto, a delimitar el momento en que han fallado los efectos constituyentes de la transferencia, tiempos necesarios para los constituidos que le siguen.[iv] Ausente de la suposición de saber, no halla dónde hacer pie el discurso analizante. Mucho menos para desplegar sus razones.
Es que la partitura de cada singularidad llevará las notas de los goces jugados en el tablero del Otro real. Los bordes y desbordes provenientes de ese campo incidirán habilitantes o arrasadores en la respuesta del sujeto. Por esa causa, a veces hay respuesta del sujeto y otras no.
Para el caso, si los tiempos se recrean, el efecto sujeto hará su aparición. Y a pesar de no haber progreso, habrá progresión. El sujeto cursará los tiempos y responderá al Otro solamente si cuenta con recursos en el bolsillo de la infancia. Sólo con esos recursos simbólicos habrá síntoma, y el síntoma del niño será -como dice Lacan- “una respuesta a lo que hay de sintomático en la pareja familiar”[v].
Esta perspectiva también indica que el edificio fantasmático se construirá paso a paso: hormigón, ladrillos, paredes y sólo finalmente ventanas. El marco no aparece sin previa delimitación. Por eso mismo, la construcción del fantasma, esa respuesta del sujeto a la demanda del Otro, puede fallar desde los cimientos.
Entre el determinismo paternal y los plenos derechos de un niño, están los tiempos del sujeto, necesarios pero contingentes.
El fantasma y el Otro real
Inicialmente, Freud creyó hallar en la etiología de las neurosis una escena traumática: algún adulto mayor había abusado de la inocencia de un niño y procurado un goce que el síntoma denunciaba. Sin embargo, pronto descubrió la falacia. De ese modo, la elaboración del fantasma neurótico halló su basamento, llevándolo a decir que ya no creía en “su neurótica”.
La ‘proton pseudus histérica’ hizo tambalear la teoría de la seducción como causa etiológica, y colocó en el podio la formación fantasmática como antecedente eficaz en la promoción de síntomas.
“Pegan a un niño”[vi], con impecable lógica, expresó los pensamientos maduros de un Freud que atendía, con percepción investigadora, el decir de sus pacientes adultos. A partir de entonces, el relato de las escenas traumáticas involucraron al sujeto con la responsabilidad que le cabe en su decir, y relevaron al analista del grotesco papel de detective, acumulador de pistas y pruebas para confirmar, lupa en mano, el valor real y objetivo de los hechos. La realidad pasó a ser la pantalla del fantasma y la verdad, la verdad del sujeto.
Liberado del determinismo lineal, el sujeto abandonó la piel que le otorgó el destino y empezó a vestirse con responsabilidad en el eje de su deseo.
Ni juez ni parte, el analista afinó las cuerdas de su instrumento, apuntando a leer, en las letras del analizante, la verdad de su decir.
Sin embargo ¿cómo extender sus razones cuando un niño pequeño es pegado? ¿Cómo analizarlo cuando un niño es objeto de abuso por parte de un adulto?
Tiempos de pasaje: Del espacio del Otro a la escena del sujeto
…“el niño está hecho para aprender algo, es decir, para que el nudo se haga bien”… “Porque no hay nada más fácil que lo que falla…”[vii].
La expresión no me pertenece, la tomé del Seminario sobre Les Non Dupes Errent y las pronunció Lacan el 11 de diciembre de 1973. Pero sí considero que para que el nudo se haga bien es necesario considerar la presencia del Otro real en los momentos fundantes de la estructura y la dependencia del sujeto en los tiempos de la infancia.
Sus consecuencias en el armado del nudo en la infancia me invitaron a puntuar los tiempos en cada uno de los registros presentado por Jaques Lacan en su enseñanza. A mi entender, esa perspectiva expresa una cualidad diferencial en la dimensión temporal cuando nos percatamos que lo Real es un tiempo de permanencia y disrupciones, en tanto lo Simbólico se alinea en sucesiones y series, para distinguirse de una temporalidad imaginaria proclive a la continuidad o reversibilidad de los tiempos.
Para el psicoanalista que apunta al sujeto cuando atiende al niño, se hacen muy evidentes algunas distinciones en cuanto a los tiempos de lo Real, los tiempos de lo Simbólico y los tiempos de lo Imaginario en el armado del nudo.
Al recibir a los padres cuando nos consultan por su hijo jamás salteamos la consideración de ese tiempo anterior a la vida misma, en que un sujeto fue anticipado por el deseo de falo de una madre y recibió o no la nominación otorgada por el padre para su inscripción en la existencia.
Como es sabido, el Otro espera un niño. Pero siempre encuentra una diferencia entre el niño esperado y el sujeto hallado. Destino invariable, pues el sujeto responde al Otro pergeñando una respuesta que no coincide ni alcanza para ser el niño anhelado ni el falo buscado, y muchos menos el objeto a, a menos que sea capturado para saturar la presencia del objeto en el fantasma materno[viii] .Cuando no es así, cuando el niño no realiza la presencia del objeto en el fantasma del adulto, cuando entre el niño y el Otro funciona la lógica de incompletud que regula los goces, y una falta de identidad permite hacer pie a la diferencia, se efectuarán las respuestas del sujeto. Respuestas a lo Real del Otro real, a lo Simbólico del Otro real y a lo Imaginario del Otro real. Esto es, que sosteniéndose en lo no idéntico, se erigen los tiempos de las identificaciones del sujeto. Primera, segunda y tercera identificación.
Junto a cada una de ellas, incorporando lo Real, introyectando lo Simbólico y proyectando lo Imaginario del Otro real, se irá construyendo, ladrillo tras ladrillo, el edificio fantasmático desde el cual orientará la perspectiva del deseo en la metamorfosis de la pubertad.
Para ello, han de adquirirse las varillas y la cuadratura necesarias para disponer de la abertura fantasmática desde la que el sujeto percibirá el mundo y su relación a la realidad. Apertura a una nueva perspectiva que abre el paisaje de la exogamia, los tiempos del fantasma serán en la infancia, tiempos de pasaje del espacio del Otro a la escena del sujeto.
Notablemente, el analista que se aboque a diferenciar los tiempos del sujeto más allá de su edad, podrá también delimitar distinciones entre el sujeto inmerso en el lenguaje, del que dispone de la función de la palabra y de aquel que ha alcanzado ese otro tiempo de lo Simbólico que admite la articulación en discurso. Así mismo podrá constatar tiempos diferentes de lo Real en los que los goces se redistribuyen engendrando el objeto causa de deseo y plus de gozar con los bordes anudados RSI.
Notará que no es lo mismo ver al niño buscar el objeto en el cuerpo del Otro que hacerlo en el propio cuerpo; y sabrá que sin transitar y luego abandonar esos pasos previos, un adulto jamás buscará el objeto en el cuerpo de un partenaire. Del mismo modo, podrá registrar tiempos diferentes en el armado de lo Imaginario, cuando delimite la eficacia diferencial en los tiempos de subjetivación del espacio y el armado de la escena. Si al comienzo el cuerpo se unifica reprimiendo el organismo para coagularse jubilatoriamente en la imagen especular, los siguientes tiempos de lo Imaginario, si ellos se recrean, podrán ver al niño jugar con su imagen y despegarse de ella creando personajes móviles y recreativos aptos para la escena lúdica y el jugar.
Y jugando, jugando, el texto se va armando, revelando la contribución esencial del juego a la trama del fantasma. Con él se va produciendo un pasaje que va de la escena del mundo a la escena sobre la escena, y entretanto el Otro real pasa a ser parte de la “Otra escena” la que definió su fantasma. Sin él, sin su andamiaje, no habrá, en otro tiempo, identificación al objeto dentro de su marco.
Es preciso diferenciar una vez más, ese momento posterior y analizable en el adulto que nos consulta, con respecto al tiempo en que un niño está constituyendo su respuesta de sujeto para no realizar la presencia del objeto en el fantasma materno.
Cuando un niño es abusado surgen indicadores que es preciso atender sin hacer responsable al niño en tiempos en los que aún no puede responder.
La distinción incluye una ética, la que no elude la responsabilidad del analista cuando no confunde la abstinencia con la inoperancia en indolente actitud.
La responsabilidad del analista de niños
El tema del abuso se ha prestado a confusión y merece considerarse. Cuando un niño no cuenta con el síntoma como respuesta del sujeto, es esencial el encuentro con un analista. Pues, la expresión de lo ocurrido puede ser imperceptible.
Si los tiempos del sujeto se cursan en relación al Otro real, es preciso saber que donde falta el síntoma puede estar faltando la falta, y donde ella se ausenta, peligra la existencia.
Es cierto que, aduciendo incompatibilidad con la función del analista, algunos confunden abstinencia con desentenderse del asunto. También , lo que es peor, relevan al abusador de su responsabilidad, haciendo recaer sobre el niño y su fantasma el peso de los hechos y duplicando, lamentablemente, la arrasadora porción de goce padecida por el sujeto cuando según su tiempo de constitución tal vez no cuenta con recursos para responder al goce.
Cuando en el mejor de los casos, el síntoma del niño logra erigirse como representante de la verdad, el analista aúna al análisis del niño[ix] la influencia analítica sobre los progenitores. Pero cuando no, cuando el Otro real no habilita la respuesta del sujeto, cuando el adulto goza del cuerpo del niño como objeto, la abstinencia del analista no ha de equivaler a su inoperancia. En esas ocasiones, no menos que en otras pero sí con la mayor responsabilidad que le cabe, el analista promueve el síntoma, el síntoma lacaniano como respuesta del sujeto. De ese modo, hace de la política del síntoma su política, la que tiene al sujeto, ese revolucionario concepto lacaniano, como timón y brújula de su navegación.
[i] Vegh, Isidoro: “El Abanico de los Goces”. Ed. Letra Viva. Buenos Aires, 2010.
[ii] Lacan, Jacques: “Dos Notas sobre el Niño” (1969) Intervenciones y Textos II, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 1991.
[iii] Flesler, Alba: “El niño en Análisis y el Lugar de los Padres”. Ed. Paidós. Buenos Aires, 2007.
[iv] Lacan, Jacques: “Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis” Congreso de Roma, 26 y 27 de Septiembre de 1953“Escritos I”, Primera Edición en 1971, Buenos Aires, Siglo Vientiuno Editores SA., Cap. III: Pag. 125.
[v] Lacan, Jacques: “Dos Notas sobre el Niño” (1969) Intervenciones y Textos II, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 1991
[vi] Freud, Sigmund: “Pegan a un niño” (1919). Amorrortu Editores, Buenos Aires. T. XVII. Pág.173
[vii] Lacan, Jacques: “Seminario XXI Le Non Dupes Errent”, Clase 3: 11 de diciembre 1973. Inédito
[viii] Lacan, Jacques: “Dos Notas sobre el Niño” (1969) Intervenciones y Textos II, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 1991.
[ix] Freud, Sigmund: “34º Conferencia. Nuevas Conferencias de Introducción al psicoanálisis (1933 a [1932])”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1985, T.XXII