Cuando usted lee trabajos analíticos, verifique bien la fecha de su composición
Sigmund Freud[…] la lingüística se presenta en posición de piloto en ese dominio […] de ciencias del hombre
Jacques Lacan[…] la lingüística es una ciencia muy mal orientada
Jacques Lacan
Hete aquí –una vez más– en el intento de situar determinadas diferencias –consideradas por quien esto escribe– que se presentan en el psicoanálisis actual respecto de la intelección de las psicosis. Vale tomar como referencias fundamentales algunas de las que se producen en el marco de este número de LaPsus Calami. De este modo, partimos de la lectura de una selección de textos que representan ciertas divergencias fecundas sobre la cuestión, a los fines de ubicar diversas perspectivas, leerlas y ponerlas a trabajar mediante ese artificio que llamamos “notas de lectura”. Situar las disonancias que se ponen en acto en los artículos señalados no quiere decir instilar una verificación teórica sino, antes bien, intentar cierto despliegue de sus fundamentos, ubicar un trazo en lo real de la cura, colocar algunas de esas formulaciones en un momento y/o en otro de la obra de Freud y de Lacan,[1] tanto como en el contexto en el que se produjeron esas variaciones. En fin, hacerse del lugar del lector que “retrofunda aquello que está leyendo”.[2] Por cierto que al estar de Isidoro Vegh, a lo que “no fue entendido en Lacan”, cabe reconducirlo a “una cuestión de lectura”. Manos a la obra, entonces.
Será en el desarrollo de la citada entrevista, que Alejandra Ruiz advierte lo siguiente: “¿Hasta qué punto quienes solo leen el último Lacan no corren el riesgo de despreciar formulaciones hechas en otros tiempos de la teorización? Una lectura que acentúe los cortes cronológicos sin precisar las lógicas en juego, ¿no podría traicionar el contexto del problema al que Lacan se refiere al utilizar una nueva definición?”.
Dicho así, a renglón seguido, cabe instalar una pregunta: ¿despreciar o justipreciar? En una primera aproximación es viable advertir que una cosa es que no haya progreso y otra que no haya invención en el psicoanálisis. En tal orden, Benjamin Domb aclara que la invención en la clínica psicoanalítica se torna factible, puesto que: “La estructura tiene un real que no se va a agotar simbólicamente, por eso hay que inventar algo”. ¿Cómo lo figura? En tanto “un saber-hacer con lo real, con los agujeros”.
Pruebas al canto: diríamos que periodizar es tomar los conceptos en relación –supone que hay elementos comunes– entramados lógicamente en distintos momentos de la enseñanza. Se deduce que hay un límite manifiesto y allí se marca una variabilidad a ese respecto, con vistas a poder dar cuenta de que dichos cortes no implican iluminismo alguno ni tampoco un modo de progreso racionalista. Conviene reiterarlo, dichos cortes –epistemológicos–[3] demarcan una frontera, y de allí en adelante comienza un cierto campo nocional y una praxis correspondiente, y hacia atrás queda otra. Digámoslo de otra manera: indican que si hay un avance es porque hay una pérdida. O sea, hay lo que no es negociable para los psicoanalistas: la castración. Last but not least: Domb afirma que: “Para Freud el límite es la castración del sujeto […]. Es ahí donde avanza Lacan, yendo más lejos de la castración, más allá del Edipo”.
Mentado así, corresponde mencionar que Isidoro Vegh recuerda una frase de Lacan al respecto: “«Nunca quise ser original; lo que quise es producir una lógica». ¿Una lógica de qué? Una lógica de los grandes relatos freudianos”. A nuestro entender, es preciso seguir el consejo de Freud en el epígrafe. Se sabe: es un modo de decir que cada texto “tiene fecha” para un estado histórico –en este caso, en referencia a la psicosis en la enseñanza de Freud y de Lacan. Agregamos, ¿cortes en la obra? ¿Periodización?
Véase que por su parte, en Variantes de la cura tipo,[4]4 Lacan no trepidó en periodizar la obra de Freud. ¿Por qué no hacer lo propio con la enseñanza de su impar lector, si nadie duda de las consecuencias que produjo en la teoría y en la clínica concomitante el –dicho así– giro de los años ’20 del maestro vienés?
De nuevo, no se trata de un avance entendiendo lo último mejor que lo previo, y menos a eso anterior desechable, puesto que el psicoanálisis comporta una praxis poiética a desplegarse por y en el habla. Conteste con lo predicho, Norberto Ferreyra propicia “[…] que cada uno comience, siga por donde quiera, y no a un Lacan del que se interpreta que lo último es lo mejor. Puede que sea lo mejor para una determinada situación, pero no está comprobado que lo último sea lo mejor”.
Ahora bien, no resulta desatinado aquí resaltar la noción crucial de forclusión, la alucinación verbal y sus derivaciones, si atendemos al texto de Gérard Pommier que advierte que “[…] hay algunos puntos en las teorías de las psicosis, tal cual existen ahora, incluso en el lacanismo, que no son tan firmes y merecen ser revisadas”.
Repasemos estas puntuaciones con mayor detenimiento. Como enseguida habrá de poder apreciarse, Manuel Rubio considera que: “El tan ordenador concepto de forclusión, en el mismo decurso de la obra de Lacan, y el trabajo posterior, se vuelve no unívoco –así, por ejemplo, además de la forclusión del Nombre-del-Padre, Feinsilber describe nueve más”.
En este contexto, Norberto Ferreyra avanza una puntuación concerniente a advertir “[…] una relación con la función fálica y la castración que se está debilitando en la transmisión del psicoanálisis”. En sus términos, se verifica en “[…] un empuje a la forclusión del sentido y no al pas-de-sens o paso de sentido”, concluyendo en aseverar que: “Esa es una forclusión más grave que la del Nombre del Padre, como dice Lacan en su seminario sobre el sinthome”. Referido a ello, Benjamin Domb nos interpela: “¿Podemos anular el sentido?”, respondiendo de inmediato que no cree en el sinsentido: “El pas de sens del que nos habla Lacan es un paso de sentido derivado del encuentro con la falta, con la barradura del Otro, para que el analizante encuentre otra manera de gozar”.
Cabe resaltar, haciendo bucle con nuestro comienzo, que Roberto Harari (1994) destaca que “[…] encontrarse –con extrañeza– fuera-significado (fálico) no implica situarse fuera-sentido. Es que para el psicótico, a través de la vía interpretativa –de modo ejemplar, en el paranoico–, lo simbólico «es» real, dada la continuidad entre registros”.
A su turno, Pommier subraya que ciertas observaciones clínicas “[…] establecieron que existe una gran diferencia […] entre alucinaciones y delirios en las psicosis y en las neurosis”, ya que no siguen los mismos procesos. Toma como ejemplo el grito, que “[…] se divide entre su lugar de emisión, la boca, y su lugar de recepción, la oreja. La voz que vuelve está cargada del deseo del Otro, es persecutoria. En la alucinación verbal, según la clasificación de los clásicos, aparece siendo la mitad del yo, que vuelve del exterior y cargada de un mensaje persecutorio, de una orden persecutoria”.
Roberto Harari, a su vez, muestra una diferencia radical con el neurótico, puesto que “[…] el psicótico no se pregunta por el significado [de la alucinación, al creerla], le otorga un sentido” e interpreta, lo cual de algún modo coloca en aprietos a los analistas… Ahora bien, transformando la problemática, se pregunta: “[…] ¿cuál será la diferencia entre el delirio interpretativo propio de la psicosis y la interpretación analítica (sobre todo, la propia de quien cree que todo es interpretable)?”. De nuevo: “la forclusión del Nombre del Padre [lo lanza] fuera del significado [no del sentido]” y así retomamos el planteo del texto: “[…] el psicótico cree a la alucinación […], cree a la voz […] caracterizable de la siguiente manera: al sujeto «le dicen…»”, la voz irrumpe. Es que: “El estado permanentemente receptivo del oído, facilita la omnipresencia y la perdurabilidad de la voz, cuando esta asume un sesgo alucinatorio”.
Habíamos tomado nota en el texto de Pommier, cuando afirma que en el freudiano Las neuropsicosis de defensa, de 1894, el maestro vienés mostraba “[…] una intuición profunda sobre los mecanismos psicóticos que luego fue clarificada por Lacan con el concepto de «forclusión»”. Vale decir que: “Aunque no emplea un término tan claro, utiliza una expresión que me parece define bien esa forclusión, que es «sustracción de la creencia»”. En ese contexto, avanza una puntuación concerniente a que “[…] la interiorización culpable del parricidio no funciona a causa de la forclusión del nombre (Versagung), el saber del padre está afuera, como delirio de persecución, o bien como inicio de la feminización”. De acuerdo con esta concepción, afirma que: “Ese modo de persecución latente no es propio de la paranoia, sino el fundamento de todas las psicosis”, concluyendo que: “Es Lacan quien encuentra el principio al diferenciar la psicosis de la neurosis con el concepto nuevo de «forclusión»”.
A los efectos de tornar más asimilables las relaciones despejadas, corresponde mencionar lo referido a la Verwerfung, que aparece en varios artículos especialmente referidos a lo dicho por Lacan en relación con Joyce, que cargó con un déficit provocado por John –el padre– que le causó una Verwerfung, una forclusión “de hecho”. Así, ¿lo coloca a Joyce en el lugar de un psicótico o planteará la incidencia de un núcleo, una constelación psicótica irreductible en cada quién?[5]
¿Cómo lo lee Isidoro Vegh? “Aunque [Lacan] no use la palabra «psicosis» [sí] Verwerfung de hecho […] si leemos en la continuidad, quiere decir: hay un padre que hace las cosas necesarias para que haya Verwerfung. Un padre que era un monigote, un payaso, un padre quebrado”.
Quizás se trate de volver sobre nuestra afirmación “no hay progreso”, exclusivo, tal vez. Si no, ¿por qué afirmaría Lacan que la suya no es una enseñanza ex cathedra, quizás no hay algo que esté dado de antemano? Otra vez, digámoslo “a la Joyce”, se trata de un work in progress. Vale la pena reiterar con diferencia, si no hubiera progresión, ¿por qué el maestro francés continuó el dictado de sus seminarios, aseverando, además, que nunca repitió en lo vertido en ellos? Si no hay progreso, evidentemente hay búsqueda…
En esa línea, y para poner a jugar una periodización en ocho interior[6]6 hacia una conclusión, Domb nos advierte que: “Veinte años después, con Joyce, Lacan descubre que una estructura mal anudada se puede reparar, y ese sería el tratamiento posible. Espontáneamente, Joyce anuda su propia estructura, ya que no hizo ningún tratamiento”.
Así, tomaremos el apoyo en lo que ocurre con otra arista ilustrativa que recortamos de su entrevista –con beneficio de inventario para nuestro tema–, al decir que: “La diferencia entre el a al comienzo y al final de la enseñanza es que el objeto viene a ser el tapón del agujero y lo real el agujero del inconsciente, el agujero en la estructura, lo que no está escrito, lo que «no cesa de no escribirse»”.
De otro modo: quizás sea viable advertir que hay diferencias en distintos momentos de una enseñanza; algo se sostiene y algo no.
[1] ¿Obras completas? O para decirlo con Umberto Eco, son obras abiertas, ya que ante todo, convocan al lector a dar las razones… de su praxis. Está claro que no se trata de la delezeiana deconstrucción.
[2] Cf. Roberto Harari: Polifonías del arte en psicoanálisis, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1998, y en numerosos seminarios, artículos y libros de su autoría.
[3] Cf. Gaston Bachelard: La formación del espíritu científico, Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires, 1972.
[4] Jacques Lacan: “Variantes de la cure-type”, en Écrits, Ed. du Seuil, Paris, 1966, pág. 344. “O la teoría del moi […]” del yo “[…] en el análisis, permanece marcada de un desconocimiento radical, si se deja de lado el período de su elaboración, que, en la obra de Freud, va de 1910 a 1920 […] aparece como escribiendo enteramente en la estructura de la relación narcísica”.
[5] Cf. Roberto Harari: ¿Cómo se llama James Joyce? A partir de “El sinthoma”, de Lacan, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1996, pág. 135.
[6] Cf. Roberto Harari: ¿Qué significa periodizar en psicoanálisis?, http://www.elsigma.com/columnas/que-significa-periodizar-en-psicoanalisis/10943.