La osadía del inconsciente consiste en darle valor de verdad,  a aquello que proviene de una experiencia, la experiencia de hablar a y con otro; una relación a la verdad aun en el dicho mentiroso.

Dar lugar a esta experiencia hace de la práctica del análisis una ocasión para realizar algo de eso que el hombre contemporáneo habría sido privado. La expropiación de la experiencia en la modernidad es la pérdida de su correlato, la autoridad de la palabra y el relato en favor del conocimiento.  “[…] ya nadie parece disponer de autoridad suficiente para garantizar una experiencia y, si dispone de ella, no es ni siquiera rozado por la idea de adjuntar a una experiencia el fundamento de su propia autoridad. […] nadie estaría dispuesto a aceptar como válida una autoridad cuyo único título de legitimación fuese una experiencia. […] De allí la desaparición de la máxima y del proverbio, que eran las formas en que [en la antigüedad] la experiencia se disponía como autoridad. […][1]

La expropiación de la experiencia, que estaba implícita en el proyecto  de la ciencia moderna, actualmente  se pone de manifiesto en  asociación con la tecnología y hace  ideología a partir de lo que se llama “el  caso” o, si es expresamente buscada, toma el nombre de experimento y su constatación toma el camino de la estadística como forma de hacerle decir sus resultados, en el protocolo que aplique. De uno u otro modo velan, por no escuchar, la división del sujeto que el saber inconsciente, hace resonar en cada tropiezo de la  voz en su encuentro con la palabra. El experto hace gala de capacitación  y el sabio cree serlo por acumulación de datos. Conocimiento e información se jerarquizan en desmedro de  sensibilidad y  registro de los efectos de una experiencia. Una foto es  prueba de haber pasado por un lugar y no testimonio del efecto de haber estado allí.

Lacan hace retornar de Freud esa división y reintroduce el valor de la experiencia de hablar ordenando, en un discurso, la diferencia entre oír y escuchar, mirar y ver porque lo articula con el circuito pulsional en su intrincación con el acto de palabra. Así la voz y la mirada entran como objetos “a” en la experiencia de hablar en tanto el lenguaje hace al cuerpo de “lalange”[2].

El objeto “a”, en su valor de letra constituye un principio de orden y discriminación tanto en el campo de la experiencia analítica como en el discurso del psicoanálisis, dándole su especificidad en relación con  otros campos del saber.

Así entonces, la experiencia del análisis tiene su voz y su mirada como objetos “a” que permiten leer como el psicoanálisis hace entrar “el Sujeto” en el orden del deseo. Un orden de experiencia que implica una razón en el sentido de la división. En el análisis la elisión de la mirada hace lugar a esa dimensión de la Otra escena en tanto “Otro Lugar” para mirar mientras que la voz trae lo actual en el tiempo  necesario para “h-a-cer decir. La espera activa que el deseo del analista otorga a la voz para que tenga lugar al silencio. “Sin la voz no hay apoyo para la función de hablar”.

Los restos de lo visto y lo oído de los cuales habla Freud, referidos a la determinación del trauma son dimensionados por la invención Lacaniana del objeto “a” y esa dimensión permite leer la intrincación pulsional que se produce al hablar. Por ejemplo cuando alguien quiere que otro lo escuche y le dice “Mira!……ocurre tal cosa y tal otra, hay un eco de una pulsión a la otra que se intrincan por decir[3].

Ahora bien, es importante distinguir el eco de la voz. El eco es la alteridad del decir. Hay personas que hablan como eco, que solo repiten las palabras de los otros, salteando su voz  sin prestarla. Es interesante observar la diferencia que se produce en el análisis cuando algo sucede que hace pasar un significante en su resonancia  y el analizante puede escuchar “otra cosa”. Esos son momentos de pase en el análisis.

Encuentro en la lectura de la proposición lacaniana del 9 de Octubre de 1967 una interpelación a los analistas que me lleva a decir que la experiencia del análisis produce un orden de necesidad de transmisión que requiere hacer valer esa voz de la experiencia.

Una provocación a hacer escuela,  en el sentido estoico, de la enseñanza de Lacan, es decir: para poner en valor el orden de razones que introduce el inconsciente en torno al Deseo, al Amor y al Goce, hace falta hacer hablar la voz de esa experiencia  en el sentido  disponer las condiciones para que se diga. El inconsciente es un saber hablado.

Es posible ubicar 2 dos momentos de la experiencia en relación a la voz y la mirada en función de objeto “a”:

1) En el análisis el cuerpo del analista es caja de resonancia de los objetos parciales por los que se hace h-a-cer semblant de  objeto “a”. La voz sostiene en su actualidad el acto que la operación de Transferencia alberga en el amor por la función SsS.

2) En el dispositivo del Pase, el Testimonio   hace escuchar la voz   del pasante, transportada por cada uno de los dos pasadores y esta disposición, que implica un trayecto y condiciones para llevarlo a cabo, articula un plural que no es un “nosotros”. Dos voces que “se hacen ser” eco de un testimonio. En ese hacerse ser eco al transmitirlo, hablando ponen en juego la novedad de la repetición, la sorpresa de la contingencia, sin el amparo de la Transferencia, es decir sin la presencia del analista.

Hay “entre” los dos pasadores (que no hablan entre ellos) esa oquedad que hace resonar lo dicho o no dicho por el otro. Quizás surja el relato de un sueño, un lapsus o un síntoma provocado por la escucha del testimonio. Hay una sutil diferencia que es de razón (división) y no de forma (por demanda de amor)  entre “hacerse eco” que implica repetir o referenciarse en los dichos del otro y “hacerse ser eco” dejarse tomar por lo dicho en el testimonio y escuchado habiendo “estado ahí” con el trauma que conlleva. Es un modo de entender la afirmación del Lacan “la pulsión es el eco en el cuerpo  del hecho de que ha habido un decir”. La función del pasador queda así en el lugar de la pulsión, del recorrido de la pulsión y no de la forma que la pulsión toma enlazada a la demanda. Entiendo que ubicar la función del pasador en estos términos está en articulación con considerar que es necesario que el pasador este  en análisis y en un momento del análisis en el que “su analista” pueda elegirlo, para esa función, por tomar en cuenta que es alguien que puede escuchar porque se ha escuchado, el mismo, en el reconocimiento de la diferencia entre querer y desear en razón haber sido objeto en el Deseo del Otro.

Decimos que el pasador es el Pase porque, como un botero, transporta de una orilla a la otra lo que escucho  para decir en un saber hablado que no se sabe a sí mismo. En esa intrincación pulsional  habla con el cuerpo, y sin saberlo.

Esa voz de la experiencia llega al Cartel de Pase o Jurado -según se nombre esa instancia- que podrá producir de ese testimonio “una cartografía” [4] para leer lo que el testimonio ofrece. Para aprehender lo que ese testimonio enseña, sin saberlo, de las cuestiones cruciales que se transmiten como argumento de un decir que quiere dar testimonio, de qué? de ese lugar de resto de la operación que lo dividió, y quiso en el análisis, perder otra vez   las ataduras a la determinación de un “penar de más” para hacerse escuchar y ofrecer “su deseo de analista” para otros.

Autorizarse de “el mismo” “en tercera persona como en el chiste. Un saber en tercera persona  siguiendo lo que hace real su experiencia del inconsciente, como saber hablado. Eso que un pasante quiere hacer escuchar para el porvenir del psicoanálisis con su testimonio.

[1] Agamben, Giorgio Infancia e Historia Adriana Hidalgo editora Buenos Aires 2001.

[2] Neologismo que se inscribe como concepto a partir de un lapsus de Lacan en el seminario Ou…Pire al querer nombrar el diccionario de Lalande.

[3] Sigo los desarrollos  de Norberto Ferreyra . Kline ediciones. En su libro la voz y el decir y relevo las diferencias respecto del desarrollo de Erik Porge en su libro La voz del Eco. Ed. Heres

[4] “Una Cartografia” para pensar una nueva ética a partir   los campos de extermino como fracaso de la metáfora,  es lo que propone Georgio Agamben en su libro  “lo que queda de Auschwitz, el archivo y el testigo”


 

Presentación realizada en el Coloquio Internacional convocado por la Escuela Freudiana de Buenos Aires, la Escuela Freudiana de la Argentina, la Fundación Europea para el Psicoanálisis y Mayéutica- Institución Psicoanalítica “La voz y la mirada en la experiencia del análisis” realizado en Buenos Aires los días 22 y 23 de marzo de 2019.