Parece lógico considerar que en determinado momento de su vida todo ser hablante –y por el hecho de serlo– deberá decirse de uno o de otro sexo. Ese momento suele situarse en la pubertad y a propósito de lo que Freud llamó “su metamorfosis”, la cual le exigiría la adaptación al “tipo ideal de su sexo”.[1]

Al hablar de “declaración de sexo” hoy se alude al hecho de que una persona se declare homosexual o transexual, esto es, que diga pertenecer a un sexo no acorde con su cuerpo anatómico fisiológicamente considerado. Éste, también llamado coming-out, no implica lo mismo cuando se trata de la homosexualidad que cuando la cuestión es la transexualidad. En este último caso el sujeto dice pertenecer al sexo que no es el suyo y manifiesta haber decidido hacer (o haber hecho ya) los pasos necesarios para atravesar el muro que separa el hombre de la mujer.

Por su parte la definición de homosexualidad comporta, en lo que se refiere a una definición, una serie de dificultades con las que se debaten los teóricos del orden gay.

En principio quien se declara homosexual dice, para muchos, algo que refiere a una condición que concierne más a su elección de objeto sexual –o incluso una determinada práctica sexual– que a la revelación de una “identidad sexual” en términos de “hombre” o “mujer”, aún cuando se considere algún tipo de feminización implícita en esa declaración. Quizá lo que exprese más claramente lo específico –si lo hay– de la homosexualidad es la preferencia por una “mismidad” en tanto que opuesta a la diferencia sexual.

Todos los intentos de desligar el género del sexo y de estos dos respecto de la perfomance deja de lado, en lo social y en lo mediático, la diferencia importante que existe entre la homosexualidad y la transexualidad.

Puede decirse que existe la necesidad de hacer público una cuestión relativa a la problemática noción de “la identidad sexual”. De cualquier modo también es cierto que hoy las personas en esta situación tienen representación social, política e ideológica ya que en el mundo existen y actúan asociaciones de gays y lesbianas, así como de transexuales e intersexuales. Estas iniciativas de asociación suelen extenderse y constituir, por ejemplo, la asociación de padres y amigos de gays y lesbianas, vale decir que estamos hablando, entonces, de un discurso como lazo social y de la forma en que juega lo sexual en dicho lazo. No me refiero a un lazo social específico de la comunidad –si la hubiere– gay, lesbiana, transexual, intersexual, etc., sino a ese discurso en el que, en nuestra relación de los unos con los otros, lo sexual se presenta hoy como una incidencia muy importante de una ideología de la ciencia que -en lo social, cultural y político- afecta de manera directa al discurso mismo.

Dicho grado de representación social, política e ideológica ha sido alcanzado, en buena medida, gracias a teóricos y ensayistas o críticos culturales que abonan la creación de un discurso que constituiría una contra cultura que aboga por lo que en sus términos se llama “la visibilidad” de gays, de lesbianas, de transexuales, de intersexos, y todo tipo de “disidente de género”, como lo dice el léxico habitualmente utilizado. La visibilidad es la categoría que acompaña a la declaración de sexo y obtenerla constituyó un primer objetivo de estos movimientos.

Ahora bien, la visibilidad, una vez lograda, presenta para algunos el problema que un alto grado de aceptación social o de integración cultural comportaría la pérdida de su objetivo contra cultural. Es decir, un movimiento contra cultura no representaría ningún valor político si es aceptado por la cultura a la que se opone -este tipo de paradoja lleva entonces a discutir la “desgayzación” en el seno mismo de los debates que tratan de construir una identidad gay.[2]

Las palabras de Leo Bersani resultan muy claras en este párrafo de su libro Homos: “En nuestro afán por convencer a la sociedad «recta» de que sólo somos alguna invención malevolente y que, como ustedes podemos ser buenos soldados, buenos padres, y buenos ciudadanos, parecemos inclinarnos al suicidio. Al borrar nuestra identidad hacemos poco más que reconfirmar su posición inferior dentro de un sistema homofóbico de diferencia”.[3] Se trata, para Bersani, de la función política y cultural que él asigna a la homosexualidad como subversión del régimen hegemónico de lo normal y el mantener la especificidad de la condición gay le resulta esencial para llevar a cabo esta empresa.

Otros autores ven en la afirmación de una especificidad homosexual un reconocimiento de la diferencia sexual o de la diferencia entre heterosexualidad y homosexualidad y consideran que es precisamente esta diferencia la que tendría que ser abolida, hasta el punto de encontrar inconveniente el que se hable de “hombre” y “mujer” (no sería superfluo preguntarse cómo hablar sin estos significantes, si, por ejemplo, los términos gay, lesbiana o transexual vinieran a ocupar el lugar de los pronombres “él o ella”).

Leo Bersani cita a Wittig quien (según el autor), haciéndose mártir, se apronta a sacrificar su cuerpo a la lógica de su pasión lesbiana durante una conferencia en el Vassar Collage cuando al preguntársele si tiene vagina contesta que no. “De esta manera Wittig habría reinscripto a la «lesbiana en su cuerpo, borrando el signo y el estigma cultural de la mujer»”. [4]

Leemos, por ejemplo: “Sería incorrecto decir que las lesbianas hacen el amor, viven con mujeres, porque «mujer» sólo tiene lugar en los sistemas de pensamiento y en los sistemas heterosexuales económicos”.

A nuestro entender Wittig se revela como una creyente profunda en la existencia de una esencia sexual tanto masculina como femenina, lo cual la llevaría a la necesidad de abolir esa esencia atacando a lo que no es otra cosa que significante hombre-mujer. Para la autora francesa hombre y mujer son invenciones heterosexuales. No nos parece que el problema sea, como lo señala Bersani, quiénes fueron los primeros “heterosexuales” que los inventaron. Es mucho más simple, la cita de Wittig que nos ofrece Bersani nos dice, aunque la autora no lo quiera, de su profunda confianza en la versión bíblica del origen del hombre y la mujer. Dado que sólo ese Dios podría ser el creador heterosexista de la diferencia de los sexos. Es casi imposible encontrar a este respecto una expresión tan religiosa como la de Wittig cuando dice que el género procura dividir un Ser originalmente indiviso. Bersani considera la producción de la feminista francesa   un intento de construir cierta metafísica de los sexos .aunque aún así, entiende, que es políticamente inviable la   la ‘borradura que aquella ‘ propone. Al mismo tiempo que el propósito político del movimiento se lleva a cabo, comienza a constituirse una epistemología acerca de la incidencia de la definición “homoheterosexual masculina” en la cultura occidental a partir del siglo pasado y las fracturas o limitaciones que esta definición ha impuesto desde entonces al pensamiento.

Este discurso y estos autores no dejan por cierto de recurrir al psicoanálisis ya sea para discutirlo o para interpretar determinados problemas de un orden que podríamos llamar “epistemológico sexual”. Su referente fundamental no obstante es Foulcault. Estas referencias suelen oponerse o acordarse según los autores . Problema sobre lo que en este trabajo no me voy a explayar.

La teoría de Freud de la bisexualidad, por ejemplo, es rechazada por Bersani a causa de su condición de “natural”, de la misma manera que la sexualidad perversa polimorfa dependiente de la maduración tampoco satisface los requerimientos para dar cuenta de la homosexualidad. Se subraya, incluso, el hecho que Freud mismo haya destacado la fragilidad que tiene el desenlace heterosexual de las pulsiones infantiles.

La heterosexualidad, en el sentido freudiano, según interpreta Bersani, sería una respuesta al trauma producido por la diferencia: “la sexualidad es la repetición de ese trauma de la diferencia”. Freud aparece, de este modo, como quien hubiera discriminado u ocultado, con el complejo de castración, las dificultades para alcanzar algún tipo de heterosexualidad.

Sin duda hay mucho para decir al respecto ya que es justamente Freud quien descubre, o se encuentra con, la inexistencia de una pulsión sexual genital. Esto sucede precisamente cuando examina las vicisitudes de esas pulsiones que no son “infantiles” sino parciales, y lo son en la medida en que esa pulsión sexual total y genital no existe. (esto se presenta como una evidencia cuando en el artículo Las pulsiones y sus vicisitudes Freud encuentra un “impasse” al tratar de establecer la relación del amor con la pulsión).

Es Lacan quien, a partir de esa inexistencia –de una pulsión sexual genital. permite problematizar lo que se entiende o se entendió por “relación de objeto” (mejor sería hablar de relación con el objeto).

Para un psicoanalista no presentaría dificultad alguna acordar con Judith Butler cuando dice que no se podría utilizar una matriz heterosexual para comprender el deseo. Un psicoanalista está formado en esa evidencia, la que ciertamente enfrenta de manera cotidiana. También es interesante que esta autora llame cruces queer a los que se produjeran en la “heterosexualidad” cuando, por ejemplo, un hombre heterosexual feminizado quiere a una mujer feminizada para poder ser “chicas juntas” o cuando mujeres masculinas heterosexuales quieren que sus chicos sean para ellas “chicos y chicas” a la vez.

Esos ejemplos dicen con justeza que ni la heterosexualidad ni la homosexualidad pueden definirse a partir de la elección de objeto y que perfectamente se puede hablar de homosexualidad en la relación de un hombre con una mujer o, al revés, de una mujer con un hombre puesto que no es el sexo del objeto lo que hace al elemento hétero de una relación. Este tipo de “cruces” son propios del fantasma de cualquier sujeto, independientemente de cual sea su declaración de sexo.

El psicoanálisis, a partir de Lacan, ha podido aislar la función de lo que su inventor llamó objeto a. Este objeto cumple una función con y en la mirada, la voz, las heces, el pecho y la nada (este último objeto es esencial en la anorexia), por lo cual será la mirada, la voz, el sonido de un nombre propio y otras cosas en este orden lo que harán que un sujeto encuentre lugar en el fantasma del otro y algo pase a constituir, eventualmente, una relación de objeto. El objeto a es dicho por Lacan a-sexuado (no asexuado) y su función de causa del deseo en el fantasma es el testimonio de la inexistencia del Otro.

Como se puede ver el sexo del objeto no dice nada acerca del sexo del sujeto, en otras palabras, la llamada “identidad sexual femenina o masculina” no resulta definida o definible por la elección de objeto.[5]

No es en todo caso en esa definición por el objeto donde se encuentra la función y el lugar de la diferencia que el discurso queer (raro)[6] rechaza y respecto de lo cual viéndose en la necesidad de hacer una desvalorización de la diferencia como defensa de la “mismidad” o de la, así llamada por Bersani, “homocidad”. Este nombre no parece desacertado si consideramos que puede ser el resultado de tener en cuenta una relación del yo con la imagen del cuerpo propio, sin embargo el problema de la constitución del narcisismo, al menos en su carácter extrínseco, es que el espejo produce un “yo es otro”. Poner en el lugar del otro que es yo al otro “mismo” satisface una ambición de mismidad que el espejo desmiente, es decir, a la homocidad se le resiste el “yo es otro”.

Si ese “otro” se corresponde con una imagen femenina de sí quizá sea pertinente hablar de homosexualidad, pero esto no significa sino que se ha “salvado” la diferencia respecto del otro, de la alteridad, cubriéndola precisamente con una imagen feminizada del yo. Esa imagen es “feminizada” en base a la identificación del cuerpo con el falo (dado que los genitales no entran en la imagen especular hasta la aparición del pene no habrá objeción a la identificación del cuerpo con el falo), por ello la feminización no dice nada, en este caso, sobre el sexo femenino[7].

 

“El cuerpo entra como imagen en la economía del goce “(

La frase de Lacan, como es evidente, remite al espejo de modo que la diferencia, en este sentido, es planteada respecto del otro que el espejo del lenguaje presenta como Otro y esto concierne al Otro sexo, a la mujer, y al síntoma -es completamente distinto colocar a la mujer en el lugar del Otro haciendo a la Mujer sin barrar.

Es interesante leer que Bersani luego de afirmar la necesidad de desvalorizar[8] la diferencia[9] para que ésta se vuelva un complemento de la mismidad, dice: “No es el alma de una mujer en el cuerpo de un hombre lo que lo lleva a desear a otros hombres, sino que en el campo social disponible de sujetos deseantes la incorporación de la otredad de la mujer puede ser una gran fuente de material deseante para los homosexuales varones”.[10] En otros términos, el deseo es el deseo del Otro y cuando Bersani se refiere a la otredad, en este punto, es la mujer quien va al lugar del Otro (hay que decir que ésta es una cuestión imposible de eludir para este discurso).

Al mismo tiempo, y si nos mantenemos en el nivel discursivo de Bersani, es imposible no ver en esa afirmación una convalidación de la diferencia, es decir, el Otro héteros, la otredad viene necesariamente de una diferencia con el Uno. Pero cuando las categorías de mismidad y diferencia se muestran insuficientes llega un punto en que este discurso trata de definir la homosexualidad por fuera de los parámetros de la diferencia sexual. Lo incognoscible del sexo, su secreto imposible de revelar, estaría encerrado en la homosexualidad. De igual modo es necesario ver qué es lo que pasa en el discurso cuando se trata de hacer definiciones acerca de lo sexual en lo social y lo político.

Cuando se habla de cuestiones relativas a la identificación sexual se hace presente   la relación entre lo que hace discurso y lo que trata infructuosamente de establecer algún tipo de comunidad,”.

La expresión “identificación sexual” nunca es utilizada cuando en este discurso cuando requiere definir las diversas posiciones respecto del deseo, del goce y concernientes al cuerpo como sexuado. Esto sucede en la medida en que no se establece ninguna diferencia entre la dimensión del yo y el estatuto del sujeto. Por el contrario se prefiere la expresión “identidad sexual” que pone en juego una serie de paradojas ya que esta “identidad” no podría significar una inmovilidad esencialista o implicar algún tipo de fijeza, “una especificidad gay”.

Las definiciones de identidad no pueden ser inmovilizantes y según Bersani: “La homocidad necesita una masiva redefinición de la relacionalidad”, es decir que la homocidad querría poder definir el lazo social y crear algún tipo de nuevo contrato social. Aun así Bersani admite que si la comunidad gay-lesbiana existe es casi por un milagro que parece depender de la ausencia de interés de unos en otros “como si acabar por juntarse dependiera precisamente de no acabar juntos”. Por ejemplo gays y lesbianas pueden tratarse en la medida en que cada uno esté seguro a de que no existe en el otro ningún deseo hacia el uno .

Hemos visto que la propia necesidad de crear términos para categorías cada vez más comprensivas viene sin duda de la constante división y segregación que se produce en los diferentes grupos y también hemos despejado que el conjunto mayor o más englobante que se trata de constituir intensifica la segregación.

Pasemos a la consideración de como se presenta lo que podríamos llamar la generación de géneros. Nada parece más apropiado para aclararnos este asunto, y hasta qué punto es un hecho de discurso, la llamada declaración de sexos en el transexualismo.

Hay diversos tipos de coacciones bajo las cuales se lleva a cabo esta declaración, no sólo para ser aceptada en el plano de la legalidad de los distintos países sino también para ser admitida dentro de la comunidad gay o, incluso, para ir dentro del más amplio mundo o dentro de los más amplios requerimientos queer.

Consideremos algunos ejemplos: X se declara trans-homosexual. Fue mujer y madre de varios hijos hasta los cincuenta y tres años cuando encontrándose al borde del suicidio dice haber descubierto, leyendo un artículo, que lo “trans” existe, e inmediatamente vio en eso la salida para su situación. Sin embargo, X refiere que la comunidad gay rechazó su declaración de sexo cuando ella dijo ser trans-homosexual, alegando que ella carecía de condiciones para ser “trans” si era homosexual.[11]

Qué se entiende aquí por homosexual no resulta en absoluto claro. No se sabe si ahora que X (o ella) es hombre porque hizo el tránsito y pasó a ser él, siendo también homosexual tiene relaciones con otros hombres o si, habiendo sido mujer y siendo homosexual tiene relaciones lesbianas con otras mujeres. Al parecer la comunidad le exige que siendo “trans”, ahora ella es hombre, debería tener relaciones con mujeres, es decir, de esta manera se le estaría pidiendo que se defina como heterosexual. Al contrario, si ella es homosexual o quiere seguir siéndolo, no puede ser “trans”.

Resulta bastante evidente que mientras escribo estoy obligada a abusar del uso de las comillas, pues al tomar las palabras relativas a la declaración de sexos X –ella o él– no dice que sea hombre o mujer sino que es “trans” y homosexual, lo cual muestra bien que es en el discurso donde se plantean las cuestiones relativas a la llamada identidad sexual.

Por ejemplo, en determinado momento del curso de la entrevista, X se expresa diciendo: “[…] si hay algo que debe unirnos a las mujeres, a las lesbianas, a las disidentes de géneros y sexual […]”, o sea que X se sitúa como mujer o como lesbiana o como disidente de género y de sexo, pero además dice que existen por un lado las mujeres, por otro lado las lesbianas, y admite la posibilidad de una doble disidencia respecto del género y respecto del sexo.

La cuestión no se presenta fácil para ella porque además ante el cuerpo psiquiátrico francés: “Soy heterosexual y con hijos”, ellos son incapaces de distinguir la orientación sexual y el género.

El artículo donde aparece esta entrevista se titula En tránsito,[12] lo cual señala que hay algo que atravesar en este pasaje de un sexo al otro, y la fotografía que ilustra la nota muestra una imagen masculina con un rostro provisto de barba y patillas, lo que nos hace comprender que parte del tránsito conlleva un tratamiento hormonal correspondiente a la aparición de caracteres secundarios del sexo masculino.

X manifiesta que participará de un desfile que tiene como objetivo lograr la visibilidad en lo social de personas en su situación, también mostrará cicatrices de las intervenciones quirúrgicas que han sido necesarias para efectuar el tránsito. Dice: “Estas marcas que forman parte del tránsito de identidad deben contribuir a la visibilidad de la gente en esta situación”.

Tenemos en este ejemplo toda una evidencia de la importancia del discurso de la tecnología de la ciencia en lo que tiene que ver con el lazo social, la identidad sexual y el grado de desorientación que esto produce como estructura. Es difícil creer que por esta vía logren producirse avances en lo político y en lo social con el objetivo definitivamente equívoco de evitar la segregación y la marginalidad de personas que, como efecto del discurso de la ciencia y cuestiones de mercado, creen poder tener el cuerpo con el sexo que entienden desean.

Resulta irónico que luego de haberse creado estas perspectivas y expectativas de transformaciones se pretenda “cuidar” a estas personas realizando entrevistas psiquiátricas y médicas a fin de asegurar que psíquicamente el tránsito en cuestión les resultará soportable y no terminarán suicidándose.

Con la intervención de la ciencia relativa a crear una imagen del cuerpo que tiene mucha más relación con el deseo de obtener otra imagen del cuerpo que con el sexo es posible encontrar verdaderos “milagros”, como el que aparece en una foto en la que hay dos hombres que se abrazan, uno de los cuales ostenta un vientre con un embarazo avanzado. Indudablemente obtenemos esa imagen del hombre embarazado, otra vez los caracteres masculinos están muy marcados, porque el tal hombre es mujer, y no habiendo logrado aún ahorrar la suma necesaria para operarse aprovecha el tiempo que le llevará reunir el dinero para darle una hija a su compañero quien a su vez acaba de transexualizarse mujer. En definitiva, se ha logrado producir una imagen del cuerpo de un hombre verdaderamente embarazado.

En algún momento, hablando de transexualidad, Lacan plantea como cuestión forclusiva y responsable de resoluciones suicidas la supresión del falo, es decir, la realización de su desaparición. Durante una presentación de enfermos Lacan pide al terapeuta a cargo del paciente que se ocupe de que éste no lleve a cabo el pasaje al acto que implicaría el hacerse intervenir quirúrgicamente para obtener un cambio de sexo, debido a que la supresión del pene conllevaría la abolición del falo impidiendo lo que justamente es función de este significante, producir significación.

Se ve, entonces, que la supresión del pene (y con él la abolición del falo) implica la posibilidad, para el sujeto, de perder toda significación, y esto conlleva un riesgo de suicidio. Es necesario aclarar que esto no ocurre sino en un porcentaje de casos, y es posible que dependa de la acogida social que pueda tener la transformación. El poder insertar su transformación en determinaos escenarios donde lo relevante sea la función de la imagen(artísticos, del espectáculo) posibilite al sujeto reemplazar aquello que es del orden de la significación en determinados escenarios. Es decir, en lugares en que lo relevante sea la función de la imagen.

Judith Butler, en la primera parte de su libro Deshacer el género, se ocupa del tratamiento del que han sido objeto algunos sujetos intersexuales (se llama intersexuales a sujetos hermafroditas que tienen en diferente proporción órganos correspondientes a los dos sexos).

En Estados Unidos, según Butler, se ha intervenido quirúrgicamente a muchos de estos sujetos, de acuerdo con las teorías de diferentes médicos, a fin de normalizarlos -el sexo del sujeto era definido en correspondencia con la preponderancia de lo femenino o masculino aunque la tendencia era feminizar a los niños sometidos a estas cirugías por tratarse de una operación más simple que la de otorgar sexo masculino. Las consecuencias de estas intervenciones significarían una apariencia normal para el niño en cuestión con exclusión de toda posibilidad de goce sexual.

En un caso que Butler refiere como ejemplar el niño en cuestión, transformado en niña, habría vivido deseando ser un varón hasta un determinado momento en el cual decide hacerse realizar una nueva intervención para convertirse en varón. Judith Butler afirma que “podría existir una comprensión que excediera las normas de lo inteligible, que hay algún núcleo del sujeto que habla, que habla más allá de lo que puede decirse y que ésta es la inefabilidad que marca el hablar de David (el joven a quien se refiere), la inefabilidad del otro que no se revela a través del habla pero que deja un significativo pedazo de sí mismo en su habla, un yo que está más allá del discurso mismo, que David representa la anónima –y grave- condición de lo humano desde los límites de lo que creemos saber”.[13]

Indudablemente hay muchas cosas, y en particular en lo que concierne al deseo, al goce, y al sexo, que van más allá de lo que creemos saber. Pero también es cierto que hay algunas cuestiones respecto de las cuales no podemos aducir alguna inocencia. Por ejemplo, sabemos que una intervención quirúrgica para producir una transformación a partir del sexo es siempre una operación respecto de lo simbólico cuyas consecuencias en el orden del sujeto diferirán necesariamente de lo que éste pretende desde su yo.

Lo que parece claro es que no se cuenta con el discurso que pueda acoger la demanda del cambio de sexo como tal, es decir, como demanda, ya que el único orden de demanda que parece considerarse concierne a las posibilidades o imposibilidades en lo económico de llevar a cabo esas intervenciones.

Un discurso que quiere establecer su independencia respecto de todo influjo de la cultura y que no puede ver que su posición estará siempre dentro de la cultura y necesariamente ciego ante las evidencias.

En este caso no llama la atención que los autores expuestos desconozcan por completo hasta qué punto su discurso toma sentido a partir del discurso de la ciencia y de las consecuencias evidentes e importantes, a través de la intervención de la tecnología científica (inmersa en la economía del mercado), en lo imaginario del sujeto y en lo que hace a su identificación simbólica como tal. Es indudable que la decisión respecto del sexo concierne a una identificación simbólica, a otra de carácter imaginario y a una importante relación con lo real.

Ese real es la inexistencia de la relación sexual en tanto escritura lógica que es posiblemente lo que se pretende hacer existir de diversas maneras, entre las cuales la transexualidad se destaca especialmente. Esta imposibilidad lógica se sostiene en un valioso desarrollo lógico de Lacan que no puede desconocerse si se quiere abordar estas cuestiones usando el psicoanálisis.

El descubrimiento de ese real del y en el psicoanálisis le llevó a Lacan muchos años de la compleja deconstrucción de la supuesta relación sexual de los seres hablantes. La imposibilidad lógica de acceder al dos de los sexos es el punto de partida para poner en cuestión el binarismo sexual.

¿Qué hace imposible sostenerlo? Justamente el falo, que “volatiliza” lo que haría a esa relación que no es tal. La función fálica, fundamento de la deconstrucción de la relación sexual, dispone los términos que serán los seres hablantes de un lado y el goce del otro, es decir que se trata de dos elementos que no son hombres y mujeres, femenino y masculino, sino seres hablantes de un lado y el goce fálico del otro. Se trata de algo que podemos entender como dos series disjuntas, donde el goce es lo que divide al sujeto. El goce que adviene al ser hablante cuando entra en el lenguaje.

 

El goce fálico que pasa por el lenguaje y no pasa por el cuerpo

Esta definición de Lacan pone en juego la castración ya que si el cuerpo es el falo es todo el cuerpo el que goza –no el sujeto y se mantiene fuera del lenguaje y del alcance de la interdicción. En otras palabras, la prohibición del incesto no es una cuestión de orden moral sino la vigencia del significante que saca al goce del cuerpo y lo hace pasar por la palabra. La división es así lo que separa cuerpo y goce en los seres hablantes.

¿Se trata, en el transexualismo, de producir esa unión definitivamente irrealizable para un ser hablante?

Se comprende entonces lo que anteriormente refiriésemos respecto de las consecuencias de la abolición del significante falo –y esto está en juego en cualquiera de los dos tipos de transformación H-M o M-H, ya que no se trata del sexo sino de la relación del cuerpo con el significante– en tanto puede llevar tanto al suicidio como a la psicosis, es decir, a la ruptura del discurso como lazo social.

No hay dos sexos pero tampoco uno. Se trata para el Uno del Otro sexo, que es también el lugar del escrito o, mejor, de la escritura, como forma de poner en juego el espejo. Esta escritura especular del sinthoma es lo que queda de manifiesto en los tres autores que toma Bersani para tratar incluso de definir su propia posición: Genet, Gide, Proust. Claro que no podríamos dejar de nombrar a Joyce y la escritura que da cuenta de la compleja composición de su “heterosexualidad” -Lacan supo hacernos notar que la construcción correlativa fue la de un ego que sólo existe a partir de la escritura en el caso de Joyce y el propio André Gide no dice otra cosa. La misma relación entre el espejo y la escritura hace a la persona como nos lo muestran los heterónimos de Pessoa. No es este el lugar para llevar a cabo un desarrollo acerca de la relación entre la nominación y la diversificación del Yo que nos muestra el caso de este autor.

Algunas de las cuestiones que hemos tratado nos dicen acerca de la pertinencia de lo que hay de transexualidad en el sinthoma así como de homosexualidad en la constitución de nuestro imaginario.

La “declaración de sexo” deja lugar a suponer un sujeto, más aún, la propia emergencia huidiza del sujeto como tal podría ser siempre algo del orden del “declararse”. Ahora bien, cuando esta declaración se ve precipitada por una ideología y un mercado, ¿no es precisamente el sexo (empíricamente, quirúrgicamente considerado) lo que viene al lugar del sujeto?

[1]          Expresión que Lacan utiliza en “La significación del falo” (en Escritos 2, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2005) que alude a la función de la mascarada en el “juego” de los sexos, es decir que la identificación sexual, lo que se llamaría hoy la cuestión del género, conlleva la creación de un semblant masculino o femenino. De este modo los lapsus y/o fallidos que se cometen respecto del género indican la posibilidad que al hablar se produzca una ruptura de ese semblant.

[2]          “Desgayzarse” es lo que hacen los gays que se funden en la cultura que les gusta creer minada por ellos.

[3]          Leo Bersani: Homos, Ed. Manantial, Buenos Aires, 1998.

[4] Wittig. The Straight Mind, 1978, La mente hétero está dedicado a las lesbianas de los Estados Unidos y es el texto que M.W. leyó en el marco del Congreso Internacional sobre el Lenguaje Moderno, que tuvo lugar en 1978 en Nueva York.

[5]          El psicoanálisis posfreudiano ignoró el importantísimo vacío que se presentaba respecto de la pulsión y la relación sexual o, más exactamente, la función del falo simbólico, así como la ambigüedad con que aparece el pene en la escena primaria (Jacques Lacan: El Seminario, Libro X: La angustia, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006). La “relación de objeto” así como el ideal de maduración sexual en el orden de lo genital tomando su relevancia en el psicoanálisis posfreudiano en todas sus   variaciones , como la Ego Psychology, ha influído en gran forma en la práctica analítica. . Es importante subrayar que ese es el psicoanálisis que se practicó en Estados Unidos y que posiblemente origina, respecto de la práctica analítica, malos entendidos en la actualidad.

[6]          Queer: el término es adoptado para expresar algo que va más allá de lo estrictamente gay ya que comprende otros diversos grupos marginalizados u oprimidos, por tanto tiene una incidencia en lo político al tiempo que pretende mostrar el lugar de lo sexual en lo social y en lo político.         Allan Bérubé y Jeffrey Escoffier escriben, según cita Bersani: “Queer (raro)pretende ser un término de confrontación que se opone a los asimilacionistas gays y a los «opresores rectos» al mismo tiempo .Es un nombre para designar a personas marginadas por la sociedad en general y en particular, por quienes en esta sociedad detectan el poder.Es decir,.si la sociedad califica de “raras” o “raritas” a ciertas personas, el apropiarse de la expresión para autonominarse constituye una suerte de desafío y reivindicación de los grupos marginados.Así aquellos que la sociedad encuentra “raros”, se llaman a sí mismos “raros”. La denominación de ¨”mundo Queer”, es más amplia que la de “mundo gay ”

[7]          Ser el cuerpo falo y tener el pene son dos cosas diferentes, una renuncia a la posición de falo es condición de posibilidad de que el pene (falo negativizado) puede entrar en función. Bersani no deja de reconocer que la diferencia entre ser y tener es borrosa en los homosexuales varones. La forma de tomar el falo como símbolo de masculinidad es encarnado, a veces, por mujeres lesbianas, las que se llaman “cholas”. En este sentido no resulta apropiado hablar de homosexualidad “femenina” en la medida en que esa masculinidad es propia de la homosexualidad en las mujeres. Lacan dirá, por esto, la famosa fórmula: es heterosexual el que gusta (ama) (la ambigüedad del verbo amar en francés está presente) de las mujeres (Jacques Lacan: “L´Étourdit”, en Scilicet Nº4, Ed. du Seuil, Paris, 1973). Hay que entender que el “quien gusta de las mujeres” puede ser hombre o mujer.       En este se debe destacar que una mujer que rechace a las mujeres no es, al decir de Lacan, heterosexual. Así la homosexualidad se define por el rechazo de la castración en el Otro.

[8]          “Desvalorizar” remite, para este autor, a lo que él considera el valor traumático de la diferencia que haría al origen traumático de la heterosexualidad.

[9]          Bersani se ve en la necesidad lógica de hacer entrar la diferencia si se trata del deseo: “El deseo homosexual es deseo de lo mismo desde la perspectiva de un yo ya identificado como diferente de sí mismo”. Esa diferencia haría al carácter extrínseco del narcisismo y eso mismo cuestiona el carácter homosexual de ese deseo

[10]         Leo Bersani: Op., cit.pág 73 (el subrayado es nuestro).

[11]         Suplemento “Soy” Nº 101, en Página 12, 26 de febrero de 2010.

[12]         Suplemento “Soy” Nº 103, en Página 12, 12 de marzo de 2010.

[13]         En el final del capítulo de su libro Butler introduce un postscriptum en que nos informa que este hombre, David Reimer, se suicidó a la edad de treinta y ocho años. La pregunta de Butler en este caso es: “¿Habrá allí un sujeto?” (Judith Butler: Deshacer el género, pág 111 Ed. Paidós, Barcelona, 2006)