Encontré en este nuevo trabajo de Gérard Pommier reminiscencias de uno de sus más hermosos e interesantes libros que trabajé hace algunos años. En ese libro, Nacimiento y renacimiento de la escritura, hace un gran trabajo en la comparación de lo que Freud llamó la ontogénesis y la filogénesis. Es notable cómo el sujeto, en los pasos hacia la lectura y la escritura, repite el avance de la humanidad en la creación de diferentes alfabetos y escrituras.

El autor plantea que existe un deseo de escribir, y no es un deseo entre otros sino un deseo “primitivo”, expresión misma de la escritura del inconciente, retorno de lo reprimido que es repetición y, como tal, posición activa del sujeto: “El dibujo busca recuperar esto que la palabra ha perdido. Un niño muy pequeño busca desde que puede dibujar, representar sobre el papel, esta parte de sí mismo de la cual está exilado. Cuando se examinan los dibujos de los niños de una misma edad, existen entre ellos grandes semejanzas: en efecto, se trata de representaciones del cuerpo psíquico que son de este modo homólogas”

El dibujo busca representar un goce del cuerpo que la palabra hace caer, pero la verdadera clave es la escritura del nombre propio, que busca aprehender al sujeto y despliega los conflictos con el complejo de Edipo y con el deseo de muerte del padre. Pommier desarrolla muy bien esta hipótesis en el citado libro cuando sobre el faraón Akhenaton y su acción de “martillar” la escritura del nombre del padre en los mármoles, los monumentos y las piedras en el antiguo Egipto, como un verdadero asesinato.

“El rey está muerto, viva el rey. En este sentido, la escritura es una suerte de reconocimiento del padre, y tiene así desde el principio un sentido sagrado. Pero al mismo tiempo, esta escritura está formada a partir de las representaciones visuales, de las cuales reprime el carácter pictógráfico, no sin guardar ante ella la potencia de la imagen, es decir, un goce potencial (que puede inhibir la formación de las letras, y también el aprendizaje de la escritura). El nombre propio es, entonces, la llave de la escritura que, a partir del dibujo encamina las representaciones de cosas hacia la literalidad. Encontramos un testimonio de este camino hacia la invención histórica de la escritura misma, que ha sido desde el comienzo pictográfica, por imagen, antes de tomar un sentido fonético, primero silábico, y luego puramente alfabético. Los niños toman el mismo camino”

Para concluir: por una parte, la escritura no reproduce la palabra sino que busca recuperar el goce reprimido por la palabra donde hay un pasaje de lo oral y, la pulsión invocante a la pulsión escópica, y por otra parte, la escritura del nombre va en una vía de verdadera separación.