Reseña de ¿Qué dice del cuerpo nuestro psicoanálisis? Problemáticas de índole clínica, metapsicológica y de inserción del psicoanálisis en la polis,
de Roberto Harari, Editorial Letra Viva y Mayéutica Ediciones, Buenos Aires, 2012

Este, su primer libro póstumo en castellano- presente en el presente como quiere la escritura- figura su diseño en la serie de libros programáticos, valiéndose en esta ocasión de la renovación de problemáticas de índole clínica, metapsicológica y de inserción del psicoanálisis en la polis, según reza el subtítulo del mismo. Quiero decir que este volumen se inscribe en la línea de sus libros programáticos porque implica como tal, dar en hablar de una obra abierta, con propuestas para continuar siendo retrabajadas – un work in progress– a la luz de lo que plantea lo Real de nuestra praxis cotidiana. Esto es, a ceñir, ajustar, discriminar, acentuar, ahondar las cuestiones; tal vez, apenas esbozadas por el autor y en otras ocasiones, hechas concepto, por su andar riguroso e inventivo.[1]

Por otra parte, cada uno de sus libros y en eso este no configura excepción, muestran, antes de cualquier otra consideración, la obsesión por la palabra y la expresión precisa, su deseo de psicoanálisis y la transmisión del mismo. De nuevo: hay en Harari la afición al “hallazgo”, a la invención de significantes nuevos y a la par, hay una pasión por la formalización y teorización llevada al extremo, cada vez. O mejor dicho: retrofundar como le gustaba nominar a este, su saber-hacer psicoanalítico, a partir de las enseñanzas de sus reconocidos maestros: Freud, Lacan y Joyce.

Ahora bien, la escritura de este libro interroga el decir de nuestro psicoanálisis sobre el cuerpo que en principio nos interesa, encontrando en este caso, al menos tres predicaciones a considerar, que se pliegan, se homologan al cuerpo de la letra en la construcción del mismo. Para decirlo de otra manera, justamente el cuerpo del libro también es ofrecido como una superficie propicia para que se juegue y se despliegue una escritura potente, inventiva, que se realiza encontrando, las más de las veces en su desarrollo, “una especie de conjunción disyuntiva” a la que acepta sin cesar, precisamente, porque se aleja de nuestras categorías habituales.

Como es dable apreciar en su lectura – no cesan de hacerse oír ciertas resonancias por su condición de abierto, al igual que del cuerpo sobre el que se trata de decir – decíamos, el presente libro podría acreditarse con estos tres caracteres: que “se fragmenta”, “tomado por las emociones” y siendo “nuestro lominescencia”– en un juego verbal que muestra un pasaje diferencial del habla hacia lo escrito, a los efectos de no mantener el “corpus estático” y abrirse a lo nuevo.

Me atrevería a aseverar que no es sino en el decir psicoanalítico del tema en cuestión, donde se produce un encuentro con cierto tipo de relato. Más aún, es el propio relato hecho decir que lleva en sí esa hiancia irreductible -instaurada por el lenguaje- ínsita al análisis, ¿es decir un estilo?

En tal orden, una de sus tesis básicas respecto de nuestro psicoanálisis, es la enseñanza desprendible del fundamento de la pulsión de muerte que resulta proclive y afín con lo nominado por Harari como Realenguaje, puesto que éste exige, “como prerrequisito, la postulación en acto de la existencia de aquella”. Sin duda, el autor nos confronta con nociones que subvierten cierto confort intelectual, incomodan y hasta suelen ser rápidamente rechazadas. He aquí que al presentarnos, por ejemplo, las referidas Problemáticas… estas se nutren, fundamentalmente, de los efectos de la operancia de la pulsión de muerte, inventada por Freud – del goce, dirá Lacan- que dicen de la imposibilidad de avanzar tan sólo por la vía de la comprensión. Es claro que ahí está presente el cuerpo- nos dice la letra de Harari en la vía abierta por nuestro psicoanálisis. Ahora bien ¿de cuál cuerpo se trata? De inicio, de las variabilidades de un cuerpo en obra por el Más allá del principio del placer, distanciándose de aquel inicial tomado por conjuntos de significantes congelados y disociados capaces de reaccionar frente a las interpretaciones analíticas.

Para tratar de decirlo más claramente, ¿de qué nos habla este libro? Diríamos que impregnado de la impronta despejada por el maridaje entre psicoanálisis y caología, su postjoyceanismo no dejará de retornar de continuo – sea, en el procesamiento de las diversas nociones; sea, en su tránsito por los diferentes ítems que lo conforman- decía, su insistencia en marcar nuestra extranjeridad respecto del lenguaje.

“Por definición: hablamos mal”, sentencia cardinal por donde nos sale al paso, uno de los aforismos en los que apuntala su enseñanza. De manera palmaria comporta uno de los que hacen surco, en virtud de que nos hablan de una mordiente de lo Real, captando lo que acaece en la cuestión del malentendido que nos habita. Precipitando la enseñanza desprendible de nuestra lectura del texto, agregaría que en homología, se afirma que sucede lo propio con el cuerpo. En consecuencia –nos recuerda lúcidamente el autor- nos hallamos, en cualquier momento, pendientes de perderlo, en el sentido del dominio y de la unificación supuesta fantasmáticamente. Last but not least, a la postulación previa se anuda un estudio sobre el dolor que juega el siempre latente riesgo por el cual “el sujeto no sabe cómo sacárselo de encima; tanto como no sabe, de qué modo encontrar la palabra perdida”.

Siguiendo la experiencia de cómo se cursa un análisis, para hablar del cuerpo, partirá del sentido común y de la homonimia a los fines de procesar, de entrada, qué efectos de conocimiento consiguen producirse a partir de ello. Se trata de no mantener el corpus estático –en la doctrina y en el análisis- al reintroducir metamorfosis varias de un-cuerpo por la vía del amor, de la pulsión, del goce, de la belleza de lo siniestro…

Así, invita al lector curioso a transitar de manera gradual y condensada por nueve notas sobre el masoquismo, al cual no duda en definir provocativamente como “un invento”. Extraídas estas del derrotero emprendido por distintos contextos lacanianos y otros de su propia cosecha, en un intento por avanzar también clínicamente, sobre la cuestión de piercings y tatuajes puestos de relieve, por “su inducción en el imaginario social del masoquismo”.

Para ir concluyendo recalará en la característica urbana de nuestro psicoanálisis, en lo inmundo eficaz que le permitirá exponer la temática de las facticidades como “algo [que] emerge, algo se oculta luego, y que surge bajo forma desviada”. En ese punto nos recuerda lo que Lacan advierte respecto de Hitler: es solo un precursor, y conforme con esta tesitura, Harari señala que se produce un corte con las llamadas “formas del malestar”, ya que de este exterminio metódico no hay antecedentes: es propio del siglo XX. Como colofón un corte y su re-anudación a “un dominio casi inexplorado” y cuando parece que no hay nada que decir, hace su entrada final la falla epistemosomática a los efectos de airear la cuestión psicosomática.


 

[1] Cf, Ilda Rodriguez, Roberto Harari, psicoanalista…cazador de fruslerías, Psicoanálisis en Argentina, Boletín electrónico, 30/7/2012

[2] Cf. Zulema Lagrotta, en la Presentación del libro que comentamos, p.8