Juego el juego, Clelia Conde
La práctica del análisis, Norberto Ferreyra
La perversión y sus derivas, Norberto Ferreyra
Como una serie cuenta a partir del tercero, Ediciones Kliné publica los tres primeros números de Variaciones, la nueva colección de la misma La práctica del análisis, La perversión y sus derivas, ambos de Norberto Ferreyra, y Jugoeljuego, de Clelia Conde. Estos libros que, en tanto el objeto que son, portan la particularidad de ser pequeños, bellos, y llaman a la mirada.
Me tomo el atrevimiento de suponer que el nombre de la colección podría ser el hilo que otorga un criterio que reune a los libros que la componen. Dado que ninguna de las notas de edición lo explicita, este atrevimiento es tanto una excusa que brinda la amplitud para comentarlos una única reseña, como la oportunidad de reflexionar sobre el rasgo común que, entiendo, se lee en ellos.
Variación:
–Dícese de la acción y el efecto de variar.
–Modificación estructural, morfológica o fisiológica en los caracteres de la descendencia con respecto a sus progenitores.
–En términos musicales, consiste en una modificación de los elementos secundarios de un tema melódico, ya sea sustituyendo la nota original por un grupo de notas de menor duración, cambiando el ritmo de la melodía, o incluyendo un ritmo contrapuntístico. Más allá de estas modificaciones, la condición es que el tema original se mantenga.
–Relación entre dos variables, de manera que los valores de ambas aumentan o disminuyen al mismo tiempo y a una razón constante.
Pero aquello que indicaría el nombre de la colección y su supuesta función de hilo conector, ¿está representado en alguna de las acepciones mencionadas? Dejemos en suspenso la pregunta, pero no para adentarnos en cada libro, porque no hay reseña que sustituya la lectura, pero sí que me acompañen a construir una panorámica que sopese la densidad de sus textos.
Comencemos por los dos de la autoría de Ferreyra. Antes, un comentario: el autor tiene un estilo claro, lógico y sencillo, pero a la vez con cierta dificultad, que no es la de lo difícil o complejo sino la que impone leerlo hallando la dimensión en la que su decir se escucha. Lo que me recuerda esa clase de imágenes, llamadas 3D, que están plasmadas en el ancho y en el largo pero de acuerdo a cómo se las mire, urge de ellas, casi de sopetón, una profundidad que a simple vista no estaba dada. Para lograr este efecto se hace necesario implementar una u otra técnica: mirar con un ojo una cosa y con otro otra, o mirar como si lo hiciéramos a través de un espejo o de un vidrio, en tanto no es ni el uno ni el otro en sí a donde dirigimos la mirada sino, a través o más allá de ellos. Aunque no poseemos técnica alguna para abrir el oído a la dimensión en la que Ferreyra dice, creo que para esto no hay nada mejor que contar con que el estilo del autor invita a ser escuchado más que leído, en el sentido vulgar del término. Lo que quiero dar a entender es que leer el decir de Norberto Ferreyra supone la condición de escuchar las dimensiones bajo las que habla: la poética y la lógica, sin que una contradiga a la otra y, hasta por momentos, se reúnan e intercambien.
En La perversión y sus derivas trata la cuestión de la perversión desde una posición enunciativa que, a pesar de lo difícil y comprometido del tema, no roza siquiera una moral o una ideología. El libro abre con tres artículos que tocan una pregunta: La perversión: ¿estructura, método o invención? Así desarrolla la perversión como:
–Estructura, en la medida en que algo de la misma es inherente a la conformación del fantasma y al deseo, porque el deseo guarda relación con la perversión, sin que por eso sea perverso;
–Método, en tanto estrategia ante la castración, en la cual el perverso no trata de ser el Uno del Otro como en la neurosis, sino de hacerse aquello que le falta al Otro, es decir, lo que hace agujero en el Otro y da lugar al objeto, ya sea porque lo tiene en la mano, como el látigo, o porque él mismo se hace objeto en relación con la falta en el Otro.
–Invención, en tanto la posición respecto del fantasma como la existencia del sujeto en relación con el deseo están vinculadas con la función paterna con sus versiones (père-version). Las cuales implican una ficción con la que el sujeto inventa una manera, un modo o un estilo de relación con la castración más allá del padre, que es lo mismo que decir no en relación con el padre sino con el objeto causa.
Después de pasar revista por algunas de las trescientas veces que Lacan habla de la perversión a lo largo de su enseñanza, Ferreyra arriba a las formulaciones más avanzadas que presentan a la perversión, justamente, como las versiones del padre. Así esclarece uno de los modos de tal invención: la relación entre el saber y el poder con la que el perverso intenta tapar la falta en el Otro en el universo simbólico, lográndolo, aunque no sin fallas.
¿Cómo se ubica el sujeto frente a la castración al modo de la neurosis?; ¿cuál es la diferencia con la estrategia perversa?; ¿por qué es necesaria la perversión?; ¿qué le ofrece el perverso al incrédulo y qué en el lazo social?; ¿en qué reside la fe del perverso, que es la única que se puede vender en el lazo social?, son algunos de los interrogantes que articula el autor.
El cuarto texto de este libro desarrolla la posibilidad que brinda la angustia de advertir y subjetivar algo del objeto que el sujeto fue o es. Siendo que la seguridad de la misma deja como corolario: el síntoma, como una manera de hacer algo con la angustia, y el traumatizarse, para elaborar el trauma a través de la dimensión del amor, en relación con la excitación pulsional.
El quinto y último texto, tal y como adelante la nota Presentación de la Editorial, expone la posición del autor frente a actualidad política en la Argentina. Aquí Ferreyra nombra una política de derecha cuando su objetivo final es hacer callar al otro mediante la tortura, el asesinato o la muerte en varias de sus formas: hambre, salud, tortura moral, segregación, exterminio. Y lo que es más interesante todavía, relaciona la conjunción entre saber y poder como método e invención de la perversión –expuesta en los primeros capítulos– en su vinculación con la política de Estado.
En su otro libro, La práctica del análisis, Ferreyra, el autor refiere estricta y exclusivamente a la práctica del análisis y entonces, a la clínica. Para lo que habla de la experiencia misma sin sostenerse del “caso clínico”. De manera que en los dos primeros trabajos, desarrolla cómo entiende un análisis y las condiciones para que éste tenga lugar. ¿La experiencia del análisis es una experiencia subjetiva u objetiva? ¿Hay alguien que experimenta esa experiencia? Si hay alguien que hace la experiencia del análisis, ¿es el sujeto de la misma?, se pregunta y nos pregunta el autor.
En “Los fracasos del analista”, que es el tercer texto, parte de la idea de que si bien el analista es dos –el que escucha en la sesión de análisis y el que elabora la experiencia–, lo que pasa del psicoanálisis no se transmite como analista, sino que es por haber estado en posición de analista en un análisis, alguien podrá transmitir como analizante. A partir de estas dos posiciones, considera los “fracasos del analista”, para lo que no solo tiene en cuenta los efectos terapéuticos –ya que perfectamente el éxito puede implicar el fracaso del analista, dice–, sino, fundamentalmente, esta posibilidad de hacer pasar o no el psicoanálisis.
En el cuarto escrito el autor desarrolla la forma bajo la cual se presenta y toma existencia el tiempo en un análisis. El tiempo al que se refiere es el tiempo lógico, que se hace modal en relación con un decir, y es este decir, que el inconsciente toma la dimensión del tiempo como falta, más específicamente como “falta el tiempo”. Falta el tiempo supone que el tiempo se hace con la falta, porque la falta –dice Ferreyra– es aquello de lo que está compuesto, su estofa.
El quinto trabajo sitúa a la clínica como lo que es dicho bajo la regla fundamental, la asociación libre, a partir de la cual el analizante es quien habla y el analista, por escucharlo, quien esté en la posición de tal. El autor aquí explícita un hecho básico, fundamental, vale decir, estructural de la experiencia: el acto del analista consiste en producir el acto del decir y hacer que se real-ice por quien habla el pasaje de ser hablado a situarse como sujeto de lo que dijo. Desde aquí el texto prosigue bajo el planteo de que el sujeto del psicoanálisis es el sujeto de la ciencia, solo que en uno y en la otra se encuentra en distintas condiciones de existencia y de presentación. La ciencia forcluye al sujeto barrado, dividido, y exige en su lugar uno indivisible, Uno, unidad que favorece las clasificaciones con el fin que la política manipule la productividad y la reproducción de los seres hablantes. Asimismo, el autor arriesga y apuesta una posible alternativa ante esta política, a través del discurso del psicoanálisis.
“¿Dónde ocurre el análisis?”, el sexto y último texto, plantea el hecho de que el análisis transcurre en una dimensión que es tres a causa de un imaginario que no es del espejo sino el que está en el nudo, RSI. Pero si la consistencia del nudo es real, entonces el análisis transcurre estrictamente entre tal imaginario y tal real.
Ahora es el turno de Juegoeljuego, de Clelia Conde, un libro donde no hay frases hechas, con un entramado que revela es posible encontrar invención. La misma que se anuncia en la formación lúdica del título del libro y de los capítulos, que considera la antecedencia y que construye, de acuerdo y en consecuencia, con su experiencia. Recorriendo sus páginas uno se encuentra con que está dicho, tanto explícitamente como en acto, que el juego es cosa seria. Más aún, se tiene la impresión, o al menos yo la tuve, de que el libro en sí mismo está hecho bajo las mismas reglas y modo de constitución que eso acerca de lo que comparte y transmite, el juego, como si en algún sitio de lo que aquí es dicho quedara grabada la rúbrica de origen: el análisis con niños. Me atrevo a decir que así como el dibujo que inicia la publicación muestra a la mirada el aparato que produce el juego, jugando, el libro en sí está hecho con el mismo e ingenioso aparato.
En el primer capítulo, la autora aclara que comprender el juego es el requisito para poner en función la abstinencia, la que da lugar a una privación que permite la lectura. Desde esta afirmación, que hace a la estructura del quehacer de un analista, comienza a desplegar qué puede considerarse un juego, qué es jugar, cómo se llega a hacerlo, incluso, si el analista de niños se deja tomar por el juego o es necesaria cierta distancia que permita “ver qué pasa”.
Tal y como lo afirma Clelia Conde, jugar no es fácil, de lo que se desprende que estar en el lugar del analista de niños tampoco lo es, o al menos comporta otras dificultades que las que podrían considerarse en el análisis con adultos.
La autora comparte y transmite algunas claves de la cuestión explicitando ciertas equivalencias entre el juego y lo que podría llamarse –solo a los fines del entendimiento– “el hablar de un adulto”. Por ejemplo, bajo qué condiciones del juego se encuentra la equivalencia con la regla fundamental; cómo se le dice al niño desde el juego mismo que allí, en el tiempo y en el espacio del análisis, la palabra tiene otra dimensión, y que estoy acá para escucharte.
En el segundo capítulo, “Deudas de juego”, Conde pregunta: “¿Qué sucede a nivel lógico cuando un niño es incapaz de jugar?”. Para contestar se remonta a un tiempo lógico anterior y al recorrido de sus momentos, aunque, claro está, el mismo podría detenerse o verse obstaculizado en alguno de ellos. Para dar cuenta de tales momentos lógicos, la autora se vale de nociones matemáticas, de la teoría de los conjuntos y de la lógica de clases, del concepto de potlatch de Marcel Mauss y, sobre todo, de su experiencia clínica, la cual ejemplifica cada una de las operaciones psíquicas, en función o no, necesarias para que un juego se ponga en acto.
Entre “El juego imposible” y “Final del juego”, tercero y cuarto texto, la autora explicita la necesidad de articulación de la deuda simbólica, de la apuesta, para que el juego sea posible, y cómo, por ejemplo, la reacción terapéutica negativa supone que tal articulación no está en juego, por lo que el juego mismo queda impedido.
En “La jirafa arrugada”, anteúltimo y quinto texto, se trabaja la correlación entre las operaciones constitutivas del sujeto, que el niño realiza a través del juego, y el dibujo. Para ello trae desde lejos, aunque se demuestra que es desde cerca, el origami, arte japonés del plegado del papel, técnica que junto a la siguiente cita de Lacan: “Nuestra hoja de papel no sabemos lo que es. Sabemos lo que es el corte y que de este corte, aquel que lo ha trazado está suspendido de su efecto”,[1] pues ejemplifica contundentemente aquello sobre lo que versa este texto.
Ya en el último texto, titulado “El juego invisible”, Clelia Conde se refiere a la función de la transferencia en el análisis con niños, para lo cual –como se alude desde el título– la vincula con la función escópica, dado que la pulsión escópica –escribe la autora– es la más cercana al deseo, ya que no querer saber es homólogo al no querer ver, propio del rechazo a la castración.
Una vez hecha la reseña de cada uno de los libros, creo que estamos en condiciones de retomar la pregunta que había quedado en suspenso: ¿qué podría indicar el nombre de la colección, Variaciones, acerca de lo que conecta y relaciona a estos libros? ¿A cuál o cuáles de las definiciones mencionadas refiere en este caso la palabra “variaciones”?
Más allá del diccionario y de las diferentes posibilidades que nos otorga la genética, la música y/o la matemática para una posible acepción de la palabra en cuestión, considero pertinente recurrir, para arriesgar una respuesta, al discurso del psicoanálisis.
En Variantes de la cura-tipo, Lacan cuestiona ese título. Por un lado, por el riesgo de que el psicoanálisis quede reducido exclusivamente a una terapéutica, y por otro lado, porque la idea de un estándar para el psicoanálisis sería en sí una anulación del mismo. Con la ironía que lo caracteriza, afirma: “[…] un psicoanálisis, tipo o no, es la cura que se espera de un psicoanalista”.[2] Entonces, si un psicoanálisis es la cura que se espera de un psicoanalista, vale la pena traer hasta aquí que Lacan se aboca al estudio de las “variaciones” de los analistas a propósito del análisis y a lo largo de su historia. Para ello no tenemos más que dirigirnos al octavo de los Principios rectores del acto analítico, presentados en el marco de la asamblea de la AMP de 2006 en Roma. Cito: “La definición del psicoanalista incluye la variación de esta identidad. La definición es la variación misma. La definición del psicoanalista no es un ideal, incluye la historia misma del psicoanálisis y de lo que se ha llamado psicoanalista en distintos contextos de discurso”. Así, en cada circunstancia, el psicoanálisis y el psicoanalista producen su variación.
Recurro a algunos párrafos de los dos autores de estos tres libros que, entiendo, ejemplifican el hecho de que la definición de analista es la variación misma, a la vez que terminan de decir, a través de su voz, lo que estoy queriendo concluir.
“Hay frases tales como «uno aprende de sus fracasos» o «el fracaso es una cuestión de éxito», frases lindas que sirven para sostenerse, pero qué quiere decir el fracaso del analista en relación con que solo como analizante transmite el psicoanálisis”. “Si el psicoanalista fuera o representara, si se autorizara como médico, filósofo, psicólogo, escritor o con cualquier título universitario, estaría «hecho» de algo que en términos de representación tiene éxito, pero entonces no habría, cada vez, fracaso del analista para pasar a analizante y así transmitir el psicoanálisis”, dice Norberto Ferreyra.
Mientras que Clelia Conde asevera: “En este libro, donde realizo algunas puntuaciones sobre el análisis de niños, habrá cuestiones lógicas y comentarios prácticos, entiendo que para lo cual la transmisión de la experiencia tiene el valor de ser un apoyo para la propia inventiva”.
Así, considerando que:
–Estos dos párrafos son dos modos de decir que el analista es al menos dos, el que ocupa el lugar de tal en la experiencia y el que, en posición analizante, transmite y a la vez inventa algo de la misma.
–Que los tres libros dicen a cada paso, letra por letra, espacio tras espacio, acerca de la transmisión de la experiencia del análisis…
…concluyo, por fin, una posible respuesta parafraseando la definición otorgada por la música y considerando la aportada por Lacan. Variaciones, en este caso, podría referirse a “la modificación de ciertos elementos, cambiando el ritmo de la melodía, o incluyendo un ritmo contrapuntístico”, de la transmisión de la experiencia del análisis. Pero la condición indispensable, más allá de estas modificaciones, es que en el caso de las variaciones que hacen al analista mismo, a diferencia de las musicales, no haya tema o modelo original que se mantenga. Por lo que, tal vez, lo mejor sea tomar el consejo de Lacan: “Hagan como yo, no me imiten”. Más aún, hagamos como Norberto Ferreyra y Clelia Conde, no lo imiten, no los imitemos.
Quedan estas palabras como mero pre-texto para que sean ustedes quienes deambulen por las páginas de estos tres pequeños e inmensos libros.
[1] Jacques Lacan: El Seminario, Libro XIII: El objeto del psicoanálisis, clase del 15 de diciembre de 1965, inédito.
[2] Jacques Lacan: “Variantes de la cura-tipo”, en Escritos 1, Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires, 2005, pág. 317.