La pulsión escópica detenta un rol “privilegiado” entre las pulsiones: la mirada engloba la totalidad del cuerpo y pone en escena la identificación con el falo. Toda pulsión está, de un modo u otro, en relación con lo visual: la mirada se inmiscuye fácil- mente en toda forma de goce.

Lo visual detenta un doble rol: pasivo (vectorialización hacia el interior = ser visto) y activo (vectorialización hacia el afuera = ver). Esta orientación bidireccional está en acto también cuando el sujeto posa su mirada sobre el cuerpo proyectado en la superficie del espejo. Actividad y pasividad al mismo tiempo, dominio y subordinación del sujeto con respecto a su cuerpo, a partir de la imagen proyectada. Pero también, inquietante extrañeza: ¿qué es lo que puede devenir inquietante para el sujeto? ¿El cuerpo mismo o su imagen?

El cuerpo unheimlich

El cuerpo es atravesado por el lenguaje que, como él, toca las tres dit-mansiones2 de la experiencia. El cuerpo es a la vez la proyección de una superficie,3 el cuerpo imaginario y la superficie misma, es decir, el cuerpo real, asiento de la fragmentación pulsional, del goce. Pero el cuerpo pertenece también al registro de lo simbólico: por ejemplo, en la conversión histérica, 4 el órgano alcanzado toma valor de significante, teniendo, seguramente, un valor gozoso para el sujeto. El cuerpo deviene la escena de lo imposible de decir, de lo que no cesa de no escribirse.

El cuerpo es estructuralmente un espacio desorganizado. El niño descubre en primer lugar su propio cuerpo de manera fragmentada y formando parte del mundo exterior; él busca agarrar sus manos y sus pies como si estos fueran exteriores a él mismo. El cuerpo es, para Lacan, extranjero al sujeto:5 esta extranjeridad puede devenir un-heimlich, según el término freudiano6 que se puede traducir por “inquietante familiaridad”, o también, por “lo que debe permanecer escondido”.7 ¿Pero cómo el cuerpo, o su imagen, pueden devenir inquietantes? O más aún, ¿por qué el cuerpo sería amenazante, peligroso, al punto de deber permanecer escondido?

La angustia es una manifestación corporal que viene a indicar lo insoportable del cuerpo, cuerpo que puede devenir unheimlich para un sujeto. Esto se encuentra en la neurosis, pero también en la psicosis. Pensemos en ciertos fenómenos psicosomáticos, pero también en las alucinaciones, auditivas y visuales. La alucinación es desde el primer momento un fenómeno del cuerpo: “Toda alucinación es […] alucinación del cuer- po propio”, escribe Merleau-Ponty.8 El goce se disloca en el cuerpo, un cuerpo que de- viene unheimlich, sea la alucinación de tipo acústica (objeto de la pulsión = voz), visual (objeto de la pulsión = mirada) o cenestésica (objeto de la pulsión = el cuerpo entero).9 La consistencia de las diversas alucinaciones es homogénea a las diferentes pulsiones.10 Hay una correspondencia entre la pulsión y la alucinación, las dos tienen la mis- ma materialidad: el cuerpo, cuerpo que se apodera del sujeto a través de la alucinación (verbal o visual).

Una joven mujer alucinada me dijo saber que las voces que ella escuchaba a lo largo del día provenían de ella. Pero al mismo tiempo, ella las percibía como extrañas,11 no podía hacer nada para detenerlas: eso no dependía de ella, me dijo.

La voz de un sujeto alucinado puede ser considerada como del orden de la inquie- tante extrañeza, como la desrealización;12 la despersonalización y la autoscopia son también fenómenos “éxtimos”, según el neologismo de Lacan, que indican una “exterioridad íntima”,13 alguna cosa que es a la vez del orden de la “intimidad” y de la “exterioridad”. El cuerpo es, para el sujeto, un elemento “interior”, “íntimo”, que le pertenece, pero que puede no ser reconocido por él en tanto que tal. En tanto que cuerpo un-heimlich, especialmente.

El espejo: de la pantalla a la inquietante extrañeza

Para Freud,14 el yo es una entidad corporal y Lacan mostrará su consistencia especular,15 su función de señuelo y de máscara, capaz de ocultar la falta, la división subjetiva ($). La acción del cuerpo especular ofrece una solución provisoria al cuerpo dividido: el sujeto busca remediar la división, o la fragmentación, por una unificación y un dominio imaginario.

Si decimos “máscara”, decimos “identificación”: el sujeto se identifica con el cuerpo superficie –la imagen– que le hace gozar (Freud habla de las “sensaciones corporales”16 y Lacan del “júbilo”).17 La imagen “protege” al sujeto: hay una distancia entre el cuerpo especular y el cuerpo pulsional, y la identificación con el falo “imaginario” –por el Otro– no tiene las mismas consecuencias que la identificación con el objeto en su di-mensión “real”. En este segundo caso, se trata de una identificación con el objeto-dese- cho, como lo vemos en la melancolía y en algunas esquizofrenias.

No se puede considerar al estadio del espejo como de lo imaginario “puro”: las tres instancias –simbólico, imaginario y real– se anudan en el proceso. La dimensión simbólica es tomada en la dinámica especular no solamente porque allí habrá, en cierto momento del estadio del espejo, una instancia simbólica (padre o madre) que dirá al niño “tú eres eso”,18 sino también porque el espacio –la distancia entre la superficie del espejo y el cuerpo– detentan aquí una función simbólica. Distancia entre la imagen del cuerpo unificado (la imagen “acabada”) y el cuerpo del niño, que permanece imperfecto, privado de la coordinación motriz y dependiente totalmente del Otro. Esta distancia es percibida como una falta, falta que despega al sujeto de la plenitud fálica, anonadante. Y del lado de lo real, la imagen especular hace gozar, parcialmente, por “pequeños agujeros”: pulsionalmente, pasionalmente. El cuerpo que goza permanece fragmentado, aunque la imagen especular no lo sabe. Hay un cortocircuito entre el goce y la ima- gen (el yo), entre la fragmentación y la unidad del cuerpo en el espejo. Tal es, quizás, la fuente de la ambivalencia del sujeto ante su propia imagen en el narcisismo, imagen como fuente de amor y agresividad.

Hay un goce del cuerpo y un goce de la imagen del cuerpo. Para el niño, la fuente del goce puede ser interna (autoerotismo o narcisismo primario) o externa (narcisismo o narcisismo secundario). Interno: es decir, “en” el cuerpo y sin objeto exterior. Externo: a partir de la proyección especular del cuerpo del sujeto en el espejo.

El goce, repitámoslo, está fragmentado: en el placer autoerótico, como en el júbilo del cuerpo frente al espejo. Este goce concierne a todo sujeto, independientemente de la estructura, y comporta forzosamente una “disociación” subjetiva; el cuerpo se divide, se fragmenta, en el goce, y esto no es un signo específico de la psicosis. Lacan piensa en la histeria cuando escribe “[…] esta forma (de fragmentación del cuerpo) se revela tangible sobre el plano orgánico mismo, en las líneas de fragilización que definen la anato- mía fantásmatica, manifiesta en los síntomas de esquicia o de espasmo de la histeria”.19 El sujeto se aliena, “aplastado sobre su superficie”,20 capturado por el goce potente y destructivo de su imagen. Durante el momento de ver, el sujeto corre el riesgo de en- contrarse con su doble ideal21 y desaparecer en esta reunión anonadante. Concentrándose sobre la imagen de sí, imagen a la vez familiar y extraña –éxtima, podría decirse–, el sujeto atraviesa momentos de inquietante extrañeza. En la neurosis, a menudo, esto no dura más que algunos instantes: la imagen se desmorona en el instante en el que se construye, y el sujeto es rápidamente reenviado a su condición de falta en ser.

En el autoerotismo como en el narcisismo, la falta se presenta a través de una imagen de sí, forzosamente desfalleciente: el sujeto falla en su identificación con el falo y el goce no es jamás total. Cuando ese no es el caso, hay una correspondencia perfecta ente el sujeto y su cuerpo:22 es ahí que el sujeto corre el riesgo de atravesar los fenómenos del orden de lo Unheimliche. Estos pueden, seguramente, manifestarse en la neurosis como en la psicosis. Pero es sobre todo en ciertas formas de psicosis que falta la distancia entre el sujeto y el cuerpo del espejo: la forclusión del Nombre del Padre pue- de dañar la pantalla imaginaria que los mantiene a distancia.

Es entonces que, paradojalmente, el cuerpo fragmentado aparece como una defensa posible contra un goce total del cuerpo, cuerpo que permanece sin protección cuando está privado de la pantalla de la imagen. Ocurre que el esquizofrénico no puede ver su propia imagen en el espejo, pues es su doble lo que ve, es decir, su cuerpo en su dimen-sión real, su cuerpo en tanto que objeto a merced del Otro.23 El cuerpo deviene su per- seguidor, mientras que el espejo, en ese caso, no se distingue más del cuerpo.

Los fenómenos de este orden no son por eso la consecuencia inevitable de la forclusión del Nombre del Padre. Vivir el cuerpo en su dimensión real es una experiencia en el orden de la inquietante extrañeza y, como bien ha puesto en evidencia Freud, la neu- rosis también puede hacer esa experiencia. La consistencia de la pantalla imaginaria no es muy sólida, tanto en la neurosis como en la psicosis.

Tomemos la histeria. Deleuze considera los problemas de la imagen del cuerpo como fenómenos histéricos tocando el “cuerpo sin órganos”,24 que pueden, seguramente, con- cernir también al cuerpo del psicótico: “[…] ese cuerpo sin órganos y sus órganos transitorios serán ellos mismos vistos, en los fenómenos de autoscopia interna o externa: esa no es más mi cabeza, pero yo me siento en una cabeza, yo veo y me veo en una cabeza; o bien yo no me veo en el espejo, pero me siento en el cuerpo que veo y me veo en ese cuerpo desnudo cuando estoy vestido… etc. ¿Hay una psicosis en el mundo que no comporta esta parada histérica?”.25 Para Deleuze, la autoscopia es un fenómeno histérico, seguramente del orden de lo Unheimliche, que se manifiesta en la neurosis como en la psicosis, aunque la función y los efectos en las dos estructuras no sean los mismos. Como Deleuze, Lacan no considera los trastornos de la imagen especular como propios de la estructura psicótica: “Los puntos de referencia del conocimiento especular […] son retomados de una semiología que va de la más sutil despersonalización a la alucinación del doble. Sabemos que estos no tienen, en sí mismos, ningún valor diagnóstico en cuanto a la estructura del sujeto (el psicótico entre otros)”.26

¿Cómo se caracteriza lo Unheimliche en los fenómenos psicóticos propiamente dichos? Antes de responder a esta pregunta, es necesario volver sobre la función de la imagen especular en la psicosis. El estadio del espejo, ¿está operando en esta estructura? O bien, ¿hay desestructuración de la imagen del cuerpo, desestructuración que hace percibir su propia imagen en el espejo como unheimlich?

Espejo y disociación

La disociación psicótica es explicada frecuentemente por los trastornos de la ima- gen del cuerpo:27 como si hubiera una perturbación en la percepción del cuerpo propio en la psicosis, perturbación seguramente del orden de una inquietante extrañeza. Pero el estadio del espejo es problemático para todo sujeto: la imagen unificada del cuerpo, dicho de otro modo, el yo (moi), es inestable. La imagen es forzosamente evanescente y no impide actuar a la pulsión. El sujeto puede haber realizado la unificación del cuer- po en el espejo y estar al mismo tiempo afectado por los fenómenos inquietantes como la despersonalización y la desrealización. Y esto, independientemente de su estructu- ra clínica. Como lo señala Lacan: “No hay nada que esperar del modo de abordar la psicosis sobre el plano de lo imaginario, pues el mecanismo imaginario es el que da su forma a la alienación psicótica, pero no su dinámica. […] es precisamente porque en nuestra exploración de la técnica analítica, después del más allá del principio del placer con su definición estructural del ego que él implica, tenemos la noción de que más allá del pequeño otro de lo imaginario, debemos admitir la existencia de otro Otro”.28

Según nuestra hipótesis, no es la desestructuración de la imagen del cuerpo frente al espejo lo que está en el origen de la fragmentación psicótica. E inversamente, disociación y fragmentación no conducen forzosamente a los trastornos de la imagen del cuerpo.29 ¿Cómo explicar, entonces, los fenómenos de despersonalización y de cenestopatía,30 los trastornos de la personalidad, las alucinaciones del doble? Los ejemplos de esta clínica son múltiples: sensaciones de extrañeza de sí y de las cosas, síndromes de influencia y delirios de posesión, fantasmas de cuerpo despedazado… Estos fenómenos pueden depender de una perturbación de marcas del conocimiento especular, pero no es una constante.

Pierre Janet, Maurice Krishaber, Michel Dugas y Emmanuel Régis, consideran que los fenómenos de despersonalización se reencuentran en los sujetos exentos de signos de psicosis. Freud parece ser de la misma opinión cuando en Un trastorno de la memoria en la Acrópolis31 considera los fenómenos de desrealización como una forma de defensa del yo (moi) del sujeto. Sujeto que, deformándose, “aceptando enmendarse por su unidad”,32 se protege contra la angustia.

El sujeto se siente separado de su cuerpo: la escisión está ahí, en el espejo. No puedo reconocerme y ser al mismo tiempo yo mismo, reconociéndome he perdido la coincidencia inmediata conmigo mismo en mi ser.

La dimensión de la castración es introducida en la imagen especular: la mirada cree ver el falo en la imagen reflejada, pero es una imagen que engaña porque el falo no está ahí. Lo hemos visto: siempre hay un desajuste entre la imagen perfecta, unificada, y el cuerpo; la visión de la plenitud fálica no se sostiene más que el instante de una mirada. La imagen especular incluye la falta: desajuste entre el cuerpo y su imagen, distancia entre los dos, distancia que permite mantener lejos –imperfecta, incompleta– la identificación con el falo. La fragmentación del goce es también lo que lo vuelve soportable.

No obstante, la percepción de la unidad en el espejo, la imagen del cuerpo es siempre confusa. El espacio geométrico –estructurado y localizado– del espejo no queda en su lugar: lo visual desborda y deviene el espacio de la pulsión, del afecto, del goce, espacio donde los límites entre el sujeto, el cuerpo y la imagen, no son fáciles de demarcar.33 El sujeto se desplaza, él puede cambiar de perspectiva, se junta y se dispersa –unidad y caos– frente al espejo, en un movimiento continuo. Este movimiento –confuso– hará perder al sujeto la correspondencia consigo, es decir, su propia imagen. Por lo tanto, la identificación con el falo no puede más que fallar.

En este sentido, el caos es saludable. Si el doble especular pierde la distancia con el sujeto y su imagen se clarifica, se transforma en doble inquietante y/o perseguidor. La imagen no es más confusa, cuerpo e imagen se reúnen, hacen “Uno”. El sujeto se ve ahora, realmente, en su imagen, él es la imagen. En otros términos, lo imaginario es absorbido en lo real: es la desaparición subjetiva. Cuando “falta la falta”, el falo aparece en la imagen del doble: el sujeto se hace objeto del deseo del Otro. El falo pierde su connotación imaginaria y deviene real: es ahí que el sujeto comienza a vivir los fenómenos del orden de la desrealización y de la despersonalización.

Si el sujeto se acerca demasiado a su doble, termina por no reconocerse más y se vive como extranjero a sí mismo. Repitámoslo: esta forma de despersonalización, que da el sentimiento de inquietante extrañeza (Unheimlichkeit), es frecuente en la neurosis como en la psicosis, con sus modalidades diferentes.

En la neurosis, la falta (el falo) deviene lo imprevisto representable, se encarna en la imagen que fascina al sujeto. Captación del sujeto por una imagen del doble, proyectado en el lugar del Otro. El sujeto se pierde en esta imagen –“lo que es visto en el espejo es angustiante”, dice Lacan.34 El sujeto no se encuentra más ahí: es la despersonalización. Esta imagen es muy arrebatadora para que pueda haber ahí un lugar para un tercero: la relación dual pura desposee al sujeto de toda relación con el Otro simbólico, capaz de instaurar una distancia entre el sujeto y su imagen. El doble aparece en el lu- gar del Otro: es la angustia, entonces, la que hace su entrada.35 Generalmente, estos estados son pasajeros en la neurosis.

En la psicosis, las cosas se llevan de otra manera. La angustia se transforma en pérdida identitaria y/o en sentimiento de persecución. Para Lacan: “[…] este sentimiento de relación de desposesión remarcado por los clínicos para las psicosis, desposee al su- jeto de esta relación al Gran Otro. La especularización es extraña y, como dicen los ingleses, odd, impar, fuera de simetría, es el Horla de Maupassant, el fuera de espacio, en tanto que el espacio es la dimensión de lo superponible”.36

La confrontación con el otro especular, en la psicosis, no es simétrica, el pequeño otro deviene fácilmente un Otro perseguidor, Otro que aplasta al yo37 y en consecuencia, al sujeto. Es en este sentido que la desposesión de la relación con el Otro es irreversible en la psicosis. Y es así que el espejo deviene fácilmente unheimlich para el sujeto.

n la novela de Maupassant,38 el fuera de allí evoca la dualidad de su autor, dualidad entre el yo (moi) y el Otro que habita a Maupassant y lo tortura. El escritor sufría, efectivamente, de autoscopia:39 tenía la impresión de verse desde el exterior de sí o que era extranjero a la persona que veía en el espejo.

Lacan escribe: “Lo que hay bajo el hábito y que llamamos el cuerpo, no es sino, qui- zás, ese resto que llamamos objeto a”:40 i(a), es decir, la imagen, es la vestimenta de ese resto. Puesto que si el sujeto se encuentra atrapado en una imagen vacilante del yo, se arriesga a ver su ser transparente en la imagen. Dicho de otro modo, i(a) no hace más de pantalla de a. La carencia radical de la función del trazo unario que sostiene al ideal del yo (del orden de lo simbólico) lo expone a no hallarse en situación de diferenciar el sitio donde él se ve de aquel donde se mira. El desfallecimiento de la falicización del yo está en el principio de la autoscopia, tanto por la inquietud que ella implica como por el esfuerzo que ella suscita para compensarla.

O más bien, lo que provoca angustia, en la alucinación del doble, no depende de una falsa percepción de la imagen de sí en el espejo ni de una unidad que no hubiera podido constituirse, sino de la intrusión del Otro: un Otro que devora el espacio virtual y vital del sujeto, su espacio de acción y su espacio de pensamiento.

El protagonista de la novela de Maupassant siente a su alrededor la presencia de un ser invisible que nombra Horla. Lúcido al principio, zozobra poco a poco en la locura, buscando librarse de esta empresa extenuante. Terminará por incendiar su vivienda y, en las últimas líneas de la novela, frente a la persistencia de esta presencia, entrevé la muerte como última liberación.

El doble perseguidor

Otra forma de relación dual problemática se encuentra en la paranoia. En la psicosis no hay, como en la neurosis, una desposesión momentánea del Otro que hace perder las coordenadas existenciales al sujeto y lo deja presa de la angustia, sino una incursión del goce del Otro en el cuerpo, incursión que puede pasar a través de la imagen de sí en el espejo, dicho de otro modo, a través del doble.

Muchos autores han señalado el lazo entre la imagen ideal y la paranoia. Otto Rank habla de “una ansiedad paranoica ante su propio yo, personificado por la sombra, la imagen o el doble”.41 Freud, en su texto sobre el presidente Schreber, pone en relación la paranoia con el narcisismo: “[…] la mayor parte de los casos de paranoia muestran un poco de delirio de grandeza, y que este último puede constituir por sí solo una paranoia. De ahí inferimos que en la paranoia la libido liberada se vuelca al yo [moi], se aplica a la magnificación del yo [moi]. Así se vuelve a alcanzar el estadio del narcisismo […]: los paranoicos conllevan una fijación en el narcisismo […]”.42

En su tesis de doctorado en medicina sobre el caso Aimée, en 1932, Lacan sostiene que el yo tiene una estructura paranoica.43  Aimée es perseguida por las mujeres que,  a sus ojos, representan su doble ideal: mujeres de mundo, actrices, escritoras, mujeres que gozan de una cierta libertad y de poder social.44 Para Lacan [es la que] estalla la identidad de los temas de grandeza y temas de persecución. Este tipo de mujer es exactamente la que ella misma sueña devenir. La misma imagen que representa su ideal es también objeto de su odio.45 Aimée, golpeando a su víctima, golpea al mismo tiempo su ideal. Y a través de su ideal –por el mismo golpe que la vuelve culpable ante la ley,46 escribe Lacan– ella se golpea a sí misma. Como en la novela El doble de Dostoievski, cuando Goliadkin, el protagonista, vilipendia a su héroe hasta el punto más alto, es a sí mismo a quien injuria.

Amor y odio por el Otro, amor y odio por sí, en la confrontación del sujeto con su doble. Como si la confrontación permitiera poner una barrera entre los dos, cuando en realidad se han encontrado; el sujeto y su doble se juntan el uno y el otro en la imagen en el espejo. Goliadkin querrá odiar a su doble, pero en realidad, lo ama. La homo- sexualidad está obrando en la paranoia, aunque en el caso del protagonista de la nove- la de Dostoievski (y como se lo remarca frecuentemente en la clínica) sea ferozmente negada. La homosexualidad hace lazo con el narcisismo, según Freud: “La suma de regresiones que caracterizan la paranoia es medida por el camino que la libido debe re- correr para volver de la homosexualidad sublimada al narcisismo”.47

Sin embargo, en un delirio paranoico, el doble perseguidor puede tomar una función compensatoria para el psicótico. Para Freud, el delirio es una tentativa de cura, una neo-realidad que aparece en el momento en el que el mundo amenaza con hundirse para el psicótico. Cuando el doble perseguidor toma esta función deviene, lógicamente, menos inquietante.

Conclusiones

Hemos visto que el cuerpo puede ser vivido como unheimlich por el sujeto: en la psicosis a través de alucinaciones, por ejemplo. Y en la neurosis es la relación del sujeto con su propia imagen la que hace problema, provocando en algunos casos los fenómenos de inquietante extrañeza. Si la distancia entre el cuerpo y la imagen se esfuma, y el sujeto se junta con su imagen ideal, entonces la angustia hace su aparición. O bien cuando esta separación es vivida con demasiada intensidad: la castración es insopor- table para el sujeto.

La inquietante extrañeza, como la ha mostrado Freud, deviene una “solución” para la neurosis, un tratamiento contra la angustia: angustia de castración (el yo del sujeto está desfalleciente), o angustia del goce del Otro (el yo ideal está realizado, el sujeto se hace objeto para el Otro).

Fenómenos como la despersonalización, la desrealización y la autoscopia pueden manifestarse tanto en la psicosis como en la neurosis, pero con diferentes consecuencias. Si en la neurosis la inquietante extrañeza es una defensa contra la angustia, en la psicosis es una suerte de antesala a la persecución, porque es a partir del estado de inquietante extrañeza –y para salir de ella– que el sujeto ha comenzado a crear su delirio. En este caso, el sujeto no está avergonzado por su doble especular, sino por un Otro perseguidor. Este es, seguramente, una figura del otro especular: pensamos no solo en la relación entre homosexualidad y paranoia puesta en evidencia por Freud, sino también en la figura del ideal como rival del sujeto, relevada por Lacan.

El cuerpo unheimlich se manifiesta a través de la voz, vía la alucinación, y a través de la imagen especular, vía la despersonalización, desrealización, autoscopia. La imagen especular puede ser fuente de persecución para el psicótico, pero desde que la alucinación del doble toma forma de delirio, este puede sostener al sujeto. El delirio de persecución permite canalizar un goce que de otro modo lo absorbería: el psicótico sostiene, gracias a la certeza yoica que le da su delirio, un saber sobre el goce del Otro perseguidor. No obstante, esto siempre no anda: el doble perseguidor es un remedio envenena- do para el sujeto. A veces, esta figura imaginaria no llega a mantener la cohesión que el sujeto busca darle gracias al delirio, en su tentativa de acotar el goce. El doble se corta, se multiplica, en una infinidad de figuras persecutorias, inciertas, inestables: el sujeto está bajo el golpe del despedazamiento, bajo la influencia del goce. El psicótico se encuentra, entonces, en un estado de perplejidad angustiada frente a su cuerpo, su imagen y, seguramente, su identidad. Retorno del semejante, retorno de un real que pasa por su doble, vivido a partir de la inquietante extrañeza del propio cuerpo.


 

Notas:

* Traducido por Ilda Rodriguez y Noemí Sirota.
2. Jacques Lacan: Le Séminaire, Livre XXIII: Le sinthome, clase del 11 de mayo 1976, versión inédita.
3. “El yo no es solamente una entidad toda en superficie sino una entidad correspondiente a la proyección de una superficie”. Sigmund Freud: “Le moi et le ça”, en Essais de psychanalyse, Payot, Paris, 1981, pág. 64.
4. “La conversión es del orden del deseo, considerada a partir de su causa el objeto a con la inscripcióncorporal de una falta, la castración (-φ). En el síntoma es su derecho como su revés” (Jacques Lacan: Le Séminaire, Livre V: Les formations de l’inconscient, Ed. du Seuil, Paris, 1998, pág. 336).
5. “[Hay] como posibilidad de relacionarse con su propio cuerpo como extranjero. Es lo que expresa el uso del verbo tener, «avoir». Su cuerpo lo tiene, no lo es en ningún grado” (Jacques Lacan: Le Séminaire, Livre XXIII: Le sinthome, clase del 11 de mayo 1976, versión inédita).
6. Sigmund Freud: L’inquiétante étrangeté et autres essais, Ed. Gallimard, Paris, 1985.
7. Unheimlich viene de Heim, palabra que significa “casa” (le foyer) e introduce una noción de familiaridad, pero es también empleada como raíz de la palabra Geheimnis, que se puede traducir por “secreto”, en el sentido de “lo que debe permanecer escondido”. Los anglófonos lo traducen como uncanny (ominoso, perturbador).
8. Maurice Merlau-Ponty: Phénoménologie de la perception, Gallimard, Paris, 1945, pág. 391.
9. Henri Ey clasifica muchos tipos de alucinación: las alucinaciones visuales, las alucinaciones de oído, las alucinaciones olfativas o gustativas, las alucinaciones táctiles, las alucinaciones cenestésicas y del esquema corporal, las alucinaciones motrices o kinestésicas, y las alucinaciones psíquicas o pseudoalucinaciones. (Henri Ey, Paul Bernard, Charles Brisset: Manuel de psychiatrie, Ed. Masson, Paris, 1960, págs. 116-117. Entrada: “alucinaciones psicosensoriales”).
10. Jean-Claude Maleval: Logique du délire, Ed. Masson, Paris, 2000, pág. 123.
11. Ibíd.
12. Henri Ey habla del automatismo mental como de un fenómeno extranjero (es decir, no ejecutado por el sujeto) que distingue del sentimiento de influencia, que se relaciona con los fenómenos forzados (es decir, los ejecutados por el sujeto mismo: se trata de fenómenos impuestos, inspirados o impulsivos). (Henri Ey: Hallucinations et délire: les formes hallucinatoires de l’automatisme verbal, L’Harmattan, Paris, 1999, págs. 69-79).
13. La desrealización es un fenómeno que da la impresión de extranjeridad en relación con el mundo, como si fuera espectador de su vida, como si se flotara al costado de sí, fuera de su propio cuerpo. Esto da una impresión de irrealidad.
14. Jacques Lacan: Le Séminaire, Livre VII: L’ethique de la psychanalyse, Ed. du Seuil, Paris, 1986, pág. 167.
15. Sigmund Freud: “Le moi et le ça”, en Essais de psychanalyse, Payot, Paris, 1981, pág. 264. Freud agrega: “No es solamente una entidad toda en superficie, sino una entidad correspondiente a la proyección de una superficie”.
16. Jacques Lacan: “Le stade du miroir comme formateur de la fonction du je”, en Écrits, Ed. du Seuil, Paris, 1966, pág. 94.
17. Ibíd.
18. Ibíd., pág. 100.
19. Ibíd., pág. 97.
20. Gérard Pommier: “Observación sobre lo visual y el síntoma”, en Cahier de psicología clínica N° 20: Lo visual, De Boek, Bruselas.
21. Dicho de otro modo, la imagen de sí puede convertir al sujeto en falo para el Otro.
22. Como lo precisa Lacan en el seminario sobre el sinthome: “El sujeto tiene un cuerpo, él no lo es” (Jacques Lacan: Le Séminaire, Livre XXIII: Le sinthome, clase del 11 de mayo 1976, versión inédita).
23. Pensamos en ciertos cuadros de Bacon o de Lucian Freud, donde se tiene la impresión de que las figuras se reducen a no ser sino “carne” a merced del Otro.
24. Gilles Deleuze: Francis Bacon: Logique de la sensation, Ed. du Seuil, Paris, 2002, pág. 51.
25. Jacques Lacan: “De nuestros antecedentes”, en Écrits, Ed. du Seuil, Paris, 1966, pág. 71.
26. El cuerpo sin órganos no es propio de la psicosis, encontramos sus manifestaciones en otras estructuras y bajo otras formas. El cuerpo representa, para Bacon, en este ejemplo analizado por Deleuze, un cuerpo histérico (Gilles Deleuze: Op. cit.). Pero nosotros tenemos también el cuerpo hipocondríaco, en el que los órganos se destruyen; el cuerpo drogado, que querría un solo órgano polivalente para la alimentación y la defecación; el cuerpo masoquista, que se hace coser para que todo el cuerpo esté bien cerrado (Gilles Deleuze y Félix Guattari: L’anti-Oedipe. Capitalisme et schizophrénie, Ed. Minuit, Paris, 1972, págs. 186-187). Para profundizar sobre el cuerpo sin órganos, ver Silvia Lippi: “El cuerpo sin órganos en Deleuze, el inconsciente real en Lacan. Consideraciones sobre la actualidad de una clínica no edípica de la psicosis”, en Acta psiquiátrica y psicológica de América Latina, Buenos Aires, 2014.
27. Por ejemplo, para Gisela Pankow hay, en la psicosis, una relación no dialectizable entre las partes del cuerpo y el todo: “Todo” como “superficie yoica”, superficie que se fabrica fuera del estadio del espejo. Para ella, en la psicosis falta el todo con el que relacionar las partes (Gisela Pankow: L’homme et sa psychose, Aubier-Montaigne, Paris, 1969).
28. Jacques Lacan: Le Séminaires, Livre III: Les psychoses, Ed. du Seuil, Paris, 1981.
29. “Alimentar de fantasmas el despedazamiento de sí mismo o del otro no implica necesariamente la desestructuración del cuerpo propio” (Jean-Claude Maleval: Folies hystériques et psychoses dissociatives, Payot, Paris, 2007, pág. 178).
30. Problemas de la sensibilidad interna, definidos por una sensación corporal anormal o dolorosa de carácter frecuentemente alucinatorio.
31. Sigmund Freud: “Un trouble de mémoire sur l’Acropole. Lettre à Romain Rolland”, en Sigmund Freud et Romain Rolland: Correspondance (1923-1936), PUF, Paris, 1993.
32. Sigmund Freud: Névrose et psychose, Payot, Paris, 2013.
33. Como dice Lacan: “[…] esta imagen confusa que tenemos de nuestro cuerpo” (Jacques Lacan: Le Séminarie, Livre XXIII: Le sinthome, clase del 11 de mayo de 1976, versión inédita).
34. Jacques Lacan: Le Séminaires, Livre X: L’angoisse, clase del 23 de enero de 1963, versión inédita.
35. Angustia que conduce al protagonista a la muerte en la novela El retrato de Dorian Gray.
36. Jacques Lacan: Op. cit.
37. Yo (moi) como soporte de la identidad del sujeto.
38. Guy de Maupassant: El Horla, Argonauta, Buenos Aires, 1988.
39. En la autoscopia (suerte de alucinación de sí mismo), el sujeto ve un doble de sí mismo: las partes, los órganos o la totalidad de su propio cuerpo.
40. Jacques Lacan: Op. cit .
41. Otto Rank: Don Juan et le double. Études psychanalytiques, Payot, Paris, 1973.
42. Sigmund Freud: “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente”, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976, vol. XII, pág. 67.
43. Ya en 1948, Lacan subrayaba: “Además los dos momentos se confunden en que el sujeto se niega a sí mismo o carga al otro y se descubre ahí esta estructura paranoica del yo que encuentra su análogo en las negaciones fundamentales puestas en valor por Freud en los tres delirio de celos, erotomanía e interpretación. Es el delirio mismo del alma bella misántropa, arrojando sobre el mundo, el desorden que hace su ser” (Jacques Lacan: “L’agressivité en psychanalyse”, en Écrits, Ed. du Seuil, Paris, 1966).
44. Otto Rank afirma que los perseguidores son frecuentemente personas amadas o sus sustitutos (Otto Rank: Op. cit.). Pienso en una mujer parapléjica que se sentía perseguida por sus hermanas, que según la opinión de la paciente, estaban celosas de ella y de su fuerza para enfrentar su enfermedad: la omnipotencia
del yo se asocia a la manía de persecución, en la paranoia.
45. Jacques Lacan: De la psychose paranoïaque dans ses rapports avec la personnalité, Ed. du Seuil, Paris, 1975.
46. Ibíd.
47. Ver el trabajo de Freud Dostoïevski et le parricide.