Seminario XX de Lacan en castellano

“El primer paso de la ignorancia es presumir saber”. Gracián, El Criticón.

“El error es un arma que acaba siempre por dispararse contra el que la emplea” Arenal, Memoria sobre la igualdad

“La traición no triunfará jamás. ¿Por qué razón? Porque si triunfa, nadie se atreve ya a llamarla traición. J. Harrington. Of Teason

  1. Propósito

 

Pretensión: salvemos, por esta vez, el recurso timorato que absuelve a cualquier traductor dando por inexorable a la inmanente traición. No, porque hay traiciones y traiciones. Algunas de ellas, claro está, exceden el espectro medio de lo “opinable” –en cuanto a la diversidad de posibles alternativas homogéneamente valederas– para inscribirse en el error y la equivocación. Si aquel es tributario del saber referencial –y de la ética que debiera presidir cada una de sus autorizaciones–, la segunda apunta al saber textual, conjeturable –a partir de sus formaciones– si se escrutan los designios explícitos, o no, del sujeto de la enunciación concernido.

Pues bien, la alarmante profusión de errores y equivocaciones cometidos por los responsables de la versión castellana del Seminario XX de Lacan (Paidós, Barcelona, 1981),* nos ha movido a procurar su desglose, en el intento de contribuir a una difusión de la obra del maestro francés tal que respete legítimamente, en nuestro idioma, los términos de su rigurosa concepción. Ya que –como alguna vez aseveró Freud– uno comienza cediendo en las palabras, y nunca sabe dónde puede terminar.

Por otra parte, a pesar de la abundancia de dichos yerros, el espacio con que contamos en esta Sección de REdTORICA nos convida con licitud a limitar nuestro corpus a los dos capítulos iniciales del Seminario; empero, asumimos el compromiso de proseguir, en otros números, la tarea así iniciada. Dicha prosecución involucrará también un retorno, en la medida en que de los capítulos referidos señalaremos, aquí, tan solo algunas de las muchas objeciones que suscitan.

Esta labor, por último, no hace sino aunarse con otra de no menor alcance: se trata de consignar los resultados de cotejo confrontativo entre el registro de la desgrabación del Seminario de marras, y el respectivo establecimiento publicado, a partir de aquella, por Seuil, en París, 1975. Adelantemos, en tal tesitura, que los grosores comparativos de ambos textos ya preanuncian lo que luego se forja como juicio fundado en el lento procesamiento reflexivo de la lectura del original: la “poda” consumada en este no fue una limpieza en pos de facilitar, de agilizar o, inclusive, de mejor organizar la lectura, sino que ella implica, directamente, una mutilación conceptual, a más de estilística.

 

  1. Los yerros puntuados
  2. Aun

Tal palabra, es claro, alude al título adjudicado a la edición castellana (C, en lo sucesivo, y F, para la francesa). Ahora bien, el “aun” no acentuado significa tendencialmente “hasta, también, inclusive”; en cambio se “escribe con acento cuando puede sustituirse por todavía sin alterar el sentido de la frase”. Por otra parte, también se le asigna el sentido de “no obstante, sin embargo” (1). Pues bien, se desprende del desarrollo expositivo del Seminario que Lacan apunta a lo correctamente trasladado al portugués por el correspondiente traductor: “Más, todavía”, Mais, ainda (2), denotando, con la juntura descomponible y de elección eventualmente alternativa entre sus términos, una perdurabilidad –rayana con el desafío– situable en los mismísimos lindes de una exclamación interrogativa que el sedativo “aun” se encarga, por su cuenta, de sofocar. Y esto tanto en lo concesivo, cuanto en lo encarecedor… aun. Pero –es obvio por lo anunciado– hay más todavía… según lo sustrata el goce suplementario incluido raigalmente en el decurso del propio Seminario.

  1. “Fuera de lugar”

Se sienta esta locución (C, 10) por “deplacé”, “desplazado” (F, 10). Resulta que Lacan utiliza, en ocasiones, el “hors”, “fuera”; por ejemplo, “horsexe” (F, 78/9; C, 103). No es así en este caso, donde contextualmente él asume su lugar de destinación significante en virtud de hallarse conducido por la operación que desde Freud conocemos como desplazamiento (“déplacement”, en francés). Por ende, la sinonimia lexical pierde el rigor del concepto, pues escamotea el uso –“deliberado” o no, poco importa– que de él hace el autor.

  1. otro

En C, 12 se lee al pequeño otro cuando en F, 11 dice “Autre”, en el último renglón del apartado 1. Esto, estimamos, no requiere mayores comentarios.

  1. signo de amor

La expresión mentada perdió, en C, 12 dos artículos determinados, definidos, que se encuentran en F, 11; “le signe de l’amour”. Dicha maniobra se reitera en lo sucesivo de la versión; de aquella cabe aseverar, entonces que el retiro del definido disuelve el peso de la afirmación, ya que no se trata –en el crucial aforismo destacado– de ese signo incurso en un conjunto coleccionable, sino de su acotamiento aislado y privilegiado: el signo. Tampoco el amor es una entidad vagarosa: es el amor que cada quien acontece.

  1. señas, señales

Luego de haber vertido “signe” por “signo”, según acabamos de con-signar, brota una intempestiva sinonimia: C, 12 y 13 escriben lo indicado en el nombre de este apartado, cuando F, 11 insiste en el mismo concepto. Y decimos concepto, que el Seminario abunda en la consideración del signo, por ejemplo en C, 169/71 (F, 128/30). Además, aunque rebalse nuestro corpus, no podemos dejar de resaltar la recurrencia de esta empresa en las páginas anotadas en último término, donde por ejemplo “donner un signe, un signe de sa présence de unité” se transformó en [aprender] “a hacer una seña, a dar un signo…”. ¿Es que acaso Lacan es un nuevo semiólogo general, o un epistemólogo genético que clasifica seña, señal, signo, significante? El signo es lo que representa algo para alguien: entonces, ¿de dónde surge su homologación con seña o señal?

  1. el inconsciente

En este respecto, C, 12 reincide en una denominación sustancialista, enteléquica de “l’inconscient” (F, 11) –harto difundida en nuestro medio–, la que es cabalmente sorteada por el freudiano “lo inconsciente” (3). ¿Por qué? Porque no concibe una geología de pedazos de la cabeza, sino que hace suyo el sesgo de un discurso –ni profundo ni superficial– asido en el tren de la arista de un constante devenir, y cuya única patencia (le) adviene en función de sus formaciones. “El” inconsciente, al sustantivizar, relanza imperceptiblemente una postulación en términos de una consciencia duplicada, pues reintroduce el homunculillo avieso de la yocrática causa final, teleológica y presuntamente placentera. Así, la dimensión de “lo” autoriza, facilita, una adjetivación que participa de una episteme homóloga con la de los registros lacanianos: “lo” Real, por ejemplo. Abona, por último, la jerarquía del efecto remontado y del azar, en tanto conceptos insoslayables del psicoanálisis.

  1. Lo pide sin cesar

Tal frase da cuenta, en C, 12 de lo que en F, 11 reza: “Il ne cesse pas de le demander”. Como cabe advertir, este sintagma comprende dos operadores conceptuales –abrogados en C– no precisamente secundarios: “no cesa”, y “demanda”. El primero se halla tematizado con largueza en diversos tramos del Seminario, por ejemplo en C, 74 [F, 55] y C, 174/5 [F, 131/2]); según es de conocimiento, esa herramienta –en conjunción/ disyunción con el “escribirse”–, le permite a Lacan dar cuenta de cuatro de las categorías modales. Pues bien, una de ellas se encuentra casi adosada al “ne cesse pas” de C, 12 en dos oportunidades: lo necesario. ¿Y qué es lo necesario? Lo que no cesa de escribirse (C y F, ídem). Se capta: la estructura composicional de la precisión acerca de lo necesario es la misma que la de la frase considerada, salvedad sea hecha de que en esta última los términos “sólo” están dispuestos de modo de incitar sugerentemente al trabajo fundamentado de lectura, tomando benéfica distancia, entonces, de la mera transcripción léxica.

Demanda, “D”: ¿alguien puede reemplazarla, en la concepción lacaniana, por el pedir contenidista, por el pedido explícito y puntual? Seamos justos: en otras ocurrencias, C decide escribir “demanda”, concluyéndose de dicho proceder que ambos términos intercambiados tienen zonas de máximo recubrimiento. Por eso –nos rebalsamos de nuevo– en C, 152 (F, 114) la frase–fórmula que introduce nada menos que al nudo borromeo, la frase de demanda aforísticamente iniciada por el “te demando… rehusar (Je te demande… de refuser)” es evocada como “te pido… rechazar”.

  1. extrañas

Sin duda “bizarro/a” es un galicismo. Mas a los fines de procurar la constitución de una nomenclatura pertinente para nuestra práctica psicoanalítica, no deberíamos vacilar ante la objeción –siempre epocal, siempre con el conocido lag respecto de la interlocución cotidiana– de los académicos de la lengua, sino que, antes bien, cabría incentivar nuestro propio derrotero. Por otro lado, “bizarro/a” se ha tornado un vocablo ciertamente difundido y aceptado en el mundo “psi” hispanoparlante. Pese a ello, su aparición en F, 11 se metamorfosea –en C, 12– en “extrañas” (son las “señales”, ya aludidas). ¿Tan sólo cautela preservadora del idioma? El problema es que Lacan aísla y categoriza casi de inmediato lo “extraño (étrange)”, derivándolo hacia el “être-ange”, “ser-ángel” (C, 16; F, 14). Léase a esta luz la referencia previa sobre el “amuro”, y se comprobará la errónea inconsecuencia de C atinente a lo “extraño”.

  1. acarrea

C, 13 sitúa esta palabra por “porte” (F, 11). De acuerdo: Lacan juega a menudo con la polisemia. Pero en incontables momentos de su enseñanza puntúa un concepto con el fin de alcanzar la mayor univocidad posible en medio de la acción significante. Esta es una de esas ocasiones; en efecto, si se le hace decir que el germen “acarrea” –también “ocasiona”– la muerte, se difumina el sentido fuerte del Träger (“portador”) que le adjudica esa frase, en consonancia con lo demostrado por la biología moderna. Porque la muerte no es engendrada por el germen, sino por la repetición del cuerpo en la descendencia, merced al “invento” de la sexualidad que hace a un lado la escisiparidad (4 y 5).

  1. relación proporción sexual”

Al constar en F, 13 “relation rapport sexuel”, C opta por lo mencionado en este subtítulo (C, 14). Podría suponerse, con cierto margen de seguridad, que el objetivo procurado por medio de esa decisión fuese el de elidir aquí la redundancia; sin embargo, tal alternativa es de antigua data en este grupo de traductores, el cual suscribe, en dicha perspectiva, una explícita recomendación que ya les formulara anteriormente J.-A. Miller (6). El asunto es que este último teme –dice– que se confunda “relación” con “relaciones” sexuales, creyendo esquivar el hipotético obstáculo a través del uso de “proporción”. Empero, nos parece que este recurso aritmético lo que logra es apartar la –ahora sí– imprescindible polivocidad a sustentar partiendo del término francés, el que significa también “informe”, “relato”, “información”, “narración”. Y si estamos contestes en que no hay relación sexual por efecto de su inencontrabilidad en “lo enunciable” –según sostiene el Seminario una línea antes–, no trepidaremos en suscribir la primacía significante –sorteada sistemáticamente en sus presentaciones por quien propuso “proporción”– que porta el no negociable concepto de “relación” (sexual).

  1. caracteres secundarios

Entre estas dos palabras (C, 15), el texto galo intercala “sexuels” (F. 13). Vaya omisión en un párrafo que agrega lo siguiente en su frase inmediata: “Nada distingue (rien ne distingue) a la mujer como ser sexuado, sino justamente el sexo”. Además, como lo destacan las palabras por nosotros puntuadas, Lacan se vale allí del ne expletivo, lugar entre otros, como se sabe, de posicionamiento del sujeto de la enunciación (7). ¿No sería conducente resaltarlo? ¿O pretenderemos que es una insípida “façon de parler”?

  1. “necio, necedad”

A partir de sus inserciones iniciales, tanto “bête” (F, 14; C, 16) como su adjetivo sustantivado “bêtise” (F, 16; C, 20), se vierten según se acaba de justipreciar. La cuestión es que los nombrados vocablos castellanos derivan directamente de “scientia”, “conocimiento”, proveniente a su vez de “sciens/tis”, “el que sabe”. Pero hete aquí que Lacan intenta burilar una noción que, sin duda, se escinde de la notación del saber sabido, hurgando, en cambio, en un saber sin sujeto por medio de la “bêtise” en tanto “tontería”. ¿Por qué esta elección? Porque “tonto” es “voz de creación expresiva, cuyos equivalentes se encuentran en muchos idiomas”. A esto, agregan Corominas y Pascual que términos como “chocho, bobo, lelo, soso, fofo, memo, y en particular su hermano y sinónimo zonzo… se caracterizan por la repetición de una misma consonante, a menudo con vocal o, y a veces con adición de una n, y es esta misma repetición la que basta para sugerir directamente la idea” (8). Antes que aceptar la implícita invitación etimológica de C en pro de la credulidad en el moderno catecismo de la ciencia, nos sumamos a la fecunda línea “tonteril” trazada, en este respecto, entre Flaubert (9), Lacan y Glucksmann (10).

  1. palabra

La traducción (C, 18; F; 15) renueva un malentendido lexicológico habitual atinente a la obra de Lacan: se trata de volcar tanto “parole” como “mot” (C, 28; F; 22) por “palabra”. Justamente en la página recién citada se estipula la diferencia: la “palabra” (mot) hace colección en el diccionario, en tanto lo que a nos, analistas, incumbe, es la función del “habla”. Sí: “Función y campo del habla y del lenguaje en psicoanálisis”, ya que este hace a la dimensión interlocutiva de la parole, en la cual hasta la frase puede llegar a configurar una unidad significante.

  1. lingüisteria

Otra aprehensión –también usual– a mitad de camino, ya que el libro reza “linguisterie” (F; 20; C; 24). Literalmente, lo escogido parece atinado, mas, conociendo la tesitura lacaniana, ¿creemos que el neologismo no está compuesto siguiendo los lineamientos de un tropo? ¿O será, como no es infrecuente en su enseñanza, más bien el efecto de una metáfora –condensación– al estilo de parlêtre? Entonces, si como acreditamos este es el caso, escribiremos –en congruencia tanto con la denotación del emprendimiento del nuevo monema, cuanto con la procedencia de los términos integrativos– “lingüisteria”. ¿Se lee la histeria?

  1. “está estructurado como un lenguaje”

Para proseguir con la recurrencia de errores ahora lamentablemente casi generalizados, C, 24 concibe del modo mencionado el clásico aforismo lacaniano (F; 20). Pero, se sabe, el francés carece del distingo castellano entre “ser” y “estar”; por ende, “est structuré” (ídem ut supra) conviene inteligirlo como “es estructurado” antes que como “(ya) está estructurado”. Proceso, tránsito, entonces, y no alforja-depósito oclusa y conclusa de la que cabría proveer al desagote de sus “contenidos infantiles fijados”.

  1. escandido

Quizás por algún “arrastre” inadvertido, C, 25 coloca esta voz por el original “pointé” (F, 20). Y decimos de un posible “arrastre” porque pocos renglones arriba asoma, efectivamente, “se scande”, lo cual se traduce con corrección. Ahora bien, esta cuestión del “anotar”, “punzar”, “marcar”, por cierto que no es de la misma estofa que la escansión; aquella, inclusive, se localiza en un campo nocional y práxico que la acerca a la puntuación. En consecuencia, ¿no habrá en esta equivocación una re-velación de la promoción “duplicada” de la escansión en la práctica analítica? ¿Qué lugar le resta, entonces, a la puntuación?

  1. vínculo

Esta expresión es la elegida para dar cuenta de “lien” (F; 21; C; 26), insistiéndose con ella en el curso del desarrollo subsiguiente. Sin embargo, pocas líneas después, el mismo término se traslada como “lazo” (F; 22; C27). ¿Por qué esta errática e infundada sinonimia? Una posible respuesta estriba en que en el primer caso se trata del discursivo lien social, en tanto que el segundo involucra a los liens hormonales. Vale decir que el ser hablante establece vínculos, mientras que en los productos glandulares se circunscriben lazos. O dicho de otro modo, y como conclusión: la noción de “lazo” demuestra ser inadecuada para la intelección del ser hablante, según afirman, en estado práctico, los traductores. Punto que no deja de causar perplejidad ante un Seminario en el cual el nudo borromeo –definido, desde el corte, por los lazos– adquiere una importancia medular para la aprehensión de la experiencia del análisis, la que dista con mucho de ser hormonal (por ejemplo, C, 143/64; F, 107/23). Por lo tanto, esta equivocada concesión antitopológica a la empiria fenomenológica del “vínculo”, ¿no comportará un inconfeso homenaje a los aspectos menos ponderables de las enseñanzas de Enrique Pichon-Riviere, las que conforman una suerte de background “vincularmente” pregnante, seductor para tantos “psi” hispanoparlantes? ¿O será una contraseña semántica capaz de evocar el afamado conductismo del “doble vínculo”?

  1. barrera” – “tachada

Estas dos propuestas (C, 27 y 39) dan cuenta del francés “barré” (F, 22 y 31). Ahora bien, en el primer caso se trata de la clásica barra –de origen saussuriano– postulada algorítmicamente entre el significante y su efecto llamado significado; sin duda, la realista “barrera (barrière)” se franquea (franchir) de un modo bastante heteróclito al franqueamiento de la barra que, por ejemplo, propone la fórmula de la metáfora (11). Por otro lado, si nos hacemos cargo de esa concepción de la barra, podremos entender el efecto definiente del significante sobre el sujeto, aprehendiendo a este –barra ahora oblicua, o vertical, mediante– como consecuentemente “barrado” (/), y no “tachado”. Y lo propio sucede desde ya con la A (Otro) en tanto “barrada” (/).

Por último, ¿no se percibe cómo con “barrera” y “tachada” se quiebra en nexo lógico necesario vigente entro lo denotado por las escrituras nombradas y la “experiencia de la barra” (el “embarazo”, por ejemplo), tematizada por Lacan en el Seminario X?

  1. la verdad sea dicha

Esta expresión congelada, consensual, figura en C, 30 como traducción de un coloquial “mon Dieu (mi Dios)” (F, 24). Puede argumentarse, en pro de dicha opción, la condición de muletillas, de comodines del habla, que compartirían ambos sintagmas; sea, mas ¿se ignora el lazo planteado por Lacan entre verdad y decir? O sea, aquello irrenunciable de que la verdad es no-toda, pudiendo tan solo semidecirse, por efecto de la acción de la Urverdrängung. ¿Qué implica, entonces, que C profiera, repentinamente –y en un contexto tan delicado como el que en tales páginas razona sobre las sustancias–, un enunciado en apariencia refutatorio de la concepción lacaniana de la verdad? ¿O que dé pie, homonímicamente, a pensar en la imperativa verdad como felicidad (también “dicha”)?

  1. causa final

Que se propone por “cause dernière” (F; 27; C; 34), o sea, “causa última”. Es notorio que aquí la desaparición efectivizada –una vez más– en la apelación a la presunta sinonimia se articula con el desconocimiento del contexto filosófico a partir del cual se desgrana lo referido.* ¿De qué se trata? De una nueva puesta a punto de las cuatro tradicionales causas aristotélicas –consideradas, por ejemplo, en “La ciencia y la verdad” (12): material, final (finale), eficiente y formal. Es en este orden que son enumeradas en el Seminario XX; ahora bien, ocurre que lo de “causa final” no se incluye en C únicamente en su estricto acápite, sino también cuando Lacan discurre acerca de la causa formal, arrojando como resultado este remarcable despropósito: “su causa, su causa final (dernière), que es «formal»”. Por lo que se le imputa así al maestro francés la confusión, o la superposición, de la causa final con la formal, hecho que, según se colige, caracteriza en verdad a este equipo.

 

 

III. Conclusión

 

En suma, creemos haber logrado, siquiera sea parcialmente, el cometido propuesto en I. atinente al mismo orden, consideramos sumamente beneficioso el hecho de que este trabajo pudiese llegar a precipitar otros de homólogo calibre en aquellos –no pocos– lectores que ensayen sumar su aporte respecto a la notable obra de Lacan. Circunstancia, claro está, que no se encuentra reservada a cenáculo alguno, quod erat demonstrandum.

 

 

Referencias bibliográficas

  • Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, Espasa-Calpe, Madrid, 1970, p. 143, destacado en el original.
  • Lacan, O Seminario, libro 20: Mais, ainda, Zahar, Rio de Janeiro, 1982.
  • Freud, “Das Unbewusste”, Studienausgabe, S. Fischer Verlag, Francfort del Meno, 1980, v. III, pp. 119/62; Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1979, v. XIV, pp. 153/201.
  • Jacob, La lógica de lo viviente. Una historia de la herencia, Laia, Barcelona, 1977, pp. 333/49.
  • Foucault, “Crecer y multiplicar”, en varios, Lógica de lo viviente e historia de la biología, Anagrama, Barcelona, 1975, pp. 93/102.
  • -A. Miller, Cinco conferencias caraqueñas sobre Lacan, Ateneo de Caraca, Caracas, 1980, p. 44.
  • Lacan, “Remarque sur le rapport de Daniel Lagache: ‘Psychanalyse et structure de la personnalité’ ”, Écrits, Seuil, París, 1966, pp. 663/5; Escritos II, Siglo XXI, México, 1975, pp. 284/6.
  • Corominas –J.A. Pascual, Diccionario critico etimológico castellano e hispánico, Gredos, Madrid, 1983, v. V, pp. 545/6, destacado en el original.
  • Flaubert, Bouvard y Pécuchet, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1980.
  • Glucksmann, La bêtise, Grasset, Paris, 1985.
  • Lacan, “L’ instance de la lettre dans l’inconscient ou la raison depuis Freud”, Écrits (cit.), pp. 515/6; Escritos I, Siglo XXI, México, 1976, p.
  • ¾, “La science et la verité”, Écrits (cit.), pp. 871/; Escritos I (cit.), pp. 356/9.

* En otra prueba de la coherencia del proceder de este equipo, puede leerse en el recientemente editado –en nueva versión– Seminario XV de 1064 (Paidós, Buenos Aires, 1086) lo siguiente: “la falta central del deseo, siempre puntualizada por mí, de manera unívoca, mediante el algoritmo (-…)” (p.112). Cinco líneas después, se reitera la misma escritura, en el mismo sentido, el que, según se aprecia, comporta por parte de Lacan una ratificación férrea en su postura, abonada por los términos “siempre” y “de manera unívoca”. Por lo cual, entonces, corrobora lo anteriormente sostenido en –por ejemplo– Subversión del sujeto… (Escritos 1 [cit.], p. 335) de este modo: “por muy sostén que sea del (-1), se convierte allí en (…) (Fi mayúscula), el falo simbólico imposible de hacer negativo” (el destacado es nuestro).

De lo que se concluye que, cuando Lacan asevera que insiste en su algoritmo, los traductores –y sus revisores– le endilgan la incuria propia del trabajo por ellos encarado. En resumen: (-„ (menos fi minúscula) no es (-(…) según discrimina la versión francesa (Seuil, París, 1983, p. 97).

* Análoga situación presenta cuando en F, 85 y luego de mencionar poco antes a Heidegger, Lacan asevera, “Cet être-là n’est pas rien”, es decir: “Ese ser-ahí (Dasein) no es nada”. Se conoce, indudablemente, el papel capital que juega en el pensamiento del gran filósofo alemán la noción puesta entre paréntesis, la que jamás podría traducirse por el solo “ser”. Pues bien, ello resulta vertido así: “Nada no es ese ser” (C, 112).