Por Alejandra Ruiz
Recuperando el valor de algunos planteos nodales hechos por Freud, Anabel Salafia inicia su argumentación mencionando que, una vez atravesada la metamorfosis de la pubertad, el sujeto habrá de decirse de uno o de otro sexo. La función de la mascarada, aludida por Lacan en La significación del falo, sitúa la cuestión en el “juego” de los sexos, cuestión que conlleva la creación de un semblante masculino o femenino. La díada establecida por Lacan, también citada por Serge Vallon, en el eje parada-mascarada (que revela con más propiedad la actividad que subyace a la aparente pasividad y viceversa), desalienta la posibilidad de atribuir una esencia sexual tanto masculina como femenina, tampoco bisexual ni homosexual.
Los diferentes planteos realizados por los homosexuales y por los transexuales revelan, en la puntuación de Anabel Salafia, la lógica de su diferencia. Allí donde la homosexualidad afirma la elección de objeto para definir la identidad sexual la cuestión se complica tanto como cuando se intenta asir una homocidad por fuera de las categorías de lo masculino o de lo femenino. Por eso, siguiendo la lectura que Salafia hace de Bersani, podría formular la siguiente pregunta, ¿habría posibilidades de nombrar una condición gay que, intentando romper con la sociedad homofóbica y sus valores culturales, no fuera a su vez asimilada por esos mismos valores a los que se quiere subvertir? ¿Habría posibilidades, como lo intenta Wittig, de dar existencia a la lesbiana borrando toda referencia a la mujer? Estos ejemplos citados por Anabel Salafia, sumados al curioso testimonio de aquella persona que siendo trans-homosexual se ve excluida de los dos grupos, muestran el interés de algunas de las paradojas a las que se ve enfrentado el sujeto al intentar posicionarse ante su deseo o escribir lo real de su goce. Algunas propuestas de los teóricos contraculturales, en sus aportes discursivos (particularmente en lo que se refiere a la posibilidad de ubicar hasta qué punto lo simbólico no alcanza a cubrir lo real), encuentran sin embargo en la lógica de su discurso una vía cuyas dificultades, de recorrer ciertas articulaciones lacanianas, podrían no tanto ser zanjadas como ubicadas lógicamente en otra complejidad.
Leyendo a Salafia recordé la posición de Joan Copjec, una ensayista e investigadora que, interviniendo en los estudios de género con sus aportes críticos, sostiene una interesante discusión con Judith Buttler. “Al desustancializar el sexo, Lacan nos ha permitido percibir el fraude que encierra toda proclamación de una identidad sexual positiva. Y lo ha hecho tanto para los hombres como para las mujeres”.[1] Buttler, utilizando los aportes de Jacques Lacan, discute con precisión algunos de los planteos más dogmáticos de los estudios de género, pero su lectura, hay que decirlo, difiere radicalmente de lo que Anabel Salafia formula ya que si bien ambas destacan la dimensión de la parada y la mascarada como semblantes, la psicoanalista valora el semblante como construcción allí donde Joan Copjec lo denuncia como fraude: “Todas las pretensiones de masculinidad son, por lo tanto, mera impostura; así como toda ostentación de feminidad es mera mascarada”.[2]
[1] Joan Copjec: El sexo y la eutanasia de la razón: ensayos sobre el amor y la diferencia, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006, pág. 61.
[2] Ibíd.