Por Verónica Cohen
El trabajo de Ursula Kirsch está apegado a la práctica del psicoanálisis, a la vez que es de la rigurosidad discursiva a la que nos tiene acostumbrados, quizás porque dicha rigurosidad es inseparable de la práctica.
“Otro lugar para mirar [la acertada traducción de ein anderer Schauplatz, la otra escena] aparece durante la elaboración del sueño. El sujeto se ve en el sueño, el relato se convierte en su espejo, lo que ve es una imagen que solo asume propia porque lo ha soñado”. Kirsch hace un análisis muy preciso e interesante del sueño del Hombre de los lobos, de cómo surge su relación con el Otro; el sujeto se ve en el espacio del Otro y a la vez se ve como en un espejo de ese lugar. Pero solo al decir, solo dispuesto a la transferencia puede instituirse el Otro, el ideal, y ese misterioso objeto que constituye. El analista recibe el i(a), es con eso que opera para que surja ese que el sujeto es. No sin la mirada, sin la voz: “Es por su goce, de qué y a quién, que el sujeto alcanza un 1, otro que el hablante es”. En su texto queda claro cómo concibe el análisis, el decir y la transferencia de ese objeto imagen del deseo. Es allí donde Ursula Kirsch propone operar. La interpretación, entonces, no es sin la imagen del deseo, el corte, lo que se desprende y cae. Hace falta el soporte que es el deseo del sujeto en- vuelto en ese objeto. Y la interpretación se hace con el deseo del analista. A partir de aquí, el trabajo de Clelia Conde. En uno y otro puede leerse que no es posible sostener la práctica del psicoanálisis sin el deseo del analista.
Clelia Conde articula análisis y supervisión con el decir. Sobre la función del objeto a, dice que para alojar al objeto tiene que haber “algo que no haya”, esto es, la falta en función. Y algo que es un rasgo en la práctica de Clelia Conde: escuchar lo propio de la época. “Nunca antes, y más claramente que hoy día, contamos con el dispositivo para la escucha de lo que sucede. Nunca antes, más que ahora, que la represión es el signo de la época. Nada produce mayor represión que el hecho de la libertad, entendida como ninguna dependencia”. Conde considera la subjetividad de su época sumergida en el dispositivo del psicoanálisis. En su trabajo se lee que no puede sostenerse la práctica del psicoanálisis sin el deseo del analista, sin el estallido del sentido acumulado como saber o la objeción a los ideales. Pero a la vez, el analista no debe desconocer su resistencia, lo ideológico, la creencia (o vestigios) en que hay relación sexual. Lo ejemplifica con el sueño de un análisis, donde destaca la esquizia misma. “Algo del ser que se presentifica con la mirada no hace relación con la voz”. Esto da lugar al enigma y relanza el trabajo de análisis.